“Mamá, mamá, allí hay un robot de tubos”, dice un emocionado niño de aproximados 8 años; luego su madre, quien viste jeans, blusa blanca y zapatos deportivos, responde “Sí, hijo, veamos de cerca si te podes subir”.
Es casi mediodía de domingo y unas cuantas decenas de personas asisten al Parque de la Familia, al sur de San Salvador.
El niño intenta subir en el estático juego mecánico, no lo logra, y emprende carrera hacia un pequeño deslizadero contiguo; la mujer trata de grabar con su celular la mayoría de las aventuras de su hijo. Al final, en su afán de no perderlo de vista, ella corre tras él, se pierden entre los árboles.
Los parques Saburo Hirao, Balboa y de La Familia resultan una opción para escapar del bullicio de San Salvador. Decenas de familias se concentran en esos espacios cada fin de semana.
En la base de ese robot hay una placa, en ella se lee un poco sobre su origen: Donado por El Mundo Feliz…
La brisa mueve algunos pinos, el zumbido recorre varios metros a la redonda.
En la zona de los juegos mecánicos hay varios columpios y otras estructuras para escalar o hacer piruetas. Unos diez adolescentes los usan.
Allí, también, dos hombres ofrecen paseos a caballos.