Miguel Antonio Servellón Ayala, de 27 años, es un joven que siempre llevó una vida normal y no se enfermó gravemente sino hasta los 23 años, cuando tuvo un episodio donde presentó fiebre alta y convulsiones.
Miguel manifiesta que en esa ocasión, cuando reaccionó, solo le preguntó a sus familiares qué le había pasado, pero optó por no consultar con ningún médico, sobre todo porque no volvió a ocurrirle.
Luego de esos síntomas, y cuatro años más tarde, en marzo del 2018 Servellón comenzó a tener fiebres altas y dolor de cabeza.
“Me comenzaron fiebres, un dolor de cuerpo intenso y así estuve tres días y así asistía a mi trabajo, que hasta me estuve inyectando para el dolor. Ya para el tercer día no soporté el dolor y fue cuando fui al hospital Policlínico Zacamil del Seguro (Social)”, cuenta el paciente.
Al pasar consulta en el hospital del Instituto Salvadoreño del Seguro Social (ISSS), le indicaron dos exámenes, uno de sangre y otro de orina, y que esperara los resultados.
“Fui al laboratorio, me tomaron las muestras y mientras esperaba me senté y convulsioné. Cuando vine a reaccionar, porque no recordaba nada, era como si me había desmayado. Estaba en la sala de emergencia rodeado de médicos, me quise levantar y sentí un fuerte dolor en el brazo. Entonces los doctores me acostaron nuevamente”, comenta Miguel.
El paciente explica que el dolor era por un suero anticonvulsivo que le habían colocado. Ahí le preguntaron si ya había sufrido en otra ocasión una convulsión.
Miguel les comentó que años atrás sus familiares le dijeron que había convulsionado en una ocasión, pero que lo relacionó con las fiebres altas que había tenido.
“El médico me dijo que un niño menor de dos años convulsiona por fiebre, pero que en un adulto la razón era otra y me dijo que tenía que revisar cuál era la razón de la convulsión. Me dejaron ingresado por seis días y me comenzaron a hacer los estudios. El primero fue una punción lumbar”, cuenta.