“La estación me trae recuerdos de mi niñez, de mis 12 años cuando me decían ‘botellita’, ver esas bodegas donde trabajé y no olvidarme de donde vengo es el orgullo más grande”, recordó con nostalgia Óscar Panameño, el último boletero de la estación ferroviaria de Sonsonate.
A la edad de 12 años Óscar llegó a la estación, no como trabajador, sino de vendedor de refrescos para los talleres y tripulantes del tren. Cinco años después, con 17 años de edad, entró a trabajar a las bodegas del tren y así fue desempeñando varios cargos como brequero y taquillero. La mayor parte de tiempo cubría los días de descanso de sus compañeros.
Uno de los cargos que más disfrutó fue ser boletero, viajar en el tren se convirtió en su pasión, le permitió conocer muchos lugares y sobre todo tener la habilidad de bajarse y subirse rápidamente de los vagones, los motoristas le apodaron “Mico zarco”, mico por su agilidad de tirarse del tren y zarco por el color de sus ojos.
El debut como taquillero fue en el recorrido de Sonsonate hasta Acajutla en una Semana Santa, en esa fecha viajan muchos pasajeros y se subían sin comprar boleto. El joven Óscar debía estar atento y desempeñar bien su cargo.
Panameño inició su trabajo en el ferrocarril allá por 1946 y se retiró a mediados de 1949; pero su pasión por los trenes inició en 1943 cuando llegaba a vender refrescos.
“Pase 447 días seguidos en la estación de bandera (de boletero), llamada Calle Real entre Milingo y Apopa”, recordó Panameño.
Aunque su paso por el tranvía no fue extenso, tiene grabado en su memoria cada momento vivido con sus compañeros, la estación fue una escuela donde aprendió no solo de trenes sino del día a día de la vida.
“Lo que más aprendí (en la estación) fue a respetar el tiempo, el tren tiene una hora exacta para salir, el conductor dice ‘vámonos’ y el maquinista arranca los motores, sí el boletero no estaba ahí se quedaba y perdía su trabajo”, explicó.
Durante largas jornadas estuvo entre locomotoras, su vida giró entorno al tren: en los vagones comió, descansó y hasta durmió.
El último trabajo que desempeño fue de chequear las exportaciones de sacos con café. A la 1:00 de la mañana salían del puerto las locomotoras, las burras (maquinas miniatura) eran las encargadas de transportar a los productos a los barcos, cargaban al muelle hasta 50 sacos con café.
Han transcurrido 71 años desde que Óscar Panameño perteneció a la estación y aún añora esos años, sin pensarlo expresa que si volviera a nacer, trabajaría de nuevo en la estación. El pasado 24 de mayo logró en un emotivo encuentro compartir con sus ex compañeros de trabajo, y la alegría de verlos no cabía en su rostro.
Augusto Colocho, el motorista de la Bala de Plata
Augusto Colocho Rojas, de 87 años, es originario de Acajutla y durante 15 años estuvo al mando del famoso tren Bala de Plata, en la estación ferroviaria de Sonsonate. Ser chofer del carro motor, como también se le conocía en 1950, era de prestigio, ya que era transporte de primera clase.
A los 17 años de edad entró a trabajar en los talleres de reparación de motores y se desempeño como ayudante durante tres años. Augusto llegó a la estación porque ser ferrocarrilero es una tradición familiar, su padre desde pequeño le enseñó la pasión por las locomotoras. Augusto padre, laboró durante toda su vida en la estación.
Colocho recuerda que su padre fue de los primeros gerentes de la terminal en Acajutla. “A mi desde que estaba pequeño me gustaba venir a los talleres, fue una escuela donde salieron muchos obreros, profesionales de los talleres del ferrocarril, aquí también había fontanería y mecánica”, explicó Colocho.
A los tres años de estar en la mecánica, su jefe en ese momento era “Chicho” Molina (como era conocido) lo incentivó a que aprendiera a manejar, sin pensarlo dos veces Colocho ya estaba entre las vías con sus primeras experiencias.
La llegada del tren era un espectáculo, ventas por todos lados y personas de un lado a otro. En las estaciones resaltaban las emociones encontradas entre las familias.