Mientras los pandilleros dominaron El Castaño, fue una maldición tener autos; los pandilleros exigían transporte a cualquier hora.
Pero el cuñado había dejado el arma dentro de un bolsón colgado de un árbol, distante unos cuatro metros.
Y Víctor no se acordó de que andaba su revolver en una bolsa del pantalón. Los demás trabajadores ni se habían percatado de la escena, hasta que los mareros les ordenaron apagar las motosierras.
En un pestañeo, el cuñado de Víctor logró agarrar una piedra y se la lanzó a un pandillero en el rostro. Fue certero. Los lugareños aprovecharon la confusión para escapar.
De inmediato, una reguera de balazos se escuchó. Al parecer todos los pandilleros dispararon contra los trabajadores. Víctor logró correr más hasta encontrarse con otro lugareño que estaba parapetado en una piedra, con un revolver, pero sin disparar.
De pronto se acordó que él también andaba un revolver y arrastrándose por el monte volvió a donde supuso que todos sus amigos estaban muertos. Entonces fue cuando vio a un marero tomando el bolsón en el que su cuñado había dejado la pistola.
Y comenzó a dispararles. Cuando los pandilleros salieron en desbandada, buscó a sus amigos. Ninguno estaba muerto, mientras que los pandilleros se llevaron al menos dos heridos. Eso no lo dice Víctor, sino otros lugareños que minutos después acompañaron a policías y soldados que acudieron al lugar donde creyeron que hallarían muchos muertos.
Esa fue la última vez en que los pobladores de El Castaño se enfrentaron con pandilleros.
Dispuestos a no vivir la misma pesadilla
Como muchos habitantes de El Castaño, Víctor asegura que no está dispuesto a repetir la pesadilla que significó dejar que los pandilleros se adueñaran del cantón hasta provocar un éxodo masivo.
“Creo que nadie aquí anda pensando en manchar sus manos de sangre, pero llegado el momento uno tiene que rebuscarse”, reflexiona Víctor mientras recuerda que él abandonó su vivienda para proteger a sus dos hijos adolescentes, a quienes la pandilla ya acosaba constantemente para que se integraran.
“Yo tengo dos hijos y no es por darles el puesto pero mis hijos aquí son bien conocidos porque no se meten con nadie, no andan con cosas. Ya les habían echado el ojo que tenían que colaborar con ellos. Ya los querían mandar a cobrar rentas”, asegura Víctor.
En El Castaño aseguran que aprendieron bien la lección y no están dispuestos a repetir la historia. Es por eso que aprecian lo que los policías asignados al cantón hicieron por devolverles la paz.
“Creo que nadie aquí anda pensando en manchar sus manos de sangre, pero llegado el momento, uno tiene que rebuscarse”
Víctor Arévalo, vecino de El Castaño
“Hoy en el cantón ya no se oye nada de eso y no queremos ni recordad esos tiempos. Estábamos tan asustados que no podíamos salir ni a trabajar. Si andábamos en el monte y nos topábamos con la policía o los soldados, ya nos decían que éramos pandilleros y los pandilleros nos querían obligar a vigilar mientras ellos hacían sus fiestas y chupaban en las mismas casas de uno”, refiere un campesino.
En El Castaño hay tres policías de quienes aseguran que se esforzaron por limpiar el cantón: un sargento JC (Joel Castro) y los policías, Edwin Torres y Alberto Jiménez. Estos dos últimos están condenados por un delito que cometieron en el mismo período en que estaban asignados al puesto policial de Caluco, mientras que el sargento fue trasladado a otro municipio de Sonsonate.
Desde hace poco menos de un año, pobladores de El Castaño temen que la situación vuelva a complicarse, pues los policías que llegaron posterior a los antes mencionados, permitieron que dos jóvenes (un hombre y una mujer) que en el pasado estuvieron vinculados a los pandilleros que provocaron el éxodo, hayan vuelto a la comunidad, aunque los policías les aseguran que los tienen bajo estricto control.
Otro hecho que les pone los nervios de punta es que la policía permitió que la madre de Marvin Antonio Valencia, alias Chimbolo, volviera a habitar la casa que los pandilleros ocupaban como casa destroyer (para vivir y planificar delitos). Aquel 16 de septiembre, en la mañana, esa casa fue quemada en su totalidad y con todo lo que había dentro.
Lo hicieron los mismos pobladores en represalia por todo el daño que el Chimbolo había hecho a la comunidad.
El Chimbolo era el cabecilla de los pandilleros de El Castaño. De momento está en prisión, pues fue capturado en aquellos días de mediados de septiembre cuando más de 80 familias de ese cantón tuvieron que salir huyendo por temor a los pandilleros.