El que mucho habla…

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Imagen de referencia. Foto/ Archivo

Por Jorge Castrillo

2019-08-30 7:40:39

Me gusta escuchar el radio mientras conduzco por la ciudad: me entretiene, me informa, me alegra. Aprecio la creatividad y energía de los locutores, pero me incomoda cuanta vez escucho los errores garrafales que algunos cometen con el lenguaje.

El más usual, “delen (sic) like a mi página”, me hace cambiar inmediatamente de emisora. Instaría a entrevistadores radiales y televisivos a que revisen sus propias entrevistas y constaten como, muchas veces, hablan ellos más que sus invitados.

No termino de entender la razón por la que algunos, cuando hacen sus preguntas, se sienten obligados a dar tantas vueltas y adoptar esos aires de conocedores profundos -sabihondos-. De ser productor de sus programas les recordaría, lo más amablemente que pudiera, que la opinión que interesa al público es la del invitado no la del anfitrión. Pero como no lo soy, me quedo callado.

También me gusta ir a misa. Aunque no todas son iguales, trato siempre de gozarlas. Aprecio mucho la liturgia de la misa, ejemplo de cómo deben ser hechas las cosas para que la memoria no decaiga: llevamos más de dos mil años haciendo lo mismo; puede que sea el rito más antiguo de los que prevalecen aún en la actualidad.

En alguna ocasión, durante la misa, admiraba la disciplina de los sacerdotes que se obligan a leer siempre el Misal Romano que mantienen en el altar mientras ofician. (Me preguntaba la razón de que lo leyeran si -discurría yo- después de tantas misas oficiadas deben saber de memoria sus parlamentos). Todo iba bien hasta que, levantando sus ojos con paternal mirada, instó a los feligreses: “Desen (sic) fraternalmente la paz”. No pude cambiar de misa porque la escuchaba en vivo.

El domingo pasado nos tocó escuchar un sermón en el que el sacerdote usó varias veces “mas sin embargo”. Desde la primera vez que lo dijo me hizo perder la concentración en lo que decía y remontarme a mi quinto o sexto grado de primaria cuando aprendimos de memoria que las conjunciones adversativas eran “mas, pero, empero, sino, sin embargo”.

Trataba de recordar si alguna vez fuimos advertidos de no usar dos de ellas juntas. Se me antoja que esta triste moda (varios diputados, funcionarios y otros personajes públicos la usan ¿creyendo adornar su discurso?) es de años recientes, pues no logré recordar a nadie que cometiera ese error por aquellos años. Vuelto a la misa, creí que solo yo estaba incómodo con el “mas sin embargo” del cura cuando, luego del último, mi adolescente se voltea y, con desespero, me susurra “¡es la quinta vez que lo dice!”. Otra que se perdió el contenido del sermón por el recurrente yerro.

He reparado también en el loable esfuerzo que hacen algunas personas, probablemente luego de haber recalado en España por un tiempo, de pretender pronunciar “a la española” las letras zeta y ce. ¡Ze lez ezcucha tan chiztozo! Todo iría bien si fueran consistentes, pero en el camino cecean palabras con “s” y sesean otras escritas con “c” o “z”.

Resultado: lo que atrae la atención es su afectada pronunciación y no el mensaje que quieren hacer llegar. ¿Por qué lo harán?, me pregunto, si nuestra pronunciación salvadoreña, bien articulada, suena grata incluso a oídos ajenos, como lo atestigua el éxito de la compañía “Bla, Bla, Bla” que se dedica a los doblajes televisivos.

“El que mucho habla, mucho yerra” dice el refrán que, en justicia, no puedo usar como título para esta columna, pues individualmente cometen pocos errores en los que apenas repara la mayoría de sus escuchas o fieles.

El uso privilegiado de la lengua oral para transmitir su mensaje homologa a pastores, sacerdotes, presentadores de medios de comunicación social y maestros. La mayoría de ellos lo hacen muy bien, hay que decirlo y felicitarlos por ello. Sin embargo, (así, solito, no “mas sin embargo” juntos) deben tomar conciencia del importante papel que juegan para que todos nosotros hablemos cada vez mejor en este pedacito de tierra.

Denle (no delen) la importancia debida a su principal carta de presentación: la lengua; dense (no desen) tiempo para estudiarla y consigan que su mensaje llegue más eficazmente a todos los que atentamente los escuchamos.

Espero que no se enoje el Vaticano si tomo prestada y modifico ligeramente una frase del Sacrosanctum Concilium que encontré gracias a la maravilla del internet: “Hay que fomentar aquel amor suave y vivo … hacia la lengua que hablamos”.