Dos meses y medio han pasado desde que el conductor de Uber El Salvador, Carlos Antonio Castillo Rodríguez, desapareció. Su último viaje lo realizó de Apopa al paseo El Carmen en Santa Tecla; donde reportó su viaje y conversó con sus seres queridos, pero después de las 8:43 de la mañana del 10 de septiembre, ya no se supo de su paradero.
Su cuenta en Facebook ha sido cerrada y los números telefónicos que su familia dio para llamarle en caso de saber de su paradero, ya nadie los contesta.
En el ciberespacio tampoco hay una sola nota que indique del hallazgo del abogado y padre de una bebé, quien recién se había graduado de Ciencias Jurídicas y que, por falta de oportunidades, trabajaba como conductor de Uber.
Lo mismo ha sucedido con Henry Alberto Amaya Ayala, de 21 años, quien el 9 de diciembre cumplirá un año de haber desaparecido sin que, a la fecha, las autoridades tengan una pista de su paradero.
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El joven salió de casa, en Soyapango, el 14 de noviembre y fue estrangulado al siguiente día, según reporte forense. El joven trabajaba en una panadería pero soñaba con ser piloto.
Amaya Ayala había permanecido desde los 12 años en Estados Unidos y, cuando se animó a regresar al país, en diciembre de 2017, fue solo para que lo raptaran.
Tras la denuncia de su familia, las autoridades localizaron un cadáver que tenía algunas características de Amaya Ayala, pero para constatar que se trataba de él, una hermana y su madre fueron sometidas a prueba de ADN.
La familia tardó seis meses en conocer los resultados y, cuando los supieron, fueron negativos al parentesco del cadáver encontrado respecto a las muestras tomadas a la madre y hermana.
Y de nuevo comenzó aquel calvario de los parientes cuando les desaparecen a un ser querido.