Cuatro relatos de víctimas de “abuelas carteristas” en San Salvador

¿Quién puede sospechar que una sonriente anciana que se acerca o una que pide ayuda es una ladrona? Pues de esa manera han sido sorprendidos algunos ciudadanos. Aquí se comparte cuatro historias de personas asaltadas por estas señoras en la calle o el autobús.

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Historias de abuelas que aprovechan que alguien se compadece de su apariencia y falsa necesidad para convertirlos en sus víctimas y robarles pertenencias, como teléfonos celulares o carteras. Foto EDH

Por Jessica Guzmán -Mirella Cáceres -David Marroquín -Alex Torres

2019-06-22 10:45:37

Sus canas y cansinos andares son su mejor arma. Sus frágiles brazos, la idónea herramienta para extraer carteras, teléfonos celulares y otras pertenencias de personas que les auxilian o viajan distraídos en autobuses.

Son las abuelas del hampa o abuelas que aprovechan que alguien se compadece de su apariencia y falsa necesidad para convertirlos en sus víctimas. Estas son alguna historias reales, contadas por las víctimas que han caído en manos de este tipo de carteristas.

“¡Ups!”, la expresión de la abuela pillada tras robar teléfono

En El Salvador, el interior de las unidades de transporte público es, muchas veces, escenario de robos, abusos, agresiones, por lo que quienes hacemos uso de estas unidades debemos andar “ojo al cristo”.

Abordé el microbús de la Ruta 26, rumbo a mi trabajo y no iba adentro, ni se subió ningún cara de delincuente. Ya para bajarme en una parada de la avenida España, en el centro de San Salvador, una señora como de 70 años de edad, que también viajaba en el transporte, me dijo: “me voy a agarrar de usted para bajarme porque me cuesta”. Y así , bajó y siguió platicándome agarrada de mi brazo izquierdo, cruzamos la calle mientras me decía: “sí, es que me cuesta, y yo me agarré primero de la otra muchacha y me cuesta cruzarme la calle”. Cuando estábamos al otro lado se soltó y me dijo: “que le vaya bien” mientras se agachaba a recoger un desecho de plástico.

Yo, al verla, pensé: “Ah, recoge material reciclable”. Caminé tres metros y toqué mi cartera, es algo instintivo corroborar que el teléfono celular esté ahí, pero no estaba, abro mi cartera y no, no estaba, me vuelvo inmediatamente a la anciana, quién fingía hablar por celular esperando cruzar otra calle. Llegué a donde ella y me paré enfrente suyo y muy molesta le digo: “mi teléfono”, y ella sin dejar de fingir que hablaba, se mete la mando en el brasier, lo saca y me lo da. Solo le dije “señora no haga esas cosas” y solo puso cara de “¡ups!” . Me di la vuelta y seguí hacia mi trabajo, sorprendida de aquello.

Es una anciana de piel morena, luce un moño en el pelo, canosa, delgada, con vestido sencillo y delantal; tiene un aspecto que aquí diríamos “humilde”. En mi mente, al verla, pensé que era una pobre mujer vulnerable, pero no, es una viejita delincuente.

Una abuela angelical sorprendida con las manos… en el bolso ajeno

Yo esperaba el autobús de la Ruta 29, sobre la 3a. Calle Poniente. Iba para mi casa después de una jornada larga y agotadora. Eran casi las 7:00 p.m. y la parada estaba abarrotada de gente, al punto que había poco espacio entre las personas que esperábamos el autobús.

De repente, vi que se fue acercando una señora, de unos 60 años de edad; su cabello canoso y alborotado. Usaba un delantal sobre el vestido y en el brazo derecho una bolsa con aparentes comprados del supermercado.

Yo estaba desesperada porque el autobús en el que me trasladaba a la colonia nunca aparecía. Pero a la vez noté que la señora solo veía a todos lados con una leve sonrisa en el rostro pero nunca se subía a ninguno de los autobuses que se detenían. Solo se movía de un lado a otro entre la gente con una sonrisa perenne.

De pronto, la tenía a la par mía, tenía los brazos cruzados entre el pecho y la cintura. En uno de sus brazos pendía la bolsa. Hasta ese momento yo estaba más concentrada en los autobuses y microbuses que arribaban que del movimiento de las personas.

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Aunque era bastante la cantidad de personas que se movían a mi alrededor, me pareció raro que tuviera a la señora demasiado pegada a mí. De repente, sentí que me halaron la cartera. Me le despegué de inmediato y vi como la mano salía de mi cartera y quedaba en el aire.

La señora cruzaba los brazos y con la bolsa en uno de sus antebrazos escondía la otra mano que usaba para bolsear a todo el que pudiera.

Cuando se vio descubierta, se movió rápidamente varios metros y desde la distancia me volvió a ver con una sonrisa inocente, como si nada hubiera pasado. Me quedé observándola y noté que esa era su forma de operar.

La señora no alcanzó a sacar nada de mi bolso, pero, ¿a cuántos desprevenidos habrá hurtado esa noche? No lo sé.

La asaltante de la Ruta 11-B

Una señora morena, canosa, de unos 65 años de edad, se sube todas las mañanas a microbuses de la Ruta 11-B, particularmente cuando estos van llenos de pasajeros y transitan por el barrio Modelo, al sur de San Salvador.

Mientras las personas van distraídas, se topa a ellas y les sustrae cualquier objeto de valor, en especial busca teléfonos celulares y carteras. Conseguido su objetivo, se baja del microbús, una parada antes de llegar al Hospital Nacional de la Mujer.

En ocasiones se hace acompañar de una joven de unos 27 años, de piel blanca y complexión robusta. Ella le ayuda a esconder lo que la anciana roba a los pasajeros.

Una carterista en la Ruta 10

La señora de unos 65 años pasaba desapercibida por los pasajeros de un autobús de la Ruta 10. Ella iba sentada casi frente a la puerta de salida del autobús. Lo que llamó la atención de los usuarios es que la señora se levantaba cada vez que otros pasajeros se ponían en la puerta de salida para bajarse en la siguiente parada.

Ella aprovechaba el brusco movimiento del autobús para simular que se podría caer y se topaba a las otras personas para tomarse de ellas, pero no era para detenerse, sino para tratar de meter una de sus manos en carteras, mochilas o las bolsas de los pantalones y así sustraer algún objeto de valor. Al llegar a la parada, los usuarios se bajaban, pero ella volvía a sentarse.

Pero la picardía de la señora fue descubierta. Cuando el autobús se acercaba a la siguiente parada y ella intentó la misma estrategia para tratar de “bolsear” a los pasajeros, una señora de no menos 45 años de edad que iba sentada en la parte de atrás del autobús le gritó: “No sea sinvergüenza señora”.

El regaño de la pasajera le sirvió de escarmiento porque volvió a sentarse y ya no intentó hurtar lo ajeno, al menos por ese momento.