“Aprendí a respetar el tiempo, el tren tiene hora exacta”: Óscar Panameño, el último boletero de la estación ferroviaria de Sonsonate

Panameño llegó a trabajar en la estación del tren a los 12 años, ahí vendía refrescos. Como la de él, hay otras historias de sus excompañeros de trabajo, quienes con nostalgia regresaron a sus antiguos puestos.

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??scar Panameño inició a trabajar en la estación del tren desde los doce años como vendedor de refrescos. ???La estación me trae recuerdos de mi niñez, de mis doce años cuando me decían Botellita, ver esas bodegas donde trabajé y no olvidarme de donde vengo, es el orgullo más grande???, recuerda con nostalgia ??scar, el último boletero de la estación ferroviaria de Sonsonate. Foto EDH / Jessica Orellana

Por María Navidad

2019-07-06 9:00:41

“La estación me trae recuerdos de mi niñez, de mis 12 años cuando me decían ‘botellita’, ver esas bodegas donde trabajé y no olvidarme de donde vengo es el orgullo más grande”, recordó con nostalgia Óscar Panameño, el último boletero de la estación ferroviaria de Sonsonate.

A la edad de 12 años Óscar llegó a la estación, no como trabajador, sino de vendedor de refrescos para los talleres y tripulantes del tren. Cinco años después, con 17 años de edad, entró a trabajar a las bodegas del tren y así fue desempeñando varios cargos como brequero y taquillero. La mayor parte de tiempo cubría los días de descanso de sus compañeros.

Uno de los cargos que más disfrutó fue ser boletero, viajar en el tren se convirtió en su pasión, le permitió conocer muchos lugares y sobre todo tener la habilidad de bajarse y subirse rápidamente de los vagones, los motoristas le apodaron “Mico zarco”, mico por su agilidad de tirarse del tren y zarco por el color de sus ojos.

El debut como taquillero fue en el recorrido de Sonsonate hasta Acajutla en una Semana Santa, en esa fecha viajan muchos pasajeros y se subían sin comprar boleto. El joven Óscar debía estar atento y desempeñar bien su cargo.

Panameño inició su trabajo en el ferrocarril allá por 1946 y se retiró a mediados de 1949; pero su pasión por los trenes inició en 1943 cuando llegaba a vender refrescos.

“Pase 447 días seguidos en la estación de bandera (de boletero), llamada Calle Real entre Milingo y Apopa”, recordó Panameño.

Aunque su paso por el tranvía no fue extenso, tiene grabado en su memoria cada momento vivido con sus compañeros, la estación fue una escuela donde aprendió no solo de trenes sino del día a día de la vida.

“Lo que más aprendí (en la estación) fue a respetar el tiempo, el tren tiene una hora exacta para salir, el conductor dice ‘vámonos’ y el maquinista arranca los motores, sí el boletero no estaba ahí se quedaba y perdía su trabajo”, explicó.

Durante largas jornadas estuvo entre locomotoras, su vida giró entorno al tren: en los vagones comió, descansó y hasta durmió.

El último trabajo que desempeño fue de chequear las exportaciones de sacos con café. A la 1:00 de la mañana salían del puerto las locomotoras, las burras (maquinas miniatura) eran las encargadas de transportar a los productos a los barcos, cargaban al muelle hasta 50 sacos con café.

Han transcurrido 71 años desde que Óscar Panameño perteneció a la estación y aún añora esos años, sin pensarlo expresa que si volviera a nacer, trabajaría de nuevo en la estación. El pasado 24 de mayo logró en un emotivo encuentro compartir con sus ex compañeros de trabajo, y la alegría de verlos no cabía en su rostro.


Augusto Colocho, el motorista de la Bala de Plata

Augusto Colocho Rojas, de 87 años, es originario de Acajutla y durante 15 años estuvo al mando del famoso tren Bala de Plata, en la estación ferroviaria de Sonsonate. Ser chofer del carro motor, como también se le conocía en 1950, era de prestigio, ya que era transporte de primera clase.

A los 17 años de edad entró a trabajar en los talleres de reparación de motores y se desempeño como ayudante durante tres años. Augusto llegó a la estación porque ser ferrocarrilero es una tradición familiar, su padre desde pequeño le enseñó la pasión por las locomotoras. Augusto padre, laboró durante toda su vida en la estación.

