La del martes 5 de noviembre de 1811 fue una madrugada normal en la ciudad de San Salvador. Los serenos terminaron de cantar las salves a la Virgen María en casi todas las esquinas de aquella localidad colonial, aún envuelta en la niebla y el sueño.
A las 5:00 de la mañana, la campana del templo de La Merced llamó a misa, como lo hacía a diario desde muchos años antes. A unos cuantos metros y en pocas horas, el estado político, social, económico y cultural de gran parte de la Intendencia de San Salvador sufriría un fuerte estremecimiento, tras el fuerte llamado popular hecho por la campana civil del Ayuntamiento.
Ese acontecimiento era la consecuencia de un proceso de adquisición de conciencia propia de los criollos y de una serie de grandes transformaciones en Europa y América. A partir de principios e ideas emanadas de las revoluciones estadounidense y francesa, el ser humano dejó de ser un elemento más de un universo determinado y condicionado, para ser considerado el eje ciudadano alrededor del cual deberían girar las instituciones sociales, en un plano de libertad e igualdad.
LECTURAS RECOMENDADAS:
PÉREZ FABREGAT, Clara. San Miguel y el oriente salvadoreño. La construcción del Estado de El Salvador, 1780-1865 (San Salvador, UCA Editores, 2018).
-MOLINA Y MORALES, Roberto. Los precursores de la independencia (San Salvador, Editorial Universidad "Dr. José Matías Delgado, 1981).
-TURCIOS, Roberto. Los primeros patriotas. San Salvador 1811 (San Salvador, Ediciones Tendencias, 1995).
Ese nuevo bagaje ofreció una cosmovisión renovada a los intelectuales del Reino y les proporcionaron herramientas teóricas para abordar de manera más crítica la realidad regional. Ideas renovadoras comenzaron a ver la luz en los periódicos guatemaltecos Gazeta de Guatemala, El editor constitucional y El amigo de la patria.
Al inicio, no hubo un consenso entre los grupos políticos para optar por la independencia absoluta, sino que más bien se pedía autonomía del poder centralizado de Guatemala, tal y como lo manifestó Manuel José Arce en la mañana de aquel martes 5 de noviembre, cuando, subido en un taburete frente al Ayuntamiento de San Salvador, expresó: “No hay Rey, ni Intendente, ni Capitán General: sólo debemos obedecer a nuestros alcaldes…”.
En aquella jornada, San Salvador se encontraba en un estado de efervescencia pública. Nadie mandaba, nadie obedecía, todo era desorden y las calles eran recorridas por grupos populares que capturaban a los españoles prominentes y hasta apedreaban sus casas. El pueblo ya no hacía peticiones y en su marcha tumultuaria hacía prever un desenlace desastroso si no se le daba el cauce correcto a aquellos ánimos desbocados. Así se manifestaron las dos corrientes independentistas: la que propugnaba por medidas enérgicas contra las autoridades y los españoles, mientras que la otra defendía acciones más moderadas, sin que la violencia fuera lo más importante en ellas. Por ello, aunque el gobierno militar de la ciudad colonial había quedado desarticulado, hubo necesidad de organizar milicias de patrullaje y salvaguarda.
El triunfo de aquella jornada surgió de la alianza entre los líderes y la población de los barrios sansalvadoreños con los dirigentes criollos productores de añil y con algunos prominentes miembros del sacerdocio. La presencia de algunas de estas personas en el gobierno de la ciudad puso en evidencia las características fundamentales del movimiento insurreccional: no solo eran parte de la dirigencia criolla vinculada con los alcaldes de los barrios sansalvadoreños, sino que también estaban ligados por lazos de sangre. No se le concedió ningún cargo de relevancia a los líderes comunales o de barrios.
Para fines de esa misma semana, el tono de los discursos y propuestas de gobierno de aquellos primeros patriotas había cambiado. Desde los afanes incendiarios pasó a esgrimir las armas de la tolerancia y el bienestar común, donde se solicitaba poder local, pero se le rendía vasallaje al rey Fernando VII, a las Cortes españolas y a las leyes municipales. De esa manera, se revelaba como un movimiento enmarcado en una corriente autonomista americana que aspiraba a seguir leal a la monarquía y guardaba la esperanza de que se le concediera un sistema constitucional de gobierno y grandes cuotas de libertad comercial.