Las Guerras de Religión en la Europa del siglo XVI comenzaron después de que Martín Lutero comenzó la Reforma Protestante en 1517, dividiendo a Europa en dos, como chuleta cortada con un cuchillo de carnicero, hundiendo así al continente en una serie de guerras religiosas, un baño de sangre que duró 100 años sin cesar.
Como niña, Catalina, hija de Lorenzo de Médici, duque de Urbino y Marguerite de la Tour d´Auvergne, vivió como huérfana después del fallecimiento de sus padres. Fue educada en conventos y con acceso a la biblioteca del Vaticano donde estudió. Adicional a su italiano natal, Catalina aprendió latín y griego, como buena humanista, además del francés necesario por su matrimonio con Henri II, el hijo de Francisco I, rey de Francia, en 1523. Henri y Catalina, ambos, tenían 14 años en la fecha de su boda.
La Francia donde se encontró Catalina, en el siglo XVI, era una nación hundida en conflictos y polarizaciones fuertísimas entre los protestantes más radicales agrupados como hugonotes bajo el liderazgo de Admiral Coligny, y los católicos intransigentes de La Liga Católica, liderada por el duque de Guise, quien conspiraba contra la soberanía de Francia en alianza con Felipe II, el rey más católico de España.
Cuando murió el rey de Francia, Henri II, esposo de Catalina de Médici, como no era francesa, si no que florentina, no pudo acceder al trono por lo que los franceses denominaban la Ley Sálica, que establecía que el rey solo podía ser sucedido por el hijo primogénito. Ella llegó a ser Reina Regente a la edad de 28 años cuando murió su suegro, Francisco I, rey de Francia.
Catalina, aislada, pero con el poder de ser la madre del nuevo rey, fue víctima de una campaña de odio contra los extranjeros —siendo ella una italiana. Como viuda, pero madre del rey Carlos IX, pudo moverse solamente en las esferas de la Reina Madre, o, Madre Regente, con poderes limitados, a estas alturas con nada más que la autoridad de asegurar la continuidad de la dinastía Valois en medio del conflicto Hapsburg (España) – Valois (Francia) que dominó el escenario político de la corte de Francia en tiempos en que Francia misma fue también dividida por el odioso y sangriento terror de las guerras entre protestantes y católicos.
No obstante, ella fue sucesora de su suegro, el rey renacentista de Francia, Francisco I, y fue anfitriona de la pintura, los tapices, la escultura, la arquitectura, la literatura, el teatro y las artes en general—principalmente de su muy querida commedia dell´arte , que trajo consigo desde Florencia. Montó una política de magnificencia para la corte de Francia y toda Europa, como la de Italia, su país natal.
La Iglesia Católica convocó el Concilio de Trento en 1545 y el cardenal de la provincia de Lorraine, tío de María Reina de Escocia, quien también tenía derecho al trono de Inglaterra (no le fue aplicada la Ley Sálica), asistió por Francia al Concilio de Trento, que comenzó la Contra-Reforma Católica en Europa. El cardenal regresó del Concilio investido de un poder exagerado y comenzó a conducir la política extranjera de la nación a espaldas de la Reina Regente Catalina, pero se detuvo justo antes de cruzar la frontera de manejar el gobierno.
Si eso no era suficiente, el rey de España, Felipe II, exesposo de María Tudor de Inglaterra, informó a Catalina que ella deberá aliarse con él contra los hugonotes, y si no, él iba aliarse con los católicos franceses en contra de ella.
Catalina no quería aceptar los términos de Felipe sin hacer un esfuerzo por lograr una negociación entre católicos y hugonotes. Así fue que ella invitó al jefe de estos últimos, Admiral Coligny, a París cuando se casara su hija, Marguerite de Valois, católica, con Henri de Navarre, huguenot. Marguerite de Valois es la famosa reina Margot de la novela de Alexandre Dumas en el siglo XIX. Todo indica que Catalina deseaba evitar más guerra civil y buscar una paz negociada; pero casi nadie aceptaba un matrimonio entre una católica y un hugonote, y el asunto fue tomado por todos como echar gasolina en el fuego.
El pueblo, la corte y todos los que jugaban el poder, desconfiaban de ella por ser extranjera y así comenzó lo que se llama “La leyenda negra” según la cual Catalina conspiraba, intrigaba y usaba veneno contra sus contrincantes. Como opina uno de los historiadores más eruditos, en aquellos siglos “prefirieron las artes de la intriga y no la política del estadista”.
Dada la situación de polaridades religiosas, inevitablemente se dio un atentado de asesinato contra el hugonote Coligny cuando llegó a París para la celebración de la boda entre Henri de Navarre y Marguerite de Valois. Aunque no murió Coligny, se dio una masacre, de los católicos hacia los hugonotes: La Masacre del Día de Saint Bartolomé, el día 14 de agosto, 1572.
La historia ha depositado la culpa de esta masacre a las puertas de Catalina de Médici. Pero si ella habría sido la única persona que podría haber dado la orden, no se puede descartar la posibilidad. Pero la historia no es así; es sobre determinada. También la culpabilidad fue atribuida a su hijo, el ineficiente Carlos IX. Y también a la Liga Católica de los Guises.
Sola, Catalina, por lógica, no pudo haber dado la orden para causar la masacre en Francia. Su hijo, el rey Carlos IX aceptó la responsabilidad por haber ordenado los asesinatos del liderazgo de los hugonotes. Pero este acto amplió el torrente de sangre de miles de hugonotes, por toda Francia. Una sola persona, con las limitaciones del poder bajo el que funcionaba Catalina, no pudo haber sido responsable, aunque no se puede borrar algún posible papel suyo en el acto. Ningún veredicto sobre ella puede ser más que tentativo. Las corrientes políticas de la situación eran más complicadas de lo que se pueden dibujar aquí.
Lo que es cierto es que Catalina ofreció a su propia hija como pieza de negociación en la turbulencia política de su país prestado para resolver y mediar el conflicto. Su esfuerzo era de tejer la paz con el matrimonio de Henri de Navarre, hugonote, y la reina Margot, católica por el bien de Francia y Europa. Tal vez nunca vamos a saber todas las negociaciones atrás de este matrimonio, del atentado de asesinato de Coligny ni de la masacre que siguió. Hay argumentos —principalmente de Dame Frances Yates que ella programó festivales magníficos para promover la paz en el reino. Su correspondencia es clara: quería la paz y buscó como negociarla con moderación, por medio de su fe en la posible solución matrimonial a todos los problemas políticos y religiosos. Esta estrategia salió desastrosa. En 1573, los hugonotes quienes habían buscado refugio en la fortaleza de la ciudad de La Rochelle fueron masacrados también, evento memorializado en la novela de Alexandre Duma, Los Tres Mosqueteros.
En fin, por ser mujer, extranjera y estadista, los historiadores no perdonaron a Catalina. No se permite a las mujeres asumir tales papeles con tanto poder. Así, inventaron las “leyendas negras” para las mujeres poderosas, diplomáticas brillantes, como Catalina. La historia no ha tolerado el poder político de las mujeres.
Murió, en 1589, a la edad de 71 años en Blois y su cuerpo trasladado a la catedral de Saint-Denis. En 1719, sus restos fueron movidos otra vez adentro de la abadía hasta 1793 cuando una turba, durante la Revolución Francesa, tiró sus huesos en una tumba común junto con los de otros reyes y reinas.