Dr. Alfredo Martínez Moreno, el diplomático a quien EE. UU. consideró “Héroe de Ginebra”

Reproducimos esta entrevista al Dr. Martínez Moreno, publicada años atrás, con la intención de destacar sus aportes brindados al país en diversos campos, sobre todo como abogado y diplomático.

descripción de la imagen

Por El Diario de Hoy

2019-09-01 4:30:34

El Dr. Alfredo Martínez Moreno es de esas escasas personas que no deben esperar a que la Historia le reconozca. Al Dr. Alfredo Martínez Moreno le reconoce y homenajea el Presente. Personifica el anhelo de Sir Winston Churchill, quien decía: “La Historia deberá tratarme con amabilidad, pues yo pretendo escribirla”. Y tal es el caso del Ilustre salvadoreño Dr. Martínez Moreno, a quien la vida ha tratado amablemente, como sabiendo que su vida en esta tierra nos beneficia a todos, consintiéndole que con su edad siga teniendo una fuerza física y agudeza mental que le permitan, sin querer ni pretender (y con la humildad intrínseca de su ser), escribir en las páginas de la Historia de nuestra Patria y del mundo entero.

Doctor, me gustaría que me hable un poco de su infancia, y en especial de cómo recuerda a su padre, el también reconocido diplomático Dr. Martínez Suárez.
Bueno, yo he tenido la fortuna de haber tenido una familia muy unida, que me otorgó cariño todo el tiempo, de modo que no tuve los problemas que la inmensa mayoría de la gente tiene en su infancia. Mi padre, un hombre de amplia cultura, que había ocupado algunos de los cargos más altos de El Salvador, varias veces Presidente de la Corte Suprema de Justicia, varias veces también Canciller de la República, Juez de la Corte de Justicia Centroamericana, era de un carácter dulce y bondadoso que realmente me orientó cívica, intelectual y espiritualmente. Él era el embajador de el salvador en Costa Rica y yo estudiaba en la escuela pública, porque en ese país hermano en esa época no habían colegios privados. Allí asistíamos los hijos de personas ricas y pobres dentro de una solidaridad completa. Mi padre dejaba de lado su chaqueta de diplomático el día de mi cumpleaños y llegaba a la escuela con piñatas salvadoreñas, que hacían el deleite de mis compañeros. No dejaban de molestarme un poco a mí esas visitas (entre risas)… pero, fue un hombre admirable.

En los estudios de secundaria tuve profesores eminentísimos que me forjaron no sólo dentro de cánones de cultura, sino también dentro de principios morales. Hoy 23 de junio, hace 71 años que murió mi padre, y realmente me parece que fue ayer. Recuerdo que casi murió en mis brazos y en Costa Rica se le hicieron homenajes muy grandes. El Canciller don Alberto Echandi dijo las palabras, el embajador de Guatemala, pero sobre todo el Gobierno en pleno, asistió a una misa y envió un avión especial a El Salvador con los restos de mi padre, en el cual venía el Secretario de la Presidencia, el médico que le había atendido, mis hermanos, mi madre… Yo no cupe en el avión pero vi que en El Salvador se le hicieron homenajes en el Instituto Nacional, en la Corte Suprema de Justicia, en la Cancillería, y numerosos oradores elogiaron a mi padre. Recuerdo las palabras del Dr. Manuel Castro Ramírez, ex Ministro de Relaciones Exteriores, que dijo: ‘quien podrá lanzar manchas sobre su toga, que pudo llevarla de armiño por la blancura de su corazón’. De modo pues, que mi infancia fue feliz, gracias en gran parte a la forma orientadora de mis padres.

¿Cómo hace usted su ingreso al mundo de la Diplomacia?
Después de la muerte de mi padre, varios médicos amigos de la familia insistieron en que yo estudiara medicina, y así me fui a Estados Unidos. Era evidente que yo no tenía vocación para ello. Naturalmente consideraba que era una profesión nobilísima, me encantaba por su aspecto humanitario, pero sufría en los hospitales más que los pacientes (risas). Para no perder el tiempo, me dedique a hacer estudios de lengua, de literatura, de filosofía, de economía, de relaciones internacionales, y aunque no fueron estudios muy profundos, sí me dieron un barniz cultural que me ha servido posteriormente.