Colocho recuerda que su padre fue de los primeros gerentes de la terminal en Acajutla. “A mi desde que estaba pequeño me gustaba venir a los talleres, fue una escuela donde salieron muchos obreros, profesionales de los talleres del ferrocarril, aquí también había fontanería y mecánica”, explicó Colocho.

A los tres años de estar en la mecánica, su jefe en ese momento era “Chicho” Molina (como era conocido) lo incentivó a que aprendiera a manejar, sin pensarlo dos veces Colocho ya estaba entre las vías con sus primeras experiencias.

La llegada del tren era un espectáculo, ventas por todos lados y personas de un lado a otro. En las estaciones resaltaban las emociones encontradas entre las familias.

Augusto Colocho Rojas. Foto EDH / Jessica Orellana

Desde los primeros rayos de sol, el tren encendía los motores y Colocho aún recuerda la primera vez que manejo solo hacia San Salvador. Era un manojo de nervios porque sus recorridos siempre estuvieron acompañados por uno de los mejores maquinistas de la estación, Luis Alfaro. El conductor no podía distraerse ni un minuto, más que todo en los cruces con los otros trenes porque un pequeño descuido podría provocar un accidente, comentó Colocho.

En esa época la Bala de Plata fue un carro de lujo porque las carreteras no servían y en invierno los lodazales impedían el paso libre.

El costo del tíquet de la bala de plata era de 1.25 de colón y el tren tradicional costaba 50 centavos. El carro motor era más rápido, para San Salvador se tardaba dos horas y el tren realizaba el recorrido en cuatro horas.

Los pasajeros de la bala solo podían llevar una maleta o maletín, pero en los otros vagones llevaban carga pesada y hasta animales.

Este maquinista fue conocido por sus amigos como el maestro o entrenador, por su vocación para enseñar a sus a compañeros todo los conocimientos que albergaba del tren.

Desde hace 59 años dejó los vagones. Colocho añora volver a ver la estación llena de trenes. “Tengo la esperanza que en algún día van a renacer los trenes pero de pronto seguiremos viéndolos en nuestros museos”, expresó con nostalgia.

A los 17 años de edad entró a trabajar en los talleres de reparación de motores, se desempeñó como ayudante durante tres años. Augusto llegó a la estación porque ser ferrocarrilero es una tradición familiar, su padre desde pequeño le enseñó la pasión por las locomotoras, Augusto padre, laboró durante toda su vida en la estación, Colocho recuerda que fue de los primeros gerentes de la terminal en Acajutla.
Foto EDH / Jessica Orellana

Juan Martínez, tres décadas de recuerdos sobre su vida en los rieles

Con la vista puesta en los rieles tiraba de la palanca con todas sus fuerzas. Ese fue Juan Antonio Martínez, el maquinista del tren número 12, en Sonsonate.

El “chapín” Martínez, como era conocido en el convoy, trabajó más de tres décadas en las locomotoras. El primer ferrocarril que tripulo era a vapor.

A sus 86 años aún hace memoria de lo que un día fue el ferrocarril. Entre los vestigios de la estación reconoce cada departamento en el que trabajó y antes de ser maquinista fue ayudante y luego fogonero; pero desde joven mostró habilidades para manejar.

Para él las máquinas número 8 y 12 eran las más rápidas, casi volaban, lo más importante era saber conducirlas, el movimiento de las palancas destacaba en su trabajo.

Martínez comentó que su apodo se lo debe al equipo de fútbol donde participó , fue portero de los equipos federados de Sonsonate, sus destrezas no solo estaban en el ámbito laboral sino también en el fútbol.

Si regresara el tiempo Martínez volvería a las maquinas, para él lo que se aprende no se olvida. Aunque sus dolencias le impiden caminar y desenvolverse por sí solo, no impiden sus ganas de subirse de nuevo a lo que fue su mejor experiencia, el ferrocarril.

VIDEO: Los hombres que movieron el ferrocarril en Sonsonate se reencuentran

Con nostalgia de regresar a sus antiguos puestos en la estación del tren, en Sonsonate, se reunieron 19 ex ferrocarrileros, las edades de ellos oscilan entre los 70 a 98 años.

El Chapín Martínez. Foto EDH / Jessica Orellana