San Juan XXIII y mi tía Tina

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Por María Alicia de López Andreu

2018-08-10 9:06:36

Conocer los graves acontecimientos nacionales sucedidos en el cortísimo lapso de unos días hace de la serenidad una virtud indispensable para todos los salvadoreños. Por eso hoy copio el Decálogo escrito y practicado por San Juan XXIII, publicado por Infovaticana:

“1- Solo por hoy trataré de vivir exclusivamente al día, sin querer resolver los problemas de mi vida todos de una vez.

2- Solo por hoy tendré el máximo cuidado de mi aspecto: cortés en mis maneras, no criticaré a nadie y no pretenderé criticar o disciplinar a otros, sino a mí mismo.

3- Solo por hoy seré feliz en la certeza de que he sido creado para la felicidad, no solo en el otro mundo, sino en éste también.

4- Solo por hoy me adaptaré a las circunstancias, sin pretender que las circunstancias se adapten a mis deseos.

5- Solo por hoy dedicaré diez minutos a una buena lectura; recordando que, como el alimento es necesario para la vida del cuerpo, así la buena lectura es necesaria para la vida del alma.

6- Solo por hoy haré una buena acción y no lo diré a nadie.

7- Solo por hoy haré por lo menos una cosa que no deseo hacer; y si me sintiera ofendido en mis sentimientos, procuraré que nadie se entere.

8- Solo por hoy me haré un programa detallado. Quizá no lo cumpliré cabalmente, pero lo redactaré. Y me guardaré de dos calamidades: la prisa y la indecisión.

9- Solo por hoy creeré firmemente —aunque las circunstancias parezcan lo contrario— que la Providencia de Dios se ocupa de mí, como si nadie más existiera en el mundo.

10- Solo por hoy no tendré temores. Particularmente, no tendré miedo de gozar de lo que es bello y de creer en la bondad”.

Juan XXIII, sereno e inalterable, hacía “derretirse” los peores problemas, logrando que los involucrados encontrasen sabias soluciones compartidas.

Y, al igual que San Juan XXIII, mi tía Tina poseía el don de la serenidad.

Ella era una atractiva mujer, de gran porte y elegancia; su vasta cultura, unida a una superior inteligencia, hacía de ella una gratísima compañía. Mujer de fe y fortaleza, afrontó gravísimos problemas con sabiduría y serenidad. Ejemplar hija y hermana; esposa dedicada y madre amorosa para los hijos del viudo con quien contrajo matrimonio. Adoró a los nietos que posteriormente nacieron. Además, fue una tía inigualable: un baluarte para la familia, especialmente para mis hermanos y yo, convirtiéndose en una madre no solo durante el tiempo que nuestros padres se exilaron por problemas políticos, sino para siempre.

Cuando ella entraba en algún lugar, no eran su figura, su personalidad, ni todas sus innumerables cualidades las que hacían que todos la miraran, sintiendo por ella una especial atracción. No; su gran atractivo era su majestuosa serenidad, esa aura de paz que llenaba cualquier espacio donde se situara.

Diariamente pienso en ella y la extraño tanto como extraño a mi hijo, a mis padres y hermanos que partieron antes que yo. Mientras leía el Decálogo de San Juan XXIII, conociendo sobre su extraordinaria serenidad, en mi mente no se formaba la imagen del Papa, sino la de mi querida tía Tina, quien ahora goza en el cielo su merecida recompensa.

Que estos ejemplos nos motiven a adquirir esa serenidad. Lo necesitamos urgentemente.

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