En 2014, mediante la exhumación de un cuerpo femenino congelado en Alaska, un grupo de investigadores médicos, dirigido por el genetista Dr. Jefferey Taubenberger, logró obtener los genes de los pulmones de aquella víctima mortal de la “gripe española” o pandemia de influenza de 1918, que en dos oleadas sembró la muerte en prácticamente todo el planeta.
Gracias a ese trabajo, pudo saberse que aquel virus era el mismo de la gripe aviar, sin mezcla alguna, con una capacidad de multiplicación de 50 veces en un día y de 39 mil veces tras cuatro días de infección.
Aunque aquella cepa aviar originada en China tuvo 25 variedades, sólo fueron necesarias dos mutaciones en la hemaglutinina del virus H1N1 para conferirle una extraordinaria capacidad de transmisión entre los seres humanos y fuerte presencia en el sistema respiratorio, donde provocaba neumonía y, tras dos días de síntomas, el fallecimiento del cuerpo huésped.
Durante medio siglo, esta empresa con sedes en Santa Ana y San Salvador fue uno de los bancos privados autorizados por el gobierno para emitir billetes.
El primer caso de influenza en el continente americano fue registrado en Camp Funston (Kansas), el 4 de marzo de 1918. Esa fue la variedad que entró a El Salvador, por el puerto de La Unión, en la primera quincena de agosto, cuando ya en Europa se producía el surgimiento de la segunda oleada de la pandemia, debido a la llegada de las tropas estadounidenses a los campos de batalla de la Primera Guerra Mundial.
En apenas tres semanas, en la ciudad de San Miguel había más de 7 mil personas enfermas y los telégrafos de diversas poblaciones de las zonas oriental y paracentral reportaban entre 6 y 80 defunciones diarias. Empresas que implicaban trabajos en grupo, como las imprentas, talleres de costura, escuelas, cines y teatros, tuvieron que cerrar sus puertas por la falta de operarios, de docentes, escolares y público. Para la tercera semana de septiembre, el país entero era azotado por el denominado “trancazo”.
La pobreza, la falta de higiene, la ausencia de medidas preventivas y un aparato gubernamental sin experiencia en epidemias crearon una situación perfecta que permitió el avance incontrolable de la enfermedad. La gente tosía sin taparse la boca, por lo que aire expelido y saliva contribuían a expandir el virus, en especial en los barrios más populosos y socialmente excluidos de ciudades como San Miguel, San Vicente, Soyapango, Santa Tecla, San Salvador y Santa Ana.