Ingeniero Roberto Gayol y Soto. Foto EDH / Archivo personal del autor
En diversas partes de su carta, la comisión atacaba la fama y prestigio profesional del ingeniero Roberto Gayol y Soto, de quien señalaron con ironía que era “el mejor ingeniero sanitario de México”. Pero, en efecto, lo era, en aquellos momentos.
Nacido en Tulancingo de Bravo, estado de Hidalgo, el 1 de junio de 1857, estudió en la Escuela Nacional de Ingenieros hasta completar su grado de ingeniero civil, en 1881. Trabajó por varios años en el trazado de líneas de ferrocarriles, antes de asumir la subdirección de la oficina de Obras Públicas de la Ciudad de México (1885), donde le fue encomendado diseñar y ejecutar un proyecto de drenaje para la ciudad. Como parte de esas labores, construyó un sistema de bombeo para aguas residuales instalado junto al canal de San Lázaro, el diseño del sistema de drenaje para las colonias Roma y Condesa y otras obras de desagüe, que lo convirtieron en un verdadero experto del fenómeno del hundimiento progresivo del suelo de la capital mexicana, asentada sobre los canales aztecas del antiguo lago de Texcoco.
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En 1895, les fue confiada al Dr. Eduardo Liceaga y al Ing. Gayol la construcción del Hospital General de la Ciudad de México, inaugurado por el presidente Porfirio Díaz, el 5 de febrero de 1905.
En 1900, al arquitecto Antonio Rivas Mercado le fue comisionada la construcción del Monumento a la Independencia. Para su equipo de trabajo, contrató al escultor italiano Enrique Alciati para diseñar el ángel y las demás esculturas, mientras que al Ing. Gayol y Soto le asignó la parte civil de la construcción del monumento.
Se desempeñó como diputado por los Estados de Hidalgo (1894) y Puebla (1898, 1902, 1904 y 1907) y se marchó al exilio durante el gobierno del “traidor” Victoriano Huerta. Fue en ese período en el que recaló en el territorio salvadoreño, donde hubo críticas y elogios hacia sus proyectos, pero donde lo importante es que jamás le faltó trabajo.
Luego del asesinato del presidente Araujo, en febrero de 1913, el nuevo gobierno, encabezado por el empresario y agricultor Carlos Meléndez Ramírez, decidió contratar a los ingenieros Gayol y Soto y Emilio Segura para que trazaran los planos topográficos de la ciudad de Santa Ana, con los detalles suficientes para que pudieran usarse para establecer después la pavimentación y alcantarillado de esa ciudad occidental, Por ese trabajo, el gobierno nacional les pagó 15 mil colones, según quedó establecido en el contrato de rigor, suscrito el 22 de abril de 1914. Una vez concluida su tarea, los planos fueron entregados por los contratistas a la Dirección General de Obras Públicas.
Imagen de la ciudad de Santa Ana sin pavimentar. Tarjeta postal coloreada proporcionada por el Ing. Carlos Quintanilla.
Al año siguiente, el gobierno salvadoreño, mediante la Subsecretaría de Fomento, contrató al Ing. Gayol y Soto para que hiciera el “levantamiento de los planos y elaboración de los estudios necesarios y completos para llevar a cabo la desviación de las corrientes que bajan del Volcán de San Salvador en la época de invierno y amenazan perjudicar seriamente a esta capital”. Por esa obra, le fueron asignados 10 mil colones, “suma que, en verdad, no es el precio de un trabajo tan interesante, completo y laborioso como el que ha ejecutado aquel competente Ingeniero”, como lo dejó señalado Cecilio Bustamante, encargado de la Secretaría de Gobernación, Fomento y Agricultura, en su informe anual, publicado por el periódico oficial el miércoles 23 de febrero de 1916.
Durante 1916, al Ing. Gayol y Soto le fueron confiadas las labores de pavimentación y alcantarillado de la pista principal del Campo de Marte, un enorme espacio de esparcimiento público inaugurado al norte de la ciudad de San Salvador el 12 de octubre de 1892, con fondos donados por España.
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En marzo de 1917, el empresario George Harrison y el ingeniero electricista salvadoreño Rafael Lima presentaron ante el gobierno el proyecto para establecer un servicio de tranvías eléctricos dentro de San Salvador, con un ramal que los conectara con Santa Tecla, Parte de ese trayecto quedó registrado, en inglés, en el plano de San Salvador trazado por el ingeniero Gayol y Soto, del que en la actualidad conocemos un boceto ampliado, elaborado en 1921 por el salvadoreño Carlos Alvarado C., dibujante topográfico y ayudante de ingeniero dentro de las oficinas de Obras Públicas del gobierno nacional.
Foto estereoscópica de los destrozos causados por gran inundación de San Salvador, el 12 de junio de 1922. Imagen suministrada por la familia Viaud-Kuny.
En la noche del 7 de junio de 1917, el volcán de San Salvador hizo erupción y sus dos terremotos conexos sembraron devastación y muerte en la capital, Santa Tecla, Quezaltepeque, Apopa, Ateos y Armenia. Para las labores de reconstrucción, el gobierno le solicitó expresamente a René Keilhauer —vinculado hasta entonces con los ferrocarriles ingleses— que fundara en Estados Unidos una empresa que se dedicara a importar materiales de construcción para edificar la nueva capital salvadoreña con madera y lámina troquelada, al estilo de la recién reconstruida urbe californiana de San Francisco. Además, en poco tiempo, el mismo señor Keilhauer quedaría comisionado para efectuar las labores definitivas de saneamiento y alcantarillado de San Salvador. Aquello no sentó nada bien en el profesional mexicano.
Quizá en un gesto de desagravio con el Ing. Gayol y Soto y mediante decreto del 25 de julio de 1917, el gobierno de Carlos Meléndez Ramírez nombró a su hijo Ricardo Gayol Díaz (1893-¿1953?) como uno de los ingenieros dentro de la Dirección General de Caminos, Puentes y Calzadas. No volvería a tenerse ninguna noticia de sus labores en los meses y años siguientes. Es muy probable que haya abandonado suelo nacional a fines de 1917 o inicios de 1918, en compañía de su padre, su madre Virginia Díaz Salanueva (Veracruz, 1875-ciudad de México, 1919) y de sus hermanos Roberto, Virginia y Rodolfo.
Muerta su segunda esposa en 1919, el Ing. Gayol y Soto vivió rodeado de trabajo y fama. Falleció en la capital mexicana, el 29 de junio de 1936 y fue enterrado en el Panteón Español. En la actualidad, nada de su obra constructiva existe en El Salvador. Cuando se escriba la historia de la ingeniería nacional, ojalá se le destine un espacio digno, para así honrar su memoria.