Michele de Montaigne en el Renacimiento francés

“Yo me dedico a decir la verdad, no tanto como quisiera, pero tanto como me atrevo, y me atrevo un poco más a medida que pasan los años”. Michel de Montaigne (1533-1592).

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Retrato de Montaigne de alrededor de 1570. Autor desconocido. Museo del castillo de Versailles, Francia.

Por Dra. Katherine Miller

2019-07-14 4:30:18

En medio del denominado Renacimiento francés, es decir, en la turbulencia de la polarización religiosa del siglo XVI por las guerras de religión, la inestabilidad política y los conflictos civiles que dominaron la vida en Francia desde el comienzo de las sangrientas masacres como la del Día de San Bartolomé, el 24 de agosto de 1572, es donde encontramos al filósofo, autor y actor político: Michel de Montaigne.

Ahora, este no es el contexto, ni la manera, en que estamos acostumbrados a conocer a Montaigne en el aula de clase o, en presentaciones académicas sobre su libro más reconocido, los Ensayos, en donde se sirve un plato que contiene su vida personal, pero no la política. Usualmente, digo, recibimos un muñequito de papel cortado de una presentación del profesor: un Montaigne lavado, planchado y anestesiado, quien habla con el papel y la tinta, aislando el componente de su vida pública.

Este Montaigne escribe de sí mismo y su vida interior —su arrière boutique (la parte trasera de la tienda de una persona donde el ser público, en esta metáfora, es exhibido; pero donde no se ve la vida secreta y privada que está escondida atrás). ¿Quién no recuerda la visión de Montaigne, el personaje total, resumido en su famoso dicho ¿Que sais-je? (¿Qué sé yo?), que nos enseña su estoicismo, que, irónicamente o, por casualidad, es, teleológicamente congruente con una visión precursora de la Ilustración, el Siglo de las Luces, y la Revolución francesa?

Sacamos del gabinete otra parte de la vida del monsieur Michel de Montaigne para ubicarlo en su contexto histórico y verlo un poco más completo –un ejercicio que siempre es saludable para el entendimiento. Enumeraremos eventos políticos de la Francia del siglo XVI cuando vivió Montaigne –completo y entero– y que lo marcaron, además con la posibilidad de instruirnos con su manera de vivir la vida. Para ello, tenemos que dibujar el contexto en el que escribió.

Comenzamos con la formación de la Compañía de Jesús, por el soldado español Ignacio de Loyola en 1534, que en Francia fue percibida como una orden religiosa de España porque todos sus primeros superiores generales fueron españoles, en un período en que las dos naciones estaban continuamente en guerra. Además, Francia estaba en medio de sus propias guerras civiles domésticas, políticas y religiosas entre católicos y hugonotes (calvinistas franceses, seguidores de Juan Calvino) en el escenario que se desprendió después del año 1519 cuando Martín Lutero pegó sus tesis en la puerta de la capilla de la Universidad de Wittenberg y avaló la irrupción de la Reforma Protestante. Tanto para los Jesuitas como para los franceses católicos, Montaigne incluido, los hugonotes eran herejes.

A lo largo de su vida Montaigne vivió ocho guerras civiles y sirvió durante ellas como embajador y negociador entre Enrique II, Enrique de Navarra y Catalina de Medici. Fue elegido alcalde de Bordeaux, la cuarta ciudad más grande de Francia. Vale la pena tomar nota que la regente madre para el rey de Francia, Carlos IX, era Catalina de Medici (1519-1589) y que Richelieu fue nombrado cardenal en 1622.

The bust of French philosopher Michel de Montaigne is displayed at the bibliotheque in Bordeaux on September 16, 2016, as part of an exhibition and events through the city dedicated to the French philosopher who was mayor of Bordeaux. (Photo by GEORGES GOBET / AFP) / RESTRICTED TO EDITORIAL USE - MANDATORY MENTION OF THE ARTIST UPON PUBLICATION - TO ILLUSTRATE THE EVENT AS SPECIFIED IN THE CAPTION
Busto de Michel de Montaigne exhibido en la biblioteca de Burdeos como parte de un homenaje que la ciudad hizo al filósofo que fue su alcalde. Foto EDH / AFP

La imprenta fue inventada por Gutenberg en el siglo XV y la habilidad de imprimir se extendió por toda Europa —protestante en el norte (con Johannes Gutenberg) y, católica, en el sur, en la cuenca del Mediterráneo y en Bruselas (con Aldus Manutius). Con la llegada de la imprenta a Europa, la posibilidad de debates políticos y religiosos se multiplicó enormemente.

