Sus canas y cansinos andares son su mejor arma. Sus frágiles brazos, la idónea herramienta para extraer carteras, teléfonos celulares y otras pertenencias de personas que les auxilian o viajan distraídos en autobuses.
Son las abuelas del hampa o abuelas que aprovechan que alguien se compadece de su apariencia y falsa necesidad para convertirlos en sus víctimas. Estas son alguna historias reales, contadas por las víctimas que han caído en manos de este tipo de carteristas.
“¡Ups!”, la expresión de la abuela pillada tras robar teléfono
En El Salvador, el interior de las unidades de transporte público es, muchas veces, escenario de robos, abusos, agresiones, por lo que quienes hacemos uso de estas unidades debemos andar “ojo al cristo”.
Abordé el microbús de la Ruta 26, rumbo a mi trabajo y no iba adentro, ni se subió ningún cara de delincuente. Ya para bajarme en una parada de la avenida España, en el centro de San Salvador, una señora como de 70 años de edad, que también viajaba en el transporte, me dijo: “me voy a agarrar de usted para bajarme porque me cuesta”. Y así , bajó y siguió platicándome agarrada de mi brazo izquierdo, cruzamos la calle mientras me decía: “sí, es que me cuesta, y yo me agarré primero de la otra muchacha y me cuesta cruzarme la calle”. Cuando estábamos al otro lado se soltó y me dijo: “que le vaya bien” mientras se agachaba a recoger un desecho de plástico.
Yo, al verla, pensé: “Ah, recoge material reciclable”. Caminé tres metros y toqué mi cartera, es algo instintivo corroborar que el teléfono celular esté ahí, pero no estaba, abro mi cartera y no, no estaba, me vuelvo inmediatamente a la anciana, quién fingía hablar por celular esperando cruzar otra calle. Llegué a donde ella y me paré enfrente suyo y muy molesta le digo: “mi teléfono”, y ella sin dejar de fingir que hablaba, se mete la mando en el brasier, lo saca y me lo da. Solo le dije “señora no haga esas cosas” y solo puso cara de “¡ups!” . Me di la vuelta y seguí hacia mi trabajo, sorprendida de aquello.
Es una anciana de piel morena, luce un moño en el pelo, canosa, delgada, con vestido sencillo y delantal; tiene un aspecto que aquí diríamos “humilde”. En mi mente, al verla, pensé que era una pobre mujer vulnerable, pero no, es una viejita delincuente.
Una abuela angelical sorprendida con las manos… en el bolso ajeno
Yo esperaba el autobús de la Ruta 29, sobre la 3a. Calle Poniente. Iba para mi casa después de una jornada larga y agotadora. Eran casi las 7:00 p.m. y la parada estaba abarrotada de gente, al punto que había poco espacio entre las personas que esperábamos el autobús.
De repente, vi que se fue acercando una señora, de unos 60 años de edad; su cabello canoso y alborotado. Usaba un delantal sobre el vestido y en el brazo derecho una bolsa con aparentes comprados del supermercado.
Yo estaba desesperada porque el autobús en el que me trasladaba a la colonia nunca aparecía. Pero a la vez noté que la señora solo veía a todos lados con una leve sonrisa en el rostro pero nunca se subía a ninguno de los autobuses que se detenían. Solo se movía de un lado a otro entre la gente con una sonrisa perenne.
De pronto, la tenía a la par mía, tenía los brazos cruzados entre el pecho y la cintura. En uno de sus brazos pendía la bolsa. Hasta ese momento yo estaba más concentrada en los autobuses y microbuses que arribaban que del movimiento de las personas.