Para la profesora Xiomara Pérez, quien llamamos así porque pidió guardar su identidad, los sueños que tenía cuando recibió su título de Licenciada en Ciencias de la Educación, especialidad Parvularia, quedaron atrapados en las calles polvosas que recorre y en cada puerta de las escuelas públicas que se le han cerrado cuando llega en busca de empleo.
Esta educadora, quien se graduó en 2010 de la Universidad Modular Abierta (UMA) de Santa Ana, labora todos los días de 7:00 a.m. a 6:00 p.m. como ordenanza en una clínica en donde devenga apenas $270.00 mensuales, monto con el que, siendo una madre soltera, apenas si logra salir con el pago de las cuentas y los estudios a sus dos hijos de 15 y 20 años de edad.
Dado que no dispone de tiempo y considerando sus experiencias anteriores, en la última convocatoria de plazas que lanzó el ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología (Mineducyt), Xiomara optó por intentar llevar sus currículos a las oficinas departamentales de Educación, bajo la idea de que la refirieran para algún centro, pero en todas recibió negativas y en más de un caso también maltratos.
En los últimos años ella ha estado tocando las puertas de entre 7 y 12 centros educativos públicos.
“(En las departamentales) lo que me preguntaban de entrada es qué licenciado me mandaba. En algunas oficinas, las empleadas ni me miraban, o me cuestionaban que por qué llegaba ahí. Uno se siente mal porque uno se quisiera desempeñar en lo que estudió”, explicó.
Según afirma para andar de departamental en departamental invierte como mínimo $60 dólares, y cuando ha ido a varias escuelas alrededor de $80. “Es lo de una quincena y esto sin comer en el camino para ahorrarse”.
Esta maestra, de 45 años de edad y originaria de Ahuachapán, cuenta que para sacar la carrera universitaria tuvo que trabajar, y a pesar de que su familia la instaba a estudiar para convertirse en enfermera, escogió la docencia porque le gusta mucho trabajar con niños y sentía que tenía vocación.
En su búsqueda por ejercer su carrera cubrió en un año de interinato a una maestra que padecía una enfermedad crónica, pero al final esta nunca le pagó, y los miembros del Consejo Directivo Escolar lo único que hicieron fue darle un pequeño monto simbólico. Luego trabajó en un colegio en donde le pagaban $100 mensuales, pero como no le alcanzaba para vivir se vio forzada a dejarlo, y en la búsqueda de otro espacio formal llegó a laborar en la clínica.
“Siempre ha sido mi sueño, mi anhelo enseñar”, insiste.
Sin embargo, hoy después de años de buscar un trabajo digno como maestra, y de pasar muchos tragos amargos, ya no duda en reconocer que sí se arrepiente de no haber hecho caso a su familia, sobre todo porque a estas alturas su situación ya no le permite estudiar algo más que le permita revertir su realidad.
“Me arrepiento de esa decisión, porque cuando uno va a buscar a los directores (de escuela) por lo de una plaza se aprovechan, lo primero que le piden es el cuerpo. Para mí es común que me digan eso”, afirma.
Xiomara afirma que ella nunca a accedido a las pretensiones que le han hecho, ya que según afirma aunque lo que gana no le alcanza pues a ella y sus hijos no les faltan aunque sea “los frijolitos”.
Recuerda que “la última vez que fui a preguntar por cupos en las escuelas vine enferma a la casa, con vómitos y migraña, de tanto aguantar hambre”.
El reto de esta educadora es grande, dado que su hijo mayor está por entrar a la universidad y quiere estudiar la carrera de medicina.
De ahí que al consultarla si seguirá buscando una vacante en las instituciones del sector público responde que “sí”, porque “siempre hay esperanza de que algún día me va a salir, digo yo”.
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