Los abogados

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Foto Por Cortesía

Por Luis Mario Rodríguez R.

2019-06-27 4:00:21

(Extracto del discurso en ocasión
del día del abogado en la USAM el 25-06-19)

Los principales periódicos del mundo publican este día una fotografía que muestra una escena, a la vez que impresionante, profundamente conmovedora, de dos compatriotas nuestros, un joven de 25 años, Óscar Martínez Romero y su pequeña hija Valeria, de apenas dos años de edad, que encontraron la muerte, ahogados, mientras intentaban cruzar el Río Bravo en dirección a los Estados Unidos.

Este trágico acontecimiento, en pleno siglo XXI, nos apremia a cuestionar el nivel de compromiso que tenemos con El Salvador ¿Para qué nos formamos los abogados sino para defender los derechos fundamentales a la vida, a la integridad física y moral, a la libertad, a la seguridad, al trabajo, a la propiedad y posesión? ¿Por qué a Óscar y a su hijita Valeria no los protegimos en la conservación y defensa de esos derechos? ¿Qué hicimos o qué dejamos de hacer para que las instituciones, el sistema económico, los partidos, los funcionarios y los políticos, los académicos y las universidades no enfrentáramos, a tiempo y diligentemente, el drama de los migrantes, de los miles de pandilleros que viven al margen de la sociedad y de los más desposeídos?

Una probable respuesta a esa incógnita es que no hemos estado dispuestos a hacer lo que corresponde, donde nos lo pidan y en el momento oportuno. Y los hombres de leyes, los juristas, los emplazados en primera fila a defender el Estado de Derecho y la Constitución, hemos sido los menos diligentes. Nos sedujeron el ejercicio de la profesión, los clientes, el prestigio y la comodidad de los despachos.

Para transformar al país, para ser un agente de cambio en una sociedad enferma, se debe optar por una sola vocación. Muy pocos, por lo menos en mi generación, escogieron el ejercicio de la función pública o una ocupación a tiempo completo en las gremiales o en la academia.

Es hora de actuar, ciertamente con prudencia, pero al mismo tiempo sin conformismo. Estamos obligados a responder, aunque tarde, a los sueños de Óscar y de la pequeña Valeria. Tenemos que involucrarnos y dejar el confort de las oficinas, la virtualidad de las redes y el protocolo de los eventos e incidir para modificar las condiciones que empujaron a la familia Martínez a emigrar.

La salida a esta encrucijada no la encontraremos en el debilitamiento de las instituciones, de los partidos o en la jubilación de buena parte la clase política. Es todo lo contrario: necesitamos instancias de control más efectivas, organizaciones partidarias sólidas y políticos que sepan dialogar sin importar que tengan treinta o setenta años.

Hoy quiero agradecer a grandes juristas, en el sentido estricto de la palabra, que entendieron esta realidad en su justa dimensión, que fueron o han sido hombres de su época y que encararon su destino con entereza y coraje. Para ellos es este singular homenaje, como abogados meritísimos, y no para los que apenas llevamos un corto recorrido. Vienen a mi memoria los nombres de los Doctores Reynaldo Galindo Pohl y José Gustavo Guerrero, ambos salvadoreños universales. También destacan René Fortín Magaña, Alfredo Martínez Moreno y David Escobar Galindo, que intuyeron con sabiduría el rol que estaban llamados a desempeñar.
Asimismo rindo honores a los maestros José Enrique Silva, Manuel Arrieta Gallegos, Adolfo Óscar Miranda y Humberto Guillermo Cuestas; y a los queridísimos profesores Enrique Sorto Campbell, Carlos Quintanilla Schmidt y Raúl Arévalo, entre otros muchos, que forjaron los prolegómenos del Derecho en aquel grupo de jóvenes estudiantes que iniciamos la carrera hace casi 30 años.

Agradezco a mis colegas de la PGR, de la PDDH, de la CSJ, de la Asociación Nacional de la Empresa Privada, de la Secretaría Jurídica de la Presidencia de la República y de FUSADES, por convertir mi trabajo en una actividad apasionante que he disfrutado durante las últimas tres décadas. Por supuesto y de manera muy especial, le doy las gracias a mi querida esposa Luz de María y a mis hijos Lucita y Luis Antonio por su amor incondicional y por su comprensión ante los distintos proyectos que he emprendido y en los que siempre me han acompañado. A mis queridos padres y a mi hermano por formar al hombre que soy; y a una persona muy especial con la que hemos compartido etapas y momentos históricos desde la ANEP, a la que me invitó a finales de los noventa, con apenas 25 años de edad, con la intención de salvaguardar los principios de la libre empresa; me refiero a don Ricardo Félix Simán.

A la Universidad Salvadoreña Alberto Masferrer y en especial a su Rector, Doctor César Augusto Calderón, lo mismo que a la Junta Central de Directores, muchas gracias por permitirme celebrar el Día del Abogado con este reconocimiento. Y gracias a Dios, que por intercesión de la Santísima Virgen, me dio paciencia en la tribulación”.