La bala todavía está ahí, en el medio de su espalda.
“No sentía dolor, era como una brasa, algo caliente que estaba en mi cuerpo. Me dejaron varias horas en el consultorio. El doctor me dijo ‘acá están las placas’ y que no me podían operar porque la bala estaba en la vértebra, había cortado la vértebra y quedó incrustada allí”.
David Chávez cuenta su historia sin dramatismo, como el que acepta el destino pero no se resigna. Al contrario, se propone sobresalir. Habla en la previa de su entrenamiento de lanzamiento de jabalina, en su silla de ruedas, en el estadio Mágico González. El sol impiadoso de la media mañana parece afectarnos a todos menos a él. Será uno de los 14 atletas paralímpicos que representarán a El Salvador en los Parapanamericanos de Lima 2019. Tras la charla empezará a lanzar jabalinas, una tras otra, buscando esos centímetros que lo puedan ubicar en el olimpo de los Juegos en Perú.
Palabra autorizada
Sus sueños de ser bombero quedaron truncados aquel 7 de enero de 2015. El obstáculo de la vida se lo pusieron unos seis pandilleros que lo cruzaron en la calle pasadas las 6:00 p.m. “Me robaron y me desnudaron, querían ver si tenía algún tatuaje en mi cuerpo. Me pusieron la pistola en la frente y me decían que me iban a disparar. Después, me pidieron que empezara a caminar y cuando había caminado tres metros, sentí un rozón en el estómago; ya no me pude levantar. Él me quería seguir disparando, pero creo que se le encasquillaron las balas en la pistola”.
Todo fue muy rápido en aquella tarde que no olvidará. “Recuerdo que después vino un carro, iluminó donde estábamos y ellos se fueron corriendo. De ahí, me auxiliaron y me llevaron al hospital Rosales”.
David trabajaba y estudiaba. Era un miércoles cualquiera en el que salía de estudiar; lo interceptaron cuando iba al taller a trabajar “para ayudarle a mi papá a hacer muebles. Aprendí con él carpintería y a pintar muebles… Me gustaba”.
Las deliberaciones en el hospital parecían interminables. Los médicos insistían en que si lo operaban, David podía quedar “en modo vegetal”. Los riesgos eran muchos si se intentaba destrabar las vértebras para poder sacarle la bala. Los papás decidieron no operarlo, aunque la decisión conllevaba una consecuencia dolorosa: David no volvería a caminar…

Hoy asegura que no pensó nunca que serían sus últimos días, aunque su vida estaba en peligro real. Y la vuelta no fue fácil. Tras 20 días en el hospital, estuvo dos meses sin poder moverse de la cama en su casa. “Mi mamá me hacía todos los quehaceres, necesitaba ayuda para movilizarme. Uno queda muy débil después de todo eso, no se puede levantar por su propia cuenta…. Cuando empecé a estar en sillas de ruedas me sentía diferente, miraba a mis hermanos corriendo, me daban ganas de jugar fútbol, y sí, también me daban ganas de llorar”.
De a poco, su vida recobró el sentido. Mucho tuvo que ver el centro de rehabilitación ISRI. “Cuando fui a rehabilitación, me dije yo estoy jodido pero ver a más personas peores que mí y que por milagro siguieron vivas, me motivó a seguir adelante y a aceptarme”. La rehabilitación fue lenta pero firme. De la mano de doctores, fisioterapeutas y sicólogos, fue encontrando el camino. Y allí conoció a Armando Callejas, que lo introdujo en el mundo de los deportes.

