El nombre de Horacio Castellanos Moya resonó en el país (e internacionalmente) con la obra “El Asco. Thomas Bernhard en San Salvador” (1997), libro que recibió alabanzas, pero también un duro juicio por abordar la idiosincracia salvadoreña de una manera descarnada. Es de esta cultura y de la historia del país que él ha nutrido su obra. Castellanos Moya vuelve a escudriñar entre los recuerdos de la guerra para construir “Moronga”. El Diario de Hoy conversó con él para conocer más de este nuevo relato.
¿Por qué “Moronga”? ¿Cuál es el nexo de esta palabra con la historia de los migrantes salvadoreños José Zeledón y Erasmo Aragón?
Hay dos o tres vínculos fuertes con el contenido y el nombre del libro. Lo primero es que hay un personaje muy importante, que es el que permite el epílogo, junta las dos partes del libro y cierra el libro, cuyo apodo es: “Moronga”. ¿Por qué? Porque es chiquito, prieto y gordito, como si fuera moronga. El libro cierra, además, con una escena dura, que de alguna manera representa la cultura de la ilegalidad y pasar sobre la ley. Es la cultura de la sangre del cuerpo concentrada.
En “Moronga”, el conflicto armado es parte de la historia. ¿Por qué este período es una constante en su literatura?
Porque un escritor debe saber de dónde saca sus historias. Hay escritores que sacan sus historias de una búsqueda exterior. Hay otro tipo de escritores que escribimos a partir de cosas que nos salen de adentro, que nos trastornan internamente y necesitamos sacar nuestra capacidad expresiva. Para mí el período de la guerra fue un período fundamental porque yo era muy joven y las impresiones, todo eso que entra por los sentidos, fueron muy fuertes, me hirieron. Todos esos recuerdos están en mi psiquis. Cada vez que cuento una historia hay una fuerza inconsciente que me vuelve a ella.
Qué pasa con las ciudades donde ha vivido, ¿podrían ser de inspiración para sus textos?
Eso es otra cosa. Por qué va a herirme a mí una realidad donde todo sucede armoniosamente. No me va a herir. La felicidad no sirve para escribir literatura, por lo menos la que yo escribo. La felicidad sirve para los libros de autoayuda, para los libros religiosos.
NOVELA "MORONGA"
La nueva novela de Castellanos Moya narra las vidas de los salvadoreños José Zeledón, un exguerrillero, y Erasmo Aragón, un experiodista, quienes se encuentran en la ciudad universitaria de Merlow City, EE. UU., luego de migrar. Zeledón vive atormentado por su violento pasado y su vida se alterará al conocer a Aragón, quien busca esclarecer la muerte del poeta revolucionario Roque Dalton.
¿No ha considerado el tema de pandillas o la corrupción que vive El Salvador como elementos nuevos para escribir?
He vivido poco en el país en los últimos años, sin embargo en “Moronga”, Moronga; que es un narcotraficante convertido en testigo protegido, se mete en un gran problema porque su protegido, que es el hijo de una examante, que era una prostituta guatemalteca, es un pandillero. Digamos que las cosas van llegando en su momento. Yo no me siento y digo: ‘voy a hacer un libro de las maras’. No, no hago eso. Son cosas que tuvieron que haberme afectado, conocer de primera mano, que tengo que haber asimilado.
¿Cómo fue el proceso para construir “Moronga”?
Yo soy un escritor muy impulsivo y los planes que hago son muy cortos y confío mucho en una voz interna que me va a contar por donde seguir. John Irvin (escritor estadounidense), por ejemplo, no puede comenzar un libro si no tiene final. Yo nunca sé el final de mis novelas, ni siquera sé las segundas partes. Comienzo a trabajar la primera parte y luego de terminarla me pregunto: ‘¿y ahora quién nos salvará?’. Entonces puede pasar un período largo o corto, pero hay algo dentro de mi psiquis que logra hacer contacto y digo: ‘esto es’. En “Moronga” yo escribí la segunda parte primero y no sabía que habría una primera parte. Cuando terminé la primera parte me pregunté: ¿y esto cómo lo junto? Y ahí fue que escribí el epílogo.
