Aunque todavía tenemos confianza en nosotros mismos, adentrados en el siglo XXI debemos esforzarnos para mantener una actitud mucho más optimista. En los años 60 y 70, cuando nuestra extraordinaria reputación nos precedía internacionalmente, en el ámbito empresarial y laboral, nos llegamos a llamar “el Japón de Centroamérica” y no nos costaba mucho aceptarlo: así nos veían otros y así nos veíamos a nosotros mismos.
En estos tiempos, aunque en nuestro corazón nos sentimos muy capaces, la reputación que nos precede ha cambiado mucho y nos ven con desconfianza, como si todo el país es un territorio de forajidos tatuados, de funcionarios deshonestos.
Semejante reputación ha hecho mella en nuestras mentes, así como llamarnos “guanacos” (bello animal pariente de la llama, manso y tranquilo, fácil de domesticar, pero en definitiva un mal sinónimo para “ingenuos”), o llamarnos “el Pulgarcito de América” ha sido motivo de orgullo, pero deberíamos renunciar ya a ese tipo de calificativos, pues nos da connotación de “pequeñez”.
Otro tema hartamente discutido es el de la corrupción. Hemos llegado a creer que aquí no se puede hacer negocios si no está de por medio el soborno y la “mordida”. Hemos llegado a aceptar que es suficiente que nuestra selección de fútbol pierda cada partido “jugando regular”, o empate jugando mal. …No es posible continuar así, no llegaremos más allá de la imagen pobre que tenemos de nosotros mismos. Estamos fijando demasiado la mirada en nuestras debilidades y errores.
¡Basta de eso, salvadoreños! Este es el momento: es importante y urgente renunciar a lo negativo, a todo aquel lastre que continúa dejando herencia de impotencia a nuestros hijos, de error a nuestros gobernantes, de discapacidad a nuestros emprendedores, de mal ejemplo delictivo a las presentes nuevas generaciones. Llegó el tiempo de decidir vernos a nosotros mismos como ganadores, cambiemos nuestra imagen propia, fortalezcamos nuestra autoestima.
Es el momento de fijar la mirada en nuestras fortalezas.
Despojémonos de la idea de que somos pequeños y veámonos a nosotros mismos como gigantes, como una población honesta, capaces de ayudarnos mutuamente sin la necesidad de destruir a otros salvadoreños. Abandonemos el odio, el resentimiento, porque son anclas demasiados pesadas para avanzar. Decidamos vivir con una actitud de fe. Edifiquemos y controlemos nuestras circunstancias y nuestro entorno. Renunciemos a que ellos nos controlen a nosotros y, aunque los resultados tarden un poquito en llegar, debemos estar seguros de que llegarán. Saber esperar y confiar que si perseveramos los resultados están allí, sin duda alguna.
Es crucial sostener esta actitud hasta lograr transmitirla de generación a generación, incluso neuronalmente, hasta superar el estrés postraumático de la guerra que nos apoca. Somos el Torogoz (que no pueden vivir en cautiverio y cuidan juntos a su familia) y no somos más el guanaco. Somo gigantes y no más pulgarcitos. Tengamos una mentalidad próspera, salvadoreños. Nuestro Dios es más grande que nuestros problemas.
Nota: inspirado por el libro de Joel Osteen.
Militar y economista