“El fútbol es libertad. Necesito el fútbol, ser libre”. La frase es del cantante jamaiquino Bob Marley en una entrevista de antaño, con las rastas al viento, en medio de una verde cancha en la isla del Caribe, donde jugaba fútbol para sentirse libre y crear su música. Cuánta relación tiene lo dicho por el ícono del reggae si lo trasladamos aquí, en medio del Penal La Esperanza, en Mariona.
El fútbol, esa pelota rodando entre marco y marco, se ha convertido en un espacio de libertad. En un símbolo. Lo absorben como oxígeno puro 16 privados de libertad, quienes desde 2018 entrenan dos veces por semana bajo las órdenes del exseleccionado nacional Daniel Sagastizado, que también está preso.
Aprenden a hacer “toque fino”, como les exige Sagastizado… porque si le pegan al balón muy fuerte, las pelotas salen disparadas por los aires y se estrellan contra el alambre razor arriba de los muros del penal, y se desinflan. Les quedan dos.
Así que lo que vemos en los entrenamientos es intensidad, toque a ras de piso y potencia colocada en los disparos, todo con sudor y entrega en las dos canchas que hay en Mariona: una de tierra y otra de cemento. No es la grama de Marley.
Cuando estos futbolistas-reos de celeste entrenan, los demás dejan lo que están haciendo para ver la práctica. Uniformados de blanco, el resto de privados de libertad observa con admiración y respeto a los seleccionados del penal. Son “la Selecta” del lugar. Los que salen.