Johanna Góchez, de 31 años, fue diagnosticada con esquizofrenia paranoide, una enfermedad que causa alteraciones de la personalidad, alucinaciones y delirios; además, el paciente puede llegar a lesionar a otras personas o a ella misma.
La joven cuenta que inició con los síntomas a los 18 años cuando laboraba en una fábrica. En ese momento tuvo una crisis de la enfermedad que duró seis meses.
“A los 18 años yo trabajaba en una fábrica donde hacían medias. Yo sentía que todos mis compañeros me miraban mal, sentía que me odiaban, y cuando yo les decía que pensaba eso de ellos me decían que era mi imaginación”, comentó Johanna.
Al ver su comportamiento, en su trabajo la remitieron con una psicóloga; pero al poco tiempo la despidieron por la baja productividad laboral, lo cual, asegura Johanna, fue a causa de la enfermedad.
Con el despido tuvo una crisis y fue ingresada en el Hospital Policlínico Arce del Instituto Salvadoreño del Seguro Social (ISSS) donde pasó 32 días. Recordó que al estar ingresada pasaba solo dormida.
“Cuando yo salí del hospital iba motivada porque quería terminar la universidad, seguir trabajando. Platiqué con el médico que me atendió, quien me dijo que si me sentía con la capacidad para trabajar que lo hiciera. Y gracias a Dios logré una plaza administrativa en una droguería y realizaba bien mi trabajo, logré trabajar dos años y medio en ese lugar y luego me cambié a un banco. Me faltaban seis materias para terminar la universidad cuando volví a caer en crisis”, lamentó Johanna.
Recaer de nuevo fue frustrante para ella porque dejó todo su futuro a medias.
“Yo lloraba, me sentía mal, me aislé en mi cuarto, yo sentía que mi familia no me quería. De hecho tuvimos una etapa de mala relación y no terminé la universidad y me quedé sin trabajo”, dijo Johanna.
Antonia Marroquín, madre de la paciente, explicó que no conocía la enfermedad que padecía su hija.
“Ella daba carcajadas sin motivo, se ponía agresiva, no se quería tomar el medicamento, se ponía violenta con todas las personas de la casa pero especialmente conmigo. Yo no la podía dejar sola, rompía espejos, vídrios, tenía que andar escondiendo cuchillos, trastes, era un caos. Ella no dormía y tenía actitudes bien difíciles y yo no alcanzaba a comprender qué era la enfermedad de ella”, aseguró.
Luego fue remitida al Hospital Nacional Psiquiátrico “Dr. José Molina Martínez”. Mientras su familia y sobre todo su madre, no comprendían qué era la esquizofrenia.
“Yo me lamentaba porque decía, tanto esfuerzo, tanto estudio y mi hija enferma, qué lástima que ya no pudo seguir con sus estudios. Un día llegó una ambulancia de la Cruz Verde y la ataron para llevársela al hospital Molina, solo así la pudimos sacar de la casa porque ella era bien agresiva”, explicó la madre.
En el hospital le dieron el número de teléfono de la Asociación Salvadoreña de Familiares y Amigos de Personas con Esquizofrenia y otras Discapacidades Mentales (Asfae), donde imparten charlas para conocer las enfermedades mentales y brindan ayuda a los familiares de los pacientes.
“Lo que sentía más duro era que algunas personas la veían mal porque sí fuimos discriminados en mi comunidad. Habían personas que ya no me hablaban, cuando me preguntaban por ella me decían: ‘Cómo siguió su loca’, y para mí eso era discriminación, pasamos un montón de situaciones económicas y sociales difíciles”, explica Antonia.
La madre de Johanna indicó que le dieron el alta en el hospital a su hija y ella comenzó a ir a Asfae. “Ahí yo sentí que todos los cuidadores me dieron el aprecio, el apoyo y ahí fue donde comencé a conocer qué era la enfermedad mental, porque yo pensé que esa enfermedad era curable; pero me he dado cuenta que solo se mantiene con el medicamento”, expresó.
Un problema que manifiesta Antonia y su hija es que los medicamentos usualmente no están disponibles en el sistema de salud pública y tienen que gastar $80 cada mes para poder comprar el fármaco que necesitan para la enfermedad.