María Adela Mejía Romano, de 90 años, residente en barrio Las Flores, de La Unión, recorre las calles del municipio empujando un coche viejo, que transformó en el exhibidor de sus botes con curtidos, los cuales ofrece a un dólar.
Los curtidos son elaborados por ella y su hijo Cándido Mejía, de 76 años. Ambos viven de posada en un terreno, en donde los dejan quedarse a cambio de que ellos cuiden el lugar.
“A dólar vendo los botes con curtido, me quedan bien sabrosos, a toda la gente le gusta. Mis clientes son algunos taxistas, gente del mercado y de algunos barrios, no es la primera vez que me rebusco vendiendo”, dijo María Adela.
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Wilfredo asegura que no puede dejarlos ahí sin amparo, que no se irá hasta que el último vecino haya sido evacuado y las autoridades garanticen la seguridad de las propiedades.
La unionense explica que trabaja desde su infancia. “Mis padres me enseñaron a trabajar para poder comer, no me gusta andar pidiendo. A los 9 años empecé a trabajar y lo seguiré haciendo mientras pueda caminar”, aseguró.
Juan Rodríguez es uno de los clientes de María Adela; “cada vez que vengo al pueblo de compras, pregunto si la han visto porque me encantan esos curtidos. Le pone un toque especial que uno lo disfruta y es una forma también de ayudarle”, comentó.
Mejía Romano vivió varios años en Honduras, tuvo siete hijos; “cinco para la tierra, es decir se me murieron, solo dos viven”, explicó.
Los curtidos de María Adela tienen entre sus ingredientes repollo, cebolla, chile jalapeño y condimentos.