Sueños
De los sueños truncados de bombero a los sueños deportivos de medallas. Los Juegos Parapanamericanos lo esperan como uno de los candidatos a podio de la delegación salvadoreña. Aunque para este presente debió recorrer un largo camino.
Entre la vida y la muerte
Todo comenzó con su encuentro con Callejas en el ISRI. Le empezó a hablar del baloncesto en silla de ruedas; David decidió intentarlo y no le fue nada mal. Fue parte de la delegación salvadoreña que fue a Brasil a un torneo juvenil. Sin embargo, decidió cambiar a levantamiento de pesas tras un año de lanzar al aro. “En conjunto pierde uno y pierden todos. Siento que en el deporte individual uno sabe mejor en qué falla y en qué puede mejorar”. También representó a El Salvador en eventos internacionales en Nicaragua y Colombia. Sin embargo, no tuvo un buen rendimiento.
Hasta que le ofrecieron un nuevo cambio de deporte. Y acertaron: en el atletismo sus especialidades son lanzamiento de jabalina e impulsión de bala. En ambos ya ha destacado y logrado medallas.

Para la clasificación a los próximos Juegos Parapanamericanos de Lima 2019 , se fue a competir a la capital peruana y, además de lograr el boleto, se colgó la medalla de oro en jabalina y la de plata en bala.
“Yo iba por la clasificación y terminé ganando la competencia. Cuando dijeron ‘David Chávez, medalla de oro para El Salvador’, me sentí totalmente orgulloso porque era mi primera medalla y en Sudamérica. Sí, muy feliz”.
Solicita apoyo
No fue casualidad; llegó gracias a un intensivo trabajo de entrenamiento. David vive en la Villa CARI, que lejos está de tener un estado digno para practicar deportes. Y los fines de semana va a La Paz, San Luis Talpa, donde lo esperan sus padres Evelyn y Ludwin, con sus hermanos Fernando (12 años) y Vladimir (21). En una humilde casa prestada de bloques y láminas y acondicionada para su silla de ruedas, teje sus sueños de sobresalir en el deporte. De los dos días que está con su familia, uno, el domingo, lo utiliza exclusivamente para el estudio. Busca sacar el bachillerato -postergado por el asalto- en el Centro Escolar San Luis Talpa, modalidad flexible…
“Mis papás están orgullosos de que yo represente al país. Cuando ellos supieron y les cayó que yo iba a quedar en silla de ruedas, fue un golpe bajo. Pero me dijeron ‘siempre vamos a estar contigo y te vamos a apoyar’. Sintieron una presión conmigo. A veces me dicen en broma ‘vos ni pasas en la casa, solo vagando’. Pero están felices conmigo porque estoy representando a El Salvador en distintos países”.
En Lima 2019 va por más. Su objetivo es mejorar su marca y también clasificar al mundial de Dubai. “Tengo fe en Dios y en mi que voy a lograr otra medallas”, confía.
Vuelve de su casa a San Salvador los lunes a las 4:00 am. Y se entrena todos los días desde las 9 de la mañana en el estadio “Mágico González” o en la Villa Cari, dependiendo de las instalaciones. Por la tarde va al gimnasio, “vital para mantener buen físico y buena salud”. Su entrenadora, Jessica Cornejo, destaca de él su “pasión y actitud”.

Su actualidad tampoco es fácil. Movilizarse en silla de ruedas en El Salvador suele ser pavoroso. “Si el terreno donde voy transitando es de tierra, se hace muy difícil. En San Salvador me puedo mover bien, pero uno se molesta porque las rampas no están en condiciones o los carros las estropean. Un día fui a un banco y no tenía ascensores ni rampas, eran 6 gradas que tenía que subir y me tuvieron que levantar entre dos personas”.
Al difícil día a día se le suma un deporte que no es sencillo de practicar más allá del sacrificio y exigencias del deportista. Aunque está el esfuerzo del Comité Paralímpico siempre necesita equipo para entrenar, jabalinas, ligas, zapatos, víveres ,vitaminas, alfombras para hacer ejercicios en el suelo, pelotas medicinales, implementos para la silla de ruedas, baleros, cojín, sondas, pampers, y muchos etcéteras. Todo lo hace a pulmón mientras espera el patrocinio de alguna empresa o persona que se anime a apoyar al deporte adaptado.
Allá va la jabalina, surcando el aire del estadio “Mágico González”. Por un centímetro más pelea David. Ese que le puede dar un podio o una clasificación mundialista.
La bala sigue ahí, vencida, en el medio de su espalda.