Decidí entonces que debía estudiar Derecho, y escogí, naturalmente, la Universidad de El Salvador. Estudie 7 años hasta alcanzar el título de Doctor en Jurisprudencia y Ciencias Sociales. Comencé a trabajar en el Ministerio de Relaciones Exteriores de la siguiente forma: se dio aquí un cambio de gobierno en el que se había sustituido al Presidente Castaneda, y se había formado una Junta de Gobierno en la cual participaba una de las personas que yo más he admirado, no sólo como intelectual y catedrático, sino especialmente como ciudadano, el entonces bachiller Reynaldo Galindo Pohl.

Yo llegué ese mismo día a Costa Rica de vacaciones, y al llegar me recibió un hermano mío en unión de quien posteriormente llegó a ser Presidente de ese país, el Lic. Mario Echandi. Había un conflicto serio, de carácter político y acaso militar en Costa Rica, me llevaron a Casa Presidencial ante el Presidente de la Junta fundadora de la Segunda República de Costa Rica, y me preguntaron qué podía decir yo sobre la situación de El Salvador. Yo contesté que estando el bachiller Galindo Pohl, era una garantía para el Estado de Derecho y la consolidación de la democracia en El Salvador, y que creía que debía ser reconocido.

En el nuevo gobierno, se nombró Canciller de la República al Dr. Miguel Rafael Urquilla, quien me había examinado poco antes y me invitó entonces a que formara parte del Ministerio de Relaciones Exteriores y me nombró Subdirector de Organismos Internacionales. Allí empecé a desempeñarme y aprehender lo que había estudiado sobre cuestiones diplomáticas. Tuve la suerte que el Dr. Urquilla decidió enviarme a la Asamblea General de las Naciones Unidas en momentos de una crisis muy grande en el mundo, en que la Guerra Fría se había intensificado y las relaciones entre la Unión Soviética por un lado, y por el otro los Estados Unidos con sus aliados, se había agravado seriamente.

Por encargo del Dr. Héctor David Castro, jefe de la delegación, a quien siempre he considerado un mentor, se me nombró para que yo abogara porque las Naciones Unidas analizara el tema del Tíbet, que en ese momento había sido atacado por los ejércitos de la República Popular China, y era un estado pequeño totalmente indefenso debido a que los tibetanos eran gente dedicada a su religión Budista, totalmente pacifista; había que ayudarles. No se pudo lograr nada porque las grandes potencias consideraron que eso agravaría la Guerra Fría. Pero como luego dijo el New York Times: El Salvador, el único país que habló en la defensa del Tíbet, se ganó el respeto de todo el mundo al ‘haber defendido el decoro de las Naciones Unidas’.

Doctor, ahora me gustaría que pasemos a hablar sobre la experiencia que vivió cuando le tocó presidir una Convención sobre Derecho de los Fondos Marinos de la Naciones Unidas, en Ginebra.
Le quiero decir esto. No había norma internacional sobre la distancia de los espacios marítimos. El Salvador había seguido los dictados de los Presidentes de Chile, Perú y Ecuador que habían ampliado los confines de su mar jurisdiccional hasta las 200 millas marinas, con intenciones de beneficiar a las poblaciones con la pesca y con la explotación de los recursos minerales.

El grupo que se llamó ‘de Montevideo,’ integrado por esos tres países y además por Argentina, Uruguay y Brasil, fue el que yo tuve el honor de presidir. Además, uno de los delegados asistentes de El Salvador a la reunión del grupo de Montevideo pidió que yo presidiera la Segunda Comisión de la Conferencia sobre los Fondos Marinos, cuya función primordial era preparar la agenda para la Conferencia sobre Derecho del Mar. Había fracasado 6 veces ese esfuerzo por encontrar una agenda aceptable a todos, y ya se veía que de nuevo íbamos a un fracaso total. Entonces se me ocurrió que se celebrara una sesión informal, sin acta y sin secretarias, a la que asistieran los países que tenían divergencias serias sobre el tema medular de los estrechos internacionales usados para la navegación.

