Manuela Alejandra Romero tiene 21 años. Es callada. Tímida. En sus ojos, sin embargo, brilla un chispa de juventud incontenible, de curiosidad y ganas de aprender.
Su madre, María Elena Mejía, es su cómplice y amiga. La lleva, religiosamente, a sus clases de ballet y danza contemporánea, los lunes y miércoles.
“La satisfacción más grande es verla en un escenario con 250 niñas regulares. Esa es la actividad más grande en la que ha participado”, comenta Mejía.
Con ocho años de asistir a clases, es evidente su coordinación y las agilidad de sus movimientos. “Ya el nivel de ella viene siendo como un nivel intermedio”, reseña su maestra, Ruth Elena Rivera.
Como en todo individuo, Manuela presenta las dificultades para aprender que dependen del empeño que cada persona le ponga y del maestro que le toque. El síndrome de Down no ha sido obstáculo.
“A veces está en cada persona, dependiendo de cada maestro, que presiona de diferente manera, pero realmente limitaciones no hay”, manifiesta la profesora.
La madre cuenta que Manuela ha logrado mantener su peso ideal gracias a las clases de danza y ballet. “Por eso hacemos el esfuerzo de traerla (a las clases). Ella desarrolla normalmente sus coreografías con las demás chicas. No es la idea que sea una gran bailarina, sino que pueda aprender a coordinar (el cuerpo)”, señala Mejía.