Yo creo que el escritor debe de respetar el misterio de cómo las fuerzas creativas funcionan en él. Yo no trato de descubrir, me da miedo. Es como si uno quisiera abrir el secreto de los misterios de la religión.
¿Existieron los personajes de José Zeledón y Erasmo Aragón? ¿Cómo los creó?
¿Si conozco a alguien que se parezca a José Zeledón? No. ¿Si conozco a alguien que es como Aragón, un tipo tan obsesivo, que sería una pesadilla tomar una copa con él? No lo conozco. Los personajes son como un cóctel. Uno puede tener un elemento físico o una característica psicológica, pero ese es el punto de partida. Después uno comienza echar jugo aquí, alcohol por allá y crece solo, tiene su propio sabor.
El crítico Carlos Pardo, de “El País”, dijo que “Moronga” es una de sus mejores novelas. ¿Cuál es su réplica ante esta positiva crítica?
Los hombres somos vanidosos por naturaleza. Nos gusta la alabanza, nos gusta que nos digan que es bueno lo que hacemos, pero también tenemos un sentido crítico que nos permite revalidar las cosas. Cuando me preguntan cuál es el libro con el que más me identifico o que más me gusta siempre digo —y quizá sea algo traído de los pelos— que pienso en mis hijos. Los libros son como los hijos, uno no puede andar hablando mal o bien de un hijo. Con el hijo que uno tiene más problemas es con el que uno quiere que las cosas le salgan bien, pero tampoco lo dice. Tengo esa misma actitud con los libros. Hay unos a los que le tengo un cariño especial por un problema o porque les fue muy mal, pero para un autor es difícil y arriesgado juzgar su propia obra.
¿Pensó en sus lectores al escribir esta novela?
Yo no pienso en el lector. Lamentablemente yo empecé a escribir sin lectores. Cuando un escritor a sus 20 años publica su primera novela y tiene muchos lectores y mucho feedback, sabe lo que la crítica está esperando de él. Yo comencé a publicar libros en los 80 y mi primer libro que se publicó en España fue en 2001, 20 años después. Durante 20 años escribí casi solo para mí. Yo me encierro en mí, escribo el libro y si lo quieren comprar después: qué bueno, pero es a posteriori. La literatura no surge del tipo que está hablando con usted, surge de un tipo que está encerrado en un escritorio, enloquecido.
¿Cómo cambió su carrera literaria cuando lo comenzaron a leer?
Uno siente estímulo. Al final de cuentas, en un país como el nuestro la actividad de creación literaria parte de una necedad personal, pues no hay grandes editoriales, el mercado aún es creciente, el apoyo estatal es casi nulo. Los escritores salvadoreños nos hemos hecho desde una necedad personal y no mi generación, desde siempre. Así que cuando lo reconocen parece que vale la pena, uno se siente contento. Lo otro, que también es importante, es que la literatura comienza a circular en otros lugares. La gente comienza a leer obra literaria que es sobre un país que, generalmente, no lee obra literaria.
¿Qué se dice de la literatura salvadoreña en el exterior?
El escritor que más se reconoce es Roque Dalton, que en su tiempo fue un escritor bastante conocido y por su muerte trágica. Pero la literatura de los países pequeños latinoamericanos, como El Salvador, Honduras, Bolivia, Paraguay, Ecuador es igual. Si yo llego a Tokio y digo que soy español, todos conocen a Cervantes. Si yo llego y digo que soy Argentino, todos saben quién es Borges. Si llego de El Salvador tengo que explicar quién es Salarrué.
Aunque esté lejos del país, ¿cómo ve la actual escena literaria?
Se están produciendo cosas de calidad y quizá pronto tengamos sorpresas de calidad, de jóvenes que están teniendo mucha acogida en los medios internacionales. No voy a decirle nombres porque son pláticas que he tenido con agentes en diferentes ferias de libro, pero hay una literatura, sobre todo, femenina salvadoreña que comienza y que va a implosionar en un años o dos. Hay gente produciendo y el país suena literariamente ya.