El problema consistía en lo siguiente: con el desarrollo de las armas atómicas, las dos superpotencias -Los Estados Unidos de América y la Unión Soviética- mantenían un equilibrio. Era evidente que el primer país de ellos que atacara al otro, si bien podría destruir todas las instalaciones militares, las grandes ciudades, y obtener alguna ventaja, en menos de un minuto los submarinos atómicos de la otra potencia harían la réplica y destruirían al otro país. Esto es lo que mantenía ese equilibrio y la paz mundial, en cierto sentido. Pero para eso, los submarinos atómicos necesitaban desplazarse sin problemas por todo el mundo, los experimentos científicos demostraban que era imposible detectar donde estaba un submarino atómico porque su sonido se confundía con el de las rocas. Entonces, las grandes potencias navales plantearon un cambio para que el concepto vigente que era el ‘del paso inocente’, o sea que cuando un barco de guerra quería pasar por un estrecho internacional, tenía que pedir permiso a los países colindantes del estrecho y desarmarse completamente, guardar los cañones y demás, lo cual dificultaba a los submarinos atómicos al tener que pedir permiso e identificarse, se cambiara por el concepto de ‘libre tránsito’ en donde no hubiera obstáculo para el libre tránsito de los submarinos por los estrechos.

Pero lo que pasó fue que el grupo de los 77 países emergentes, que en verdad eran como 140, se oponían a eso debido a que había caído un avión Norteamericano en las cercanías de Gibraltar que llevaba armas atómicas y que milagrosamente no explotaron. Era un conflicto serio que hacía imposible la aprobación de la agenda. Este servidor, en esa reunión informal, les pidió que aceptaran que en vez de incluir un punto en la agenda que dijera ‘libertad de tránsito’, se dijera ‘otros temas relacionados’. Esta propuesta la rechazó los Estados Unidos. Entonces, propuse que no fuera ‘libertad de tránsito’, sino ‘derecho en tránsito’ porque el derecho es limitable, se puede controlar.

Para convencer al delegado de los Estados Unidos, señor Stevenson, me permití recitar de memoria en Inglés la primera parte del texto de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, en donde se habla que existe un derecho de los pueblos a la libertad y el perseguimiento de la felicidad. Sostenía yo, con algo de leguleyo, que derecho y libertad eran si no sinónimos, muy parecidos, y que por lo tanto los Estados Unidos debían aceptar esa propuesta transaccional. Ante mi sorpresa, las delegaciones de la Unión Soviética, de Francia y de Noruega manifestaron que les parecía correcta y perfectamente aceptable la propuesta salvadoreña, pero que ellos tenían un compromiso de honor de que todo debía de ser aceptado por unanimidad.

Ante esa situación, le rogué al Jefe de la Delegación Norteamericana que no dijera que no, que consultara al Consejo Nacional de Seguridad de los Estados Unidos, presidido en ese entonces por el Presidente Johnson, por el Secretario de Estado Sr. Rogers, el Secretario de Seguridad Sr. Kissinger, y el Secretario de Defensa Sr. MacNamara, para que estudiaran la propuesta. El Sr. Stevenson aceptó hacer la consulta. Ese fue un fin de semana que pasamos en angustia para ver que contestaba el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas esperando que no fracasara de nuevo la Conferencia. El delegado británico que después fue Procurador General Real del Reino Unido, me telefoneó el lunes en la noche para decirme que sabía que el Consejo Norteamericano había aceptado la propuesta y que se había salvado la Conferencia.

Posteriormente, en los dos o tres días que faltaban para que terminara la Conferencia, se presentó otro problema medular que ocurría cuando sobre la plataforma submarina de un Estado continental coincidía con la plataforma de una isla de otro país. Este problema era muy serio, sobre todo entre Grecia y Turquía que incluso podrían haber estado al borde de la guerra. Se requirió de otro esfuerzo, y luego de largas deliberaciones, finalmente fue aprobada una medida transaccional a la media noche de ese día, ante la amenaza de los intérpretes de no seguir trabajando por que estaban agotados.