En la Universidad de Salamanca, Francisco Suárez, S.J., estaba retando a James I de Inglaterra (ya después del rompimiento de Enrique VIII con Roma en 1536) con sus escritos, defendiendo la fe católica y despreciando la religión protestante. El Rey al recibir el libro de Suárez lo mandó a quemar, públicamente, en la plaza mayor.

Durante el siglo en que vivió Montaigne, el monumental Concilio de Trento (1545-1563) debatió sobre cómo clarificar la doctrina de la Iglesia Católica ante el adviento de la Reforma Protestante, y, también cómo enmendar la moral de sus miembros. Eso mientras que, en 1550, fray Bartolomé de las Casas y el jurista canónico, Ginés de Sepúlveda, debatían, en la Controversia de Valladolid (1550), si los indios del Caribe tenían almas o no y si la respuesta era no, ¿por qué evangelizarlos?: que se quedaran como esclavos de los conquistadores. Pero la sentencia en esta corte canónica, fue a favor de los argumentos humanistas de fray Bartolomé de las Casas, quien mandó a traer a unos indios a la corte canónica y demostró que eran seres capaces de sentir afecto por sus familias y una cosa más: ¡se podían reír!, una característica que, según los escritos de Aristóteles, comprobaba que eran seres humanos.

Michel de Montaigne, en medio de esta turbulencia, era un actor político importante, como se ha visto, pero debemos tomar nota que sus ancestros eran mercaderes, comerciantes de Bordeaux deseosos de formar parte de la aristocracia. Su negocio era la venta de glasto, una tinta azul oscura (woad en inglés). Para optar a la aristocracia, la noblesse d´épée (la aristocracia de la espada) en lugar de comprar un puesto entre la noblesse de la robe (puestos administrativos vendidos por el rey), la familia Montaigne tenía que deshacerse de sus acciones, barcos y factores comerciales (personas encargadas de la administración de un establecimiento comercial) y no participar en asuntos mercantiles. Así es que el padre de Michel (su apellido original era Eyquem), Pierre Eyquem, ingresó a un cuerpo militar para ganar el estatus de aristócrata para él y su familia.

Como la literatura, inevitablemente, pasa por lo social y lo político, y, en este caso, mercantil, Michel de Montaigne, quien hizo todos los esfuerzos posibles para esconder sus orígenes mercantiles y comerciales, constantemente enfatizaba sus orígenes nobles. Su padre, Pierre Eyquem, ahora un noble de la espada, se casó con Antoinette de Louppes, de una familia judía de conversos, es decir, quienes se convirtieron al cristianismo antes de 1492, momento de la expulsión de los judíos de España.

Como hijo de una familia de la nobleza, Michel estudió latín y el currículum humanista. En sus Ensayos, comenta que aprendió latín primero y que el francés era para él un idioma extranjero.

Casi en simultánea con la Controversia de Valladolid en 1550, un tal Nicolas de Villegaignon llevó, en 1548, a la pequeña María de cinco años de edad y reina de los escoceses, a Escocia y, después, zarpó para llegar, en 1555, a la bahía de Río de Janeiro, “descubriendo” para Europa el que Michel de Montaigne denominó “un segundo paraíso terrenal” donde habitaban caníbales. Montaigne, al leer el recuento del viaje de Villagaignon, escribió su ensayo Sobre caníbales agregando como detalle que estos no usaban pantalones (breeches). Este ensayo fue utilizado por William Shakespeare como base de su última obra dramática, La tempestad.

Montaigne quedó encantado con el Nuevo Mundo y escribió varios ensayos sobre Brasil además del mencionado en el párrafo precedente: Sobre la costumbre de usar vestuario, Sobre el afecto de los padres para sus hijos y Sobre la manera en que los hijos se parecen a sus padres. En cuanto al hecho de que vivieron comiendo la carne de sus prójimos, Montaigne, católico hasta el final, lo compara con el rito cristiano de la eucaristía en que el cuerpo y sangre de Cristo es ofrecido durante la misa.

Para Montaigne, el Nuevo Mundo era un espejo para proyectar luz sobre las costumbres occidentales, que, observó, no eran universales, como creyeron los europeos. De hecho, el Viejo Mundo estaba destruyéndose en guerras oscuras por asuntos de doctrina religiosa. El Nuevo Mundo era un lugar fantasmal, escribió, donde cualquier cosa podía pasar ya que era habitado por salvajes nobles.

No obstante, Montaigne se opuso a “la nueva religión” (el protestantismo calvinista de los hugonotes) y se ausentó de los eventos militares de las guerras religiosas. Desde su punto de vista, la libertad de consciencia de los calvinistas estaba basada en buenas intenciones, pero conducía a “actos muy viciosos”.

