Mark Zuckerberg, el creador de Facebook, podría echarse unas risas si alguien le hablara del declive de su megaempresa. Al fin y al cabo amasó su fortuna antes de cumplir los treinta años, la revista Time lo eligió personaje del año en 2010 y su red social cuenta con algo más de 2,000 millones de usuarios activos en todo el mundo. Todo está de parte de este precoz empresario que ideó cómo mantener conectada a la gente las 24 horas del día con una premisa parecida a la del cantante Roberto Carlos y su deseo de “tener un millón de amigos”.
Pero ninguna moda es eterna y la Facebookmanía comienza a acumular polvo entre los más jóvenes. Para los milénicos The social network, notable filme que relataba los principios del joven prodigio en Harvard, ya les suena a viejo. Los gustos de las nuevas generaciones ahora van por los derroteros del fenómeno de las fotos compartidas en Instagram, dejando el espacio de Facebook y su abarrotado muro para los mayores que se quedan rezagados en la vorágine de las tendencias cambiantes.
Con todo, Zuckerberg tuvo la habilidad de instalar en el imaginario de los usuarios la ilusión de estar unidos virtualmente a amigos, familiares y hasta afectos recuperados. En su red social el universo es una suerte de patio de vecindad al que uno puede asomarse a todas horas para exhibirse, para husmear en la vida de los otros, para dar con amores que se quedaron en el camino, para rescatar del olvido a quienes en algún momento dejamos en la cuneta. Ante semejante promesa, era inevitable una riada de enganchados a ese sentimiento colectivo de pertenencia voyeurística, pasto ideal para anunciantes y todo aquel con la misión de atrapar las inclinaciones y debilidades de quienes han hecho de Facebook su segundo hogar. O tal vez su único refugio.
Pero a todas las casas (incluso las que solo existen en nubes de algoritmos) les salen grietas y Facebook no iba a ser una excepción