¿Qué fue de “Pata Gorda” Morales, miembro de la Orquesta Alba?

Lateral izquierdo de la inolvidable Orquesta Alba y referente del Alianza, donde ganó tres títulos. También salió campeón en Marte y fue seleccionado juvenil

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Por Gustavo Flores

2018-02-26 12:30:44

En el oasis que se transforma el Cafetalón para aquellos que quieran hacer deporte mañanero, “Pata Gorda” recibe a EDHDeportes. Allí tiene hoy su negocio de nutrición frente a las canchas de fútbol. Entre el sonido de los pájaros en los árboles, la música de ejercicio de fondo y los atletas de la calle que no cesan su paso, Morales invita un café, tostadas con jalea casera y cuenta su historia.  Pero primero, lo primero.

-¿Por qué “Pata Gorda”?

-“En 1953 me rompieron la tibia y se me complicó la rodilla. Había compañeros que buscaban el defecto y enseguida Giordano Sosa, un compañero del Don Bosco, dijo: ‘Mirá, ese tiene la rodilla hinchada. Tiene la pata gorda’. Y ahí quedó… para siempre”.

El apodo, que hoy recuerda con sonrisas Édgar Morales, ya cumplió 65 años. Y fue una marca registrada para su carrera, que tuvo como punto culminante seis títulos con la Orquesta Alba del Alianza y el equipón Marte.

Nació en la Unión y de pequeño emprendió el viaje a la gran capital con su papá, José Cecilio Morales, a quien le decían “Chilo”. En San Salvador empezó su pasión por el fútbol y en el Barrio Lourdes frente al Don Bosco comenzaron sus primeros partidos. “La euforia de uno cuando crece es jugar en cualquier lado. Para empezar a jugar tenía que estar en misa a las 7:00 de la mañana, puntual. A las 8 empezaban los partidos y yo jugaba tres por día. En el Oratorio había grandes jugadores como el ‘Chino’ Villalobos, ‘Tucho’ Moreno, ‘la Cuca’ Rodezno”. Memoria de oro.

“Pata Gorda” Morales (izquierda) y “Ruso” Quintanilla (derecha), ambos integrantes de la Orquesta Alba.

Tenía 11 años y sus habilidades no iban a pasar desapercibidas mucho tiempo. Tras salir campeón en el 55 con el equipo del Colegio Don Bosco, llegó su primer llamado a la Selección Juvenil del 56. Con él estaban ‘Paco’ Francés, Ricardo Tomasino, Mario Monge. Llegaron a formar parte de un equipo llamado Juventud Atlética Peñarol y desde allí salieron catapultados a los equipos de Liga Mayor. “Éramos productos del fútbol callejero, ese fútbol alegre donde era pecado levantar la pelota”.

Alianza compró su pase. En aquel entonces los albos lejos estaban de ser un “grande”. Era un equipo nuevo en San Salvador, con “vecinos” mayores en la ciudad como Marte, Santa Anita, Juventud Olímpica.

“La riqueza de Alianza comenzó a agrandarse cuando apareció don Hernán Carrasco, que llegó para la Selección y se quedó en Alianza. Logró traer jugadores como Sepúlveda y el ‘Chueco’ Hermosilla. Y al arco llegó Magaña, era todo un espectáculo. Loco como Gatti y un verdadero señor”.

Fue el embrión de la Orquesta Alba. “Lo que hizo Hernán fue como un juego de ajedrez, poner los peones donde correspondían”, explica “Pata Gorda”, palabra autorizada ya que estuvo desde que se formó el equipo. “Necesitaba alguien que acompañara a Mariona técnicamente. Cuando llegaron Ricardo y el Chueco empezamos a ver algo diferente. Aparecí de lateral izquierdo pero al inicio del partido me paraba como medio volante”.

Una de las clave de aquel equipo eran los inicios de los juegos, donde se llevaban por delante al rival de turno. “Yo era el primero en llegar al túnel y empezaba a calentar durante 40’. El resto del equipo hacía lo mismo. Nunca entramos corriendo a la cancha. Pero cuando entrábamos a jugar ya estábamos calientes y hacíamos dos goles de entrada. No perdonábamos”.

Los grandes partidos de aquel Alianza trascendieron el ámbito nacional. Y llegaron amistosos de nivel ante grandes equipos del mundo. Édgar tiene una anécdota.

“La estancia de Estudiantes de La Plata en el país fue increíble. Después de haber perdido en Nicaragua contra Flor de Caña quedó varado un tiempo en San Salvador, en el hotel Nuevo Mundo (ya desaparecido) en el año 66. Me llegué hasta ahí y pude entablar pláticas con Raúl Madero, Roberto Santiago, Juan Ramón Verón, la Bruja (papá de la Brujita). Recuerdo a los tres como personajes de película, tres personajes simpáticos. Compartir con ellos tres sin imaginármelo, compartir vestuario en el día del partido contra Santos fue impensado”. Morales conocía muchísimo del fútbol gaucho porque era coleccionista de la revista argentina El Gráfico, que seguía semana a semana.

Edgar Morales y su esposa Rosa María Salguero, en El Cafetalón. Allí venden productos nutricionales.

No estuvo en el partido frente a Santos pero no guarda un mal recuerdo de aquella decisión de Carrasco: “Ver el partido desde afuera fue un encanto. Se ganó un partido increíble. Luego jugamos contra el propio Estudiantes, un equipo que nos pasó por encima. Aquel equipo parecía un tango de Gardel cantado por él”. Después vinieron partidos como Flamengo y otros rivales de fuste.

Era un marcador letal pero su técnica era impecable. Lo explica: “Llegaba temprano los sábados a los entrenamientos y jugaba billar a la pelota. Ponía 6 pelotas a lo largo, empezaba a pegarle a la de más lejos, y luego las demás. Todo eso lo aprendí, me gustaba, me enloquecía”.

Tuvo mal la rodilla y jugó lesionado hasta el 59 cuando lo operaron. “Jugué sin menisco en la rodilla derecha hasta 2011 que fui al taller de enderezado y pintura. Ahí encontré a dos médicos ortopedas, Leopoldo Ávila y a Ricardo Gómez, a quienes agradezco la ternura con que me trataron”.

Dice que en Alianza le cortaron las alas y a finales del 68, tras tres títulos con los albos se fue Marte, donde ganaría otros tres títulos más, en otro inolvidable once.

“Salí de un campeón y me fui a otro”. En el 72, cansado de desilusiones varias del mundo del fútbol decidió retirarse. Además, el entrenamiento ya se hacía incompatible con su trabajo de contador. Y también, claro, tuvo que ver lo económico.

“A los 32 años dije adiós. ¿Qué podía hacer con 150 colones que me pagaban como jugador?”.

¿Qué hace?

Desde que era jugador, combinaba los entrenamientos con su trabajo de contador (graduado en la Enco). “En Alianza entrenábamos al mediodía, de 12 a 2, llegaba al entrenamiento con la corbata y salía 1,30pm. Era como mi salida de almuerzo. Y todavía me entrenaba en la noche por mi cuenta”. Trabajaba en Insafi (Instituto Salvadoreño de Fomento Industrial). En el fútbol dirigió equipos como San Nicolás de Tonacatepeque, en Segunda y trabajé en la Escuela Militar.

También escribía una columna en La Prensa: “Recordar es vivir”. Y recuerda: “En este medio hubo tanto jugador bueno, tanta persona que podría haber hecho cosas buenas pero siempre había dirigentes que lo arruinaban”.

Fiel coleccionista de la revista argentina El Gráfico, hoy tiene un puesto en el Cafetalón, donde vende productos nutricionales y es distribuidor de Omnilife.