Montaigne escogió, y publicó, temas para este nuevo género literario, el ensayo, como los problemas de gobernabilidad, el arte de la guerra, la diplomacia y la moral cívica. Comenta, sobre el ser humano que: “De verdad el hombre es un ser maravillosamente vano y diverso y un objeto ondulante. Es difícil encontrar alguno suficientemente constante y uniforme para poder formarse juicio”. Así es que siguió con el objetivo de “desear abrir el camino para un ética verdadera de prudencia política”. En la primera edición de los Ensayos (Essais de edición 1580), que contenía 94 ensayos, incluye los siguientes dos títulos sumamente políticos que usualmente no son discutidos: Si el gobernador de un lugar bajo asedio deberá salir a negociar y Sobre costumbres, y de no cambiar una ley aceptada tan fácilmente”.

Muy ambicioso políticamente, con sus títulos de nobleza y sus puestos como negociador, Montaigne viajó a Roma, para buscar un puesto diplomático. Es el mismo Montaigne al que le gusta la soledad para leer y escribir, pero que desde otra óptica de su vida, furiosamente política, busca puestos de alto rango. Fracasó en el intento, cambió el objetivo de su viaje a uno de placer y escribió, en italiano, un diario de viajes en el que describe cómo se utilizan los espás y baños públicos de Italia para la movilidad social y para generar contactos políticos ya que, para él eran “el lugar de reunión de un número infinito de personas de todas las clases y condiciones”.

Explica que “los baños públicos y espás mezclan caballeros sobre quienes no se sabe exactamente la posición que tienen en la ciudad donde residen ya que los visitantes no están vestidos con el atuendo indicativo de sus puestos y rangos”.

De hecho, los baños públicos, espás y jardines, eran, para Montaigne, utopías de una clase que le permitió acercarse a todas clases de “cuerpos”, según su diario, citado en Roy Porter, ed. The Medical History of Waters and Spas (London, 1990). Montaigne hasta comenta sobre las cantidades de dinero que gastó en regalos para las mujeres cortesanas de los espás, a quienes él, se acercó, según su diario de viaje. Montaigne mismo dice que “Así como los baños y espás, el jardín es una forma concentrada de la naturaleza. Son lugares de sociabilidad y conversación”. Obviamente los encontró muy valiosos, por muchas razones documentadas en su diario.

Regresando a Bordeaux, fue elegido alcalde y tenía que tratar, como alcalde, con un asunto sumamente político concerniente a la municipalidad de la ciudad: las enormes acumulaciones de basura y ripio que habían aparecido en las calles de la ciudad durante la ausencia que ocasionó su viaje a Italia. En esta ocasión, Montaigne escribió otro ensayo, Sobre Olores fétidos (Of Smells).

En la alcaldía no trabajaba solo, estaba acompañado por un gran número de oficiales y empleados municipales: un secretario, un inspector de impuestos, veinticuatro sargentos, un medidor de vino, dos heraldos, dos colectores de los impuestos del pescado, un portero para las oficinas municipales, un inspector de pan, un agente que pesaba el pan, un verdugo, un guardia de los ríos, un secretario del trigo, dos inspectores de ríos, un abogado, un fiscal, una persona encargada de distribuir limosnas, un empleado que limpiaba la rejilla sobre el río, y una persona para limpiar el lugar público donde se lavaba ropa.

Como alcalde de Bordeaux, Montaigne presidió una Cámara de Justicia compuesta por una tercera parte de hugontes y dos terceras partes de católicos, así que los conflictos y pleitos políticos lo ocupaban plenamente. En 1584, Enrique de Navarra, el próximo rey de Francia (como Enrique IV) visitó a Montaigne, y él comenzó a servir otra vez como diplomático y negociador entre el partido real, con su regente, Catalina de Medici, y los hugonotes. Conoció, en este rol político, todos los planes y mensajes de ambos lados.

Al final, Montaigne no era únicamente un personaje privado, sino un participante sobresaliente en la política de su época. Montaigne mismo explica que su objetivo, en la vida, era la “rejouissance” , una cualidad que se traduce como la habilidad de gozar la vida y el trabajo con alegría. Y la rejouissance trae consigo la satisfacción más allá del alcance de los asuntos materiales.

En su vida política, que tiene un espacio amplio en sus Ensayos, nos proporciona un consejo bien apropiado: “Debemos ser no tanto racionales como razonables”.
FIN

El cenotafio de Michel de Montaigne restaurado fue expuesto en el Museo de Aquitania en Burdeos en marzo de 2018. Foto EDH / AFP