El hombre-salmón en fuga

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Por Carlos Balaguer

2019-05-14 7:34:47

Cima Taí y la montaña se dijeron adiós. La joven nómada y el arquero errante reemprendieron su andar, buscando cada quien el retorno al origen. Al irse Cima, la montaña dejó de cantar y el relinche del ashua se perdió en los desfiladeros. Cima se fue con su gente y Kanta reanudó su anhelado viaje, cada vez más cerca de la cumbre olvidada. Después de un largo trecho logró dar con el río de los peces sagrados. Allí estaban ellos, los peces de la utopía, ¡saltando sobre las turbulentas olas! Regresaban al lugar donde habían nacido, volviendo a sí mismos, como el arquero.

El hombre de las montañas era por igual otro salmón. Empezó junto a ellos a remontar las aguas y a cantar un antiguo aire aborigen: “Siempre decir adiós como las aguas del torrente. Como los peces rojos del adiós dejar el mar y regresar a los montes. Dejar atrás el ayer de la ilusión y elegir el nunca, buscando algún lugar. Pasar como los peces y la vida. Como el mismo eterno amor también pasar”. Igual que el cantar de los salmones, su corazón tenía el mismo palpitar del rumor de las aguas. El arquero quedó viviendo algún tiempo en la profunda soledad de los picos rocosos. Con su arco celeste cazaba gacelas. Hablaba con las aves para no olvidar la libertad. Gritaba su nombre a los abismos para no volverse abismo y convertirse en una sombra de piedra.