Hace casi 175 años, un código para encriptar mensajes militares se volvió muy popular en El Salvador, Nicaragua y Costa Rica. Algunas de sus palabras aún son usadas en la región centroamericana.
Nacido en Izalco, en la Alcaldía Mayor de Sonsonate, el 28 de septiembre de 1806, el general Francisco Malespín Herrera es uno de esos personajes de la historia salvadoreña perseguidos por un halo de ignominia y contradicciones en casi todo lo referente a su vida, obra y legado para la sociedad salvadoreña.
Hábil en el manejo de la lanza, Malespín hizo carrera militar con su hermano Calixto. Aunque la historia liberal lo ha retratado como un alcohólico, analfabeto y contrario a la religión católica, lo cierto es que varias acciones de su vida no coinciden con los detalles de ese retrato.
Para empezar, su físico no se parece en nada al militar de quepis que se refleja en el busto que se alza en uno de los patios del campus central de la Universidad de El Salvador, institución de la que fue uno de sus máximos impulsores, hasta lograr su creación el 16 de febrero de 1841. Por las descripciones de la época, su aspecto era más parecido al del libertador suramericano Simón Bolívar. A eso se suma el hecho de que sus varias hermanas fueron consideradas, durante gran parte del siglo XIX, algunas de las mujeres más agraciadas y hermosas de la sociedad.
Por el lado intelectual, fue ahijado del Dr. Jorge de Viteri y Ungo, primer Obispo de San Salvador, nombrado por el Vaticano en 1843 tras casi 20 años de distanciamientos con el gobierno salvadoreño, luego del nombramiento civil de José Matías Delgado y de León como primer obispo capitalino, lo que le valió una bula de excomunión. Además, el general Malespín fue tío del destacado humanista y también sacerdote Dr. Juan Bertis Malespín, uno de los máximos exponentes intelectuales de El Salvador de la segunda mitad del siglo XIX.
En su desempeño como Presidente de la República del 7 de febrero de 1844 al 15 de febrero de 1845, el general Malespín llevó a cabo una campaña militar contra la ciudad nicaragüense de León, en la que sus tropas realizaron múltiples pillajes. Fue en aquel escenario de barbarie extrema donde comenzó la expansión centroamericana de un código para ocultar mensajes militares: la clave Malespín.