En el marco del Día Internacional de la Mujer, aquí una panorama de algunas que salieron del círculo prescrito por sus sociedades en Asia, Byzantium, el Medio-Oriente, África, Inglaterra, Francia, Italia, Alemania, El Salvador y Centroamérica. Unas eran famosas escritoras; otras no. Se les presenta, como una genealogía histórica, para que conozcamos a quienes abrieron el camino para lograr la posición actual de la mujer.
La Dama Murasaki Shikibu (ca. 973-ca.1014), del período Heian (794-1185) en Kioto (Japón), escribió lo que es considerada la primera novela de Asia: Genji Monogatari. Son más de mil páginas de relaciones amorosas e intrigas para alcanzar el poder, y fueron escritas cuando el clan Fujiwara—al que la dama Murasaki perteneció— estaba en el poder. Era un tiempo en que los amantes se comunicaban por medio de la poesía más delicada, y cuando la mirada de la muñeca desnuda de una mujer creó una lujuria de locura en el hombre que la vio.
En el período en que escribió Murasaki hubo un florecimiento de escritoras, quienes escribieron en japonés, mientras que los hombres eruditos se comunicaban en el lenguaje de la antigua China. Una mujer quien escribió en japonés lo que era, en última instancia, una novela política como Genji Monogatari, podía capturar el olor, la esencia y el poder de sus tiempos, y proyectarlos hacia nosotros por medio de esta novela del siglo XI.
Al otro lado de Asia Central, llegando a Constantinopla en el Imperio Bizantino, otra mujer estaba escribiendo, en 1148, una extraordinaria biografía de su padre, el emperador Alejo I Comneno: La Alexíada. Ana Comneno (1083-1153) nos enseña los tiempos de la primera Cruzada, predicada por el Papa Urbano II en Clermont-Ferrand (1095), y nos cuenta como un enorme grupo de civiles no armados y sin caballos ni entrenamiento militar llegó como una masiva plaga de langostas a Constantinopla, en el año 1096, con el objetivo de “liberar a Jerusalén” de los “infieles”.
Comneno describe con horror las columnas de los francos bárbaros, en tal vez la primera descripción de europeos vistos por los ojos de alguien de Bizancio en Asia Menor—en este caso fue Ana, una elegante princesa de Bizancio.
Pero su objetivo principal, en esta increíble y elocuente historia, era la de inmortalizar la vida de su padre, el emperador de Bizancio, Alejo I Comneno. En el prefacio de este biografía-historia, La Alexíada—traducción del español al griego del siglo XI, y que fue apremiada hace 10 años— nos cuenta, en las palabras de la princesa bizantina que a continuación abordaré, y que además, hay que tomar nota de que habla en primera persona:
“El río del Tiempo, irresistible, siempre moviéndose, carga y transporta todos los asuntos que nacen y los entierra en la oscuridad completa, ya sean hechos de ninguna importancia o hechos que son fuertes y dignos de conmemoración. (…) No obstante, la ciencia de la historia es un gran baluarte contra este riachuelo de Tiempo, porque el flujo irresistible lo agarra en un puño apretado para que no le permita caer en las profundidades del olvido. Yo, Ana, hija del emperador Alejo y la emperatriz Irene, habiendo estudiado profundamente el lenguaje griego, la retórica y leído los tratados de Aristóteles y los diálogos de Platón y habiendo fortificado mi mente con las ciencias—yo, habiendo entendido los efectos del Tiempo, deseo, por medio de mis escritos presentar los hechos de mi padre para que no sean víctimas del río del Tiempo y llevados a un océano de No-Recordarse, deseo remembrar todos sus éxitos”, La Alexíada.