(Alerta de spolier)
El domingo vimos el tercer episodio de la octava temporada de Juego de Tronos. Dedicó sus ochenta y dos minutos a la batalla.
La caballería de Dothrakis fue destruida por el ejército de muertos en apenas unos segundos. Los cadáveres se lanzaron sobre las filas que protegían Invernalia, y fácilmente las doblegaron. Ni las llamas de las trincheras, ni los altos muros del fuerte impidieron que avanzara la muerte. Todo parecía perdido.
Arya, huyendo de los muertos entre los oscuros y angostos pasillos de Invernalia, terminó en una recámara con Melisandre. Ahí es cuando ésta le recuerda a la joven las enseñanzas de su maestro de esgrima, Syrio Forel: “Solo hay un Dios, y su nombre es Muerte; y solo hay una cosa que le decimos a la muerte: Hoy no”. En esa oscuridad se enciende un cerillo de esperanza.
La clarividencia de Bran les había señalado el punto débil del enemigo: matando a su líder, el necroejército caería por completo. Arya se movió silenciosa y llegó hasta el Rey de la Noche cuando éste acechaba a Bran bajo las ramas del arciano. Y ahí, aquella niña rebelde pero inofensiva que vimos en la primera temporada, alcanzó a herir de muerte al hombre de hielo con una daga de acero valirio. El Rey de la Noche se quebró en trizas de hielo, y los muertos que formaban su ejército cayeron de inmediato. Todos soltamos la respiración.
Ahora quedamos en espera de lo que ocurrirá en los próximos episodios, en los que las luchas por el poder serán, nuevamente, entre los vivos. Todo ha ido bien, pero que sean los conflictos humanos quienes vuelven a protagonizar la trama pinta aún mejor. En esta historia los hombres han demostrado ser más crueles y duros de vencer que el abominable hombre de las nieves. Y es que aunque este episodio ha sido uno de los mejores de toda la serie, no deja de quedar el sinsabor de la vulnerabilidad de los Caminantes Blancos.
Un talón de Aquiles como matar al Rey de la Noche nos pudo satisfacer cuando hace cuarenta años vimos que un simple disparo de Luke Skywalker en el punto preciso destruía a la Estrella de la Muerte. Pero hoy parece una salida fácil para una historia de la complejidad de Canción de Hielo y Fuego.
No dudo de que en los libros George R.R Martin elevará el reto que enfrentarán los humanos; ahí ni siquiera existe un Rey de la Noche. Eso sí, todo dependerá de que un infarto no nos prive de que Martin termine los dos últimos dos volúmenes de su historia.
La Larga Noche fue un episodio que reivindicó la esperanza. En las condiciones más adversas todos los dioses abandonaron a los humanos. Los de los antiguos veían la masacre impávidos desde los rostros de los arboles, y los siete dioses de los ándalos ni se asomaron al campo de batalla.
Pero ante las plegarias reclamando “señores, señores, por qué nos han abandonado”, Arya entiende que está prohibido rendirse y que el destino debe construirlo con sus propias manos. Al dios de la muerte se le enfrenta. Y aquí, en nuestro mundo, también.
En estos tiempos difíciles es importante no desfallecer. Pero tampoco esperemos que vengan héroes montados en dragones a rescatarnos de la pobreza, la violencia y el deterioro institucional. Cada quien debe asumir su responsabilidad en enfrentar esos problemas sabiendo que aquí, en este mundo, nuestros demonios no tienen talones de Aquiles como el Rey de la Noche o la Estrella de la Muerte. Nuestra lucha es aún más difícil, pero es posible vencer.
Abogado.