En el momento en que yo agradecía el espíritu de comprensión de las Delegaciones, y agradecía a los mismos interpretes, el delegado Mexicano presentó una Moción de Orden, que de acuerdo al Reglamento debe ser atendida de inmediato. Yo, molesto ante esa situación, y pensando que la situación podía alargarse más, a desgano le di la palabra al distinguido delegado de México. Sin embargo, y ante mi sorpresa, manifestó que antes que se clausurara la Conferencia, la delegación Mexicana quería rendir un homenaje al Presidente que había actuado siempre ‘con imparcialidad pero con firmeza’. Era un elogio para mí que me conmovió… Inmediatamente surgieron peticiones para hablar de parte de todas las delegaciones; tuve que dar la palabra por grupos debido a que ya era muy tarde: el de Medio Oriente, el del Norte de África, América del Sur… Pero lo más emocionante para mí fue la declaración del Viceministro de Relaciones Exteriores de la Unión Soviética, quien dijo más o menos estas palabras: ‘Señor Presidente, la delegación Soviética no acostumbra felicitar a los miembros de la Mesa, pero quiere hacer una excepción porque está de acuerdo que esto se ha manejado admirablemente para lograr un acuerdo trascendental’. Y agregó algo que no se si repetir porque podría ser considerado como un gesto de inmodestia… ‘Y además, Señor Presidente, quiero rendir a usted un homenaje por su noble calidad humana’. (El Dr. Martínez Moreno se muestra visiblemente conmocionado al recodar esas palabras).

Era un delegado de la Unión Soviética, que siempre eran tan duros en el debate, ofensivos a veces; nunca había escuchado yo en las numerosas conferencias internacionales una expresión de ese tipo de un delegado Soviético. Estaba detrás de mí el Ingeniero Gustavo Guerrero, hijo del eminente salvadoreño Dr. José Gustavo Guerrero, y realmente me pareció que casi lloraba de la emoción. Ruego excusarme por hacer esta mención que puede ser considerada un auto elogio. (El Dr. Martínez Moreno, incluso, pide que esta parte de la entrevista no se publique, pero finalmente accede al hacerle ver la importancia histórica de los hechos que se relatan. Cabe mencionar que al año siguiente de esta Conferencia, al darse por iniciada la Conferencia sobre Derecho del Mar, el delegado Norteamericano se refirió al Dr. Martínez Moreno como el “Héroe de Ginebra”).

Al año siguiente, comenzó la conferencia sobre derecho del mar, la continuación de la anterior sobre fondos marítimos, me encontraba en Nueva York y decidí asistir a la conferencia, al entrar me vio el delegado norteamericano, John Stevenson, que era el jefe del departamento legal de la Secretaría de Estado, y me llamó para presentarme como el Dr. Alfredo Martínez Moreno de El Salvador, el héroe de ginebra.

Doctor, además de su desempeño en el exterior, sabemos que usted ha sido también Jefe de delegaciones encargadas de mediar conflictos entre países Centroamericanos. ¿Qué opinión le tiene a usted el actual proceso de Integración Centroamericana?
Mire, a mi me tocó siendo funcionario de la Cancillería participar en las negociaciones de los tratados bilaterales de libre comercio, luego en el tratado multilateral y otras convenciones para fortalecer el proceso de integración económica. En esos momentos, realmente Centroamérica estaba dando un ejemplo al mundo, no había empezado a desarrollarse completamente lo que es ahora la Unión Europea, la cual tuvo en sus inicios grandes dificultades. Aparecieron por ejemplo las protestas de campesinos en Francia, Italia y España, ya que salían afectados con la liberalización de los productos, e iniciaron las llamadas “guerras de los pollos” y “guerras de las naranjas.”

En tanto que en Centroamérica, dentro de su pequeñez geográfica, se había logrado que más del noventa y cinco por ciento de todos los productos naturales o manufacturados en la región gozaran de libre comercio. Infortunadamente, después vinieron problemas políticos que afectaron seriamente el proceso y vino una crisis que ahora está siendo superada, estamos ya en un proceso para lograr la unión aduanera.