Tal era la obsesión por la belleza —interior y exterior— que hasta las momias recibían una puesta a punto, y la corriente artística que arrasaba en la época representaba a las personas tal y cómo deseaban llegar a la otra vida: jóvenes y saludables.
Incluso muchos bebés eran nombrados con la palabra “nefer” o “belleza”. Desde la madrastra de Tutankamón, Nefertiti (“la guapa está viniendo”), hasta la esposa favorita de Ramsés II, Nefertari (“la más bella de todas”), explica a Efe Engy al Kilany, profesora de Egiptología de la Universidad de Minia, en el valle del Nilo.
Sin embargo, el maquillaje, las mascarillas y los perfumes no se limitaban a la realeza, sino que hombres y mujeres de todos los eslabones de la sociedad disfrutaban del último grito en pintalabios o de unos ojos de gata que nada tenían que envidiar a los de la cantante Amy Winehouse.
“Todos ellos usaban maquillaje, se lavaban, se peinaban el cabello, se ponían perfume y llevaban accesorios, pero la diferencia reside en la calidad de los materiales utilizados”, detalla la experta.
¿Y cómo sabemos todo esto? Gracias a papiros médicos como el de Edwin Smith o el de Berlín, que “preservaron estas recetas para nosotros”, agrega Al Kilany.
Rutinas de cuidado de la piel
Baños, baños y más baños de agua y productos que hacían las veces del jabón moderno eran clave en la rutina de los antiguos egipcios, al igual que lo eran los cuidados del cabello, que peinaban de forma meticulosa y perfumaban.
Cada noche antes de acostarse, ponían en práctica todo un ritual de belleza: primero había que lavarse la cara, luego deshacerse de cualquier resto de maquillaje utilizando una loción hecha a base de leche y, muchas veces, aplicar una mascarilla como guinda.
Las de leche y miel eran utilizadas más a menudo por los ricos, mientras que el aceite de ricino, muy asequible, era un básico de cualquier amante de los cuidados faciales, recuerda Al Kilany.
Quien se podía permitir sus desorbitados precios caía rendido a los encantos del olíbano o “frankincense”, utilizado para suavizar la piel y librarse de las odiosas arrugas.
Sorprendentemente, los antiguos egipcios conocían cerca de una treintena de aceites naturales y tenían incluso curas y ungüentos para las cicatrices, y exfoliantes para limpiar a fondo la suciedad incrustada en la piel.
Delineador, la estrella del maquillaje
Aunque también tenían un lápiz de ojos verde, la estrella del maletín de maquillaje egipcio era el “kohl”, el delineador negro hecho del mineral galena que les proporcionaba su característica profundidad en la mirada.
Al Kilany argumenta que un reciente estudio publicado en el prestigioso Nature Journal, tras analizar los restos de “kohl” hallados en una tumba de hace unos 4.000 años, destapó una caja de Pandora entre los egiptólogos. “Encontraron galena y otros dos elementos que no se hallan naturalmente, descubrieron que los hacían a través de una ciencia llamada ‘química húmeda’, los producían artificialmente”, señala.
Y de ahí llegó la gran revelación: “los antiguos egipcios fueron los primeros en utilizar la química húmeda”, un proceso que consiste en provocar una reacción química empleando la humedad o líquidos.
El famoso lápiz tenía una doble función, además de utilizarlo para estar más guapos, lo usaban para proteger los ojos de los insectos y otros males.
¿Y qué sería de un buen ojo de gata sin un poco de colorete y un toque de “rouge”? Para eso estaba el ocre, una arcilla de color rojo que secaban al sol, molían y luego mezclaban con aceites hasta obtener la tonalidad de rojo deseada.
Tendencia milenaria
Algunos de estos trucos han llegado al Egipto de 2019 de la mano de salones que ofrecen “masajes faraónicos” o vendedores callejeros que tienen entre sus productos “kohl” de galena, envasado en delicados tubos con una varita aplicadora.
Incluso existe una marca de cosmética natural que ofrece una línea de productos “del antiguo Egipto”, que sólo elabora productos “100 % naturales, 100 % egipcios y 100 % hechos a mano”, como el icónico “kohl” faraónico, eso sí, sin el “dañino” plomo y macerado en aceite de oliva durante seis meses.
También comercializa lo que denominan el “baño de leche” de Cleopatra: un recipiente de barro igual al que se conserva en el Museo Egipcio de El Cairo, con una fórmula a base de leche, avena y almendras dulces.
Y quizás fue este uno de los secretos que ayudaron a la reina más famosa de la época a hechizar a dos de sus coetáneos más poderosos, los romanos Marco Antonio y Julio César.