La antigüedad clásica, en el discurso de los humanistas cívicos constituye un gran embalse de excelencia

“Cuando uno está en conflicto con tres personas, intenta hacer la paz con una; hacer una tregua con otra y hacer la guerra contra la tercera. Eso para atender con más facilidad los demás asuntos, y así alcanzar los propósitos”. Gian Galeazzo María Sforza, Duque de Milano, explicando su concepto de la diplomacia en una carta con fecha 12 abril 1475.

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Por Katherine Miller

2018-09-08 3:25:53

El humanismo cívico en los renacimientos de Italia, Inglaterra y Francia, refiere al estudio de las lenguas clásicas de Grecia y Roma y sus textos. Era un movimiento enraizado en la tradición medieval de la retórica y su objetivo era reavivar las lenguas y la literatura de la antigüedad clásica para así utilizar su educación políticamente y construir un buen gobierno.

En las razones de por qué lo hicieron encontrarán las defensas de este argumento. La premisa básica es que había grupos de jóvenes —principalmente abogados, profesores universitarios, figuras prominente en la vida pública, secretarios políticos, diplomáticos, poetas y otros literati—quienes se dedicaron a la literatura de Grecia y Roma y a los valores derivados del estudio de sus discursos escritos en el período clásico de estos Estados. Los textos que estudiaron los encontraron en las scriptoria de los monasterios y materiales de Roma enterrados bajo sus propios pies: Roma no estaba tan lejos de Florencia. También, después de la caída de Constantinopla ante los turcos otomanos, llegaron tesoros de manuscritos griegos, principalmente a Venecia, Ravenna y Florencia del renacimiento.

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Todos los umanisti (los que practicaron este estudio de discurso e ideas éticas en la participación en el gobierno y la vida pública), inicialmente se especializaron en lenguaje, pero desarrollaron un camino hacia lo que se puede definir como un acercamiento a un estado moderno ya sea monarquía o república.

Al no entrar a la iglesia y escoger una vida seglar en el gobierno, de, por ejemplo, Florencia, donde, por los buenos oficios de otros umanisti ya en el gobierno (como el Canciller de la República de Florencia, Ser Coluccio Salutati), devengaron un salario y pudieron casarse y tener familia, además de continuar sus estudios y participar en el gobierno. Esta vida no sería posible si eligieran entrar en órdenes eclesiales, la única otra alternativa para los intelectuales humanísticos.

Pero este estudio humanístico en el servicio del Estado como secretarios o diplomáticos, hizo posible que los dignos pudieran ejercer el poder en un puesto gubernamental donde la excelencia en correspondencia o discurso público en latín, por ejemplo, los preparaban para ser los mejores ejemplos de líderes políticos, y ciudadanos. Esta alternativa de servir al Estado por medio del conocimiento de habilidades de los abogados de los tiempos de la Roma clásica como Cicerón permitieron que pudieran ejercer sus habilidades e insistir en las expresiones elocuentes y mejoramiento del ser civilizado por medio del estudio del hebreo, griego y latín al servicio de su ciudad o república. Estas destrezas abrieron grandes posibilidades para avances en sus vidas profesionales donde su participación provocó cambios políticos positivos.

Pero había un lado negativo y oscuro también. Veamos el gran abogado Cicerón por un momento. En un breve reportaje desde Roma, Cicerón nos informa que en los años 53-52 no se llevaron acabo elecciones para el puesto de cónsul, debido a que la posibilidad de la violencia y amenaza de guerras civiles eran demasiado fuertes. Por lo tanto, no había cónsul para este año. En otra ocasión, el gran abogado romano, Cicerón, nos cuenta que tenía que entrar a una sesión judicial en la corte de Roma para defender a su cliente y encontró que el salón estaba lleno de soldados de las Legiones de Roma, todos fuertemente armados. Cicerón nos dice que, en estas circunstancias, las mismas palabras de defensa y argumentación estaban en peligro.

En otra situación, unos 1500 años después, finales del siglo XV en la Inglaterra que durante 400 años había formado parte del Imperio Romano, un humanista inglés, poeta laureado, confesor y vocero para el rey (Orator Regius), sacerdote católico inglés, un tal John Skelton funcionó, como sus contemporáneos, como tutor y confesor del joven rey Enrique VIII. El padre John Skelton castiga lo recia y violenta que era la vida política de Inglaterra en sus tiempos con decir que hay que tener prudencia en el uso de las palabras cuando uno hablaba en la arena política, porque
“Words be swords, and hard to call again”(Las palabras son espadas y difíciles de detener, una vez desenvainadas).

En esta afirmación —que las palabras mismas pueden ser la fuente de la violencia— hay también sospechas que los que trabajan con palabras elocuentes, en realidad pueden producir mejoramientos o violencia en el mundo de la política.

Durante el lapso de tiempo comprendido por los 1500 años entre los tiempos del abogado romano y el sacerdote inglés, el debate sobre la validez o falta de validez del uso de la retórica, civilitas, urbanitas, humanitas había caído en una especie de discurso político de bajo nivel.

Hoy, tristemente, la elocuencia retórica —verbal y escrita— sufre un desprecio y desconfianza que no sufrió durante los renacimientos, en el ejercicio de la diplomacia nacional, el comercio internacional y el ejercicio de la palabra en los medios de comunicación cuando discuten asuntos de las repúblicas actuales.

Repasando los significados, civilitas es el arte de gobernar, combinado con la urbanidad, la cortesía, la bondad y la afabilidad. Urbanitas es la vida urbana en las ciudades, sedes de gobierno, con cortesía y educación, buen gusto, elegancia y gracia, incluyendo el uso ingenioso del lenguaje. Son cualidades todas encomendadas por los griegos y romanos, y durante los renacimientos, los umanisti volvieron al arte más fina de la conversación con lo que fue denominado, por el humanista, cortesano y diplomático, Baldassare Castiglione(1478-1529): el arte de la sprezzatura—la gracia que esconde la gracia en el discurso del cortesano, diplomático y político del gobierno.

Examinemos algunas de las tendencias y situaciones con respecto a la retórica política en este fenómeno del humanismo cívico —esta ciencia y arte de la vida política que prevaleció durante los siglos que transcurrieron entre el estadista y abogado Cicerón en los años al fin de la República de Roma y los tiempos del padre John Skelton, humanista, poeta y sacerdote en la Inglaterra católica del siglo XV. La cultura de Italia y el humanismo cívico se ligan a la cultura de Europa renacentista como forma de comunicación escrita o verbal —especialmente la conversación, donde las negociaciones entre gobiernos o empresas son y no son elocuentes y elegantes en nuestros días.

Veamos un poco del otro idioma que comenzaron a dominar los humanistas del Viejo Continente: el griego. Aunque políticos a través de los siglos han examinado el papel de la retórica forense en la construcción y destrucción de Atenas, por ejemplo, la práctica del discurso honesto con la elocuencia de la razón son depurados en las instituciones democráticas y no en la democracia directa en la ausencia de instituciones como asambleas e instancias judiciales, de que nos cuenta el ateniense Tucídides. Se ve, en la actualidad, evidencias contundentes de la imitación de la democracia directa en las calles, parques y estados a nuestro alrededor. Y por anastomosis, con el potencialmente desastroso Brexit, votado por democracia directa.

Pasando por la historia, en el debate político sobre la ratificación de la Constitución de los Estados Unidos de América en Filadelfia, en 1784, después de la Guerra por la Independencia de Gran Bretaña, los que confeccionaron la constitución y en los debates de los Papeles Federalistas, leyeron y siguieron las luces de Cicerón y Tucídides, entre otros, sobre esta cuestión de la democracia directa y dijeron: hemos estudiado la democracia de Atenas en las obras de Tucídides y sabemos, entonces, lo que no queremos.

Los argumentos tenían que ser precisos en sus discursos y escritos porque, en la confección de una constitución para una nueva nación, hay que crear instituciones como intermediarias democráticas —entre los gobiernos y las poblaciones. Pero en la democracia directa, el discurso de los demagogos arengando a la población entera, lleva a distorsiones y manipulaciones por falta de entendimiento de las lecciones clásicas. ¿Será que, por no conocer al pasado, estamos condenados a revivirlo? Estas palabras de Cicerón y otras de Tucídides no nos encomiendan la democracia sin instituciones intermediarias. Donde se pudieran examinar y evaluar judicialmente en lugar de ceder a la peligrosa manipulación que vimos en Atenas, que perdió la guerra con Esparta. Es que las palabras pueden volverse espadas.

Se puede retomar y beber hondamente en la excelencia del gran embalse de la antigüedad clásica para buscar ideas, ejemplos y palabras para hoy. Además, no se puede formar, criticar o evaluar un gobierno sin una educación en las artes liberales de la antigüedad clásica.

*Katherine Miller tiene un Doctorado en Estudios Medievales y Renacentistas de UCLA.