¿Cuál es la imagen que viene a tu mente cuando escuchas sobre el “Lejano Oeste”? Quizás sea la de un lugar polvoriento en el que el agua no se asoma en meses, quizás de la un hombre con sombrero y botas de vaquero, o tal vez, la de un lugar oscuro donde se reúnen hombre a jugar y beber.
Todas las imágenes son aceptables y no están muy lejanas de la realidad que en algún momento fue el Wild West durante el siglo XIX, época de la expansión de la frontera de los Estados Unidos hacia la costa del Océano Pacífico.
Durante ese tiempo, los habitantes de los recién creados Estados Unidos vivían en un continente sin explorar en su totalidad y dominado, en su gran mayoría, por nativos asentados ahí desde tiempos inmemoriales. La frontera se encontraba a la altura de Montana en 1845, entre Oklahoma y Luisiana.
Reina Isabel II otorga distinción de honor a exprostituta
La monarca inglesa exaltó el trabajo de Catherine Healey, activista por los derechos de las trabajadoras sexuales en los años ochenta.
Según Gregorio Doval, en su obra “Breve historia del Salvaje Oeste: Pistoleros y forajidos”, los burdeles eran lugares donde “lo único que prosperaba era el alcoholismo, las enfermedades venéreas y toda clase de miserias”. El autor describe al Wild West como un lugar de “doble moral” donde las prostitutas eran vistas de forma despectivas pero consideradas un “mal necesario” porque gracias a ellas los hombres no perseguían a las jóvenes de sociedad y no molestaban con sus “lascivos deseos” a sus esposas.
Homosexualidad y prostitutas
La expansión del territorio dio paso a los pueblos de frontera que eran lugares que acogían a los colonos, campamentos mineros, puestos de entrenamiento para el ejército, alojamientos para los trabajadores ferroviarios, por ello eran lugares que se caracterizaban por la buena comida, el whisky y las amables chicas que atendían las necesidades de los viajeros.
Pero esta expansión fue protagonizada por hombres, en algunas zonas había un 20% más de hombres que de mujeres y no era extraño que los vaqueros apostaran por mantener relaciones sexuales con otros hombres.
Según publicación de ABC, el historiador Clifford P. Westermeier y Peter Boag, las relaciones sexuales entre hombres “eran algo aceptado y no eran vistos como homosexuales, esa terminología empezó a ser utilizada después”.
Además, aseguran que existen instantáneas en las que se puede ver a hombres en fiestas y “la mitad de los hombres hacían el papel de las mujeres ataviadas con parches en la entrepierna para señalar su papel femenino”.
La indecorosa carta de un Rey a sus padres sobre su noche de bodas
Los reyes de España pidieron a su hijo, Carlos III, que les contara si el matrimonio ya se había consumado y si la adolescente escogida por ellos había sido de su agrado.
La necesidad de mujeres causó la pronta inauguración de los burdeles que se caracterizaban por estar en un limbo entre la legalidad y la prohibición, se identificaban por una farolito rojo en la entrada y cortinas del mismo color en las ventanas, así disimulaban todo lo que ocurría adentro.
La prostitución contribuyó en gran medida a la economía local, por ejemplo, en esa época cerca de 50 mil mujeres se dedicaban a la prostitución.
“Las prostitutas eran tan numerosas en algunas ciudades que se ha llegado a estimar que suponían en algunos casos hasta el 25% de la población”, añade el autor.
La prostitución
Michael Rutter en su obra Upstairs Girls: Prostitution in the American West, asegura que las mujeres terminaban ejerciendo este oficio por múltiples causas, entre ellas porque quedaban abandonadas cuando sus padres morían, por perder la virginidad antes del matrimonio y en ocasiones más tristes por ser secuestradas por indios.
Un ejemplo de ello lo relata Mary Ellen Snodgrass en su obra Women and Their Art: A Chronological Encyclopedia. Cuenta la historia de Mary Elizabeth Libby Haley Thompson, quien fue conocida como Squirrel Tooth Alice (Alicia dientes de ardilla).
Ella fue capturada por los comanches cuando tenía 9 años y logró escapar tres años después, volvió con su familia pero fue marginada por la sociedad porque se asumió que había sido abusada sexualmente por los indios. Ella terminó siguiendo una banda de pistoleros, después fue bailarina y luego se dedicó a la prostitución.
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Desde los 14 hasta los 30 años se ejercía la prostitución, pero un detalle que llama la atención es que ellas podían ser mujeres casadas y sus esposos no objetaban su oficio, ya que con el dinero que ganaban se liberaban de cargos económicos ellos.
Sin embargo, habían mujeres que eran bailarinas y no se consideraban prostitutas porque su función era la de entretener a los clientes, hacer que consumieran las bebidas más caras del lugar y así ganar una propina de más.
En este oficio también habían categorías. Las mujeres peor pagadas y con menos recursos vagaban por las calles y ofrecían sus servicios sexuales a cualquiera, era común que llevaran una manta para poder arrojarla al suelo y complacer a sus clientes.
Después estaban aquellas mujeres que ofrecían sus servicios de manera independiente, ya que tenían pequeñas viviendas con una habitación, una sala y una cocina donde atendían a sus clientes.
“Algunas madames mantenían una red de casas individuales en las que ponían a trabajar a las que tenían una edad superior”, cuenta Doval.