Keiry Martínez suele permanecer en el quinto piso del hospital de niños Benjamín Bloom. Ella es una madre que conoce a la perfección el significado de luchar contra el tiempo. Su segundo hijo, de tan solo seis meses de edad, fue diagnosticado con atresia biliar, una enfermedad que afecta al hígado y no permite que este deseche las toxinas nocivas para el cuerpo humano.
Axel nació en octubre del año pasado sin presentar complicaciones. Ni durante el embarazo o el parto hubo indicios de su enfermedad. Las sospechas de que algo andaba mal con la salud del pequeño surgieron cuando su piel y sus ojos comenzaron a tornarse de un color amarillento. Esto sucedió cinco días después de su nacimiento.
Sus padres lo llevaron, de inmediato, a la Unidad de Salud más cercana. “Me dijeron que no tenía porque preocuparme, que solo lo sacara al sol, y así hice”, recuerda Keiry. Pasaron 18 días y Axel no mostraba cambios favorables. La confirmación de la enfermedad de Axel llegó en diciembre de 2018 cuando, luego de una serie de exámenes y pruebas, determinaron el padecimiento del bebé y arrojaron como única opción un trasplante de hígado. Los doctores de Axel le dijeron a su madre que esta cirugía no podía realizarse en el país.
“Para mi todo era una bofetada, de no hacerle el trasplante, mi hijo puede fallecer en cualquier momento”, relata Keiry. Los días que esta madre ha luchado con la enfermedad de Axel, ella los describe como los más difíciles de su vida. “Es lo que toca, pero tengo la fe de que va a salir de esto”, expresa con esperanza y alivio.
Una lucha constante
El tiempo y los recursos invertidos, desde que Axel fue diagnosticado con atresia biliar, han llevado a Keiry a pasar por una serie de circunstancias que cambiaron totalmente su forma de vida. Todas las noches ella tratar de dormir sentada en una silla a la par de la camilla de su pequeño, convirtiéndose en su sombra: desde que amanece hasta que cae la noche.
Hay días en los que debe transportarse en autobús hacia su casa, en busca de ropa o medicinas para Axel. “Las ojeras, el hambre, los pies hinchados y todo lo que deba de pasar lo haré para lograr ver a mi hijo sano y salvo”, expresa.
El cuidado de su hijo pequeño la ha llevado a descuidar, hasta cierto punto, a su hija de cinco años de edad y eso la atormenta. “Mi corazón quisiera dividirse pero llega ese momento donde debes comprender quién te necesita más”, expresa, y parece que un nudo se apuña en su garganta.
El sueño de la familia es llegar un día a estar unidos bajo el mismo techo y haber superado todos los obstáculos. “¿Cuando vamos a regresar a casa?”, es la pregunta que constantemente Keiry se hace observando a Axel en su camilla, con la esperanza de tenerlo en sus brazos completamente sano. “Le pido a Dios llevar de la mano a mi bebé en un futuro a la escuela, jugar fútbol con él y verlo convertido en todo un hombre”, dice como haciendo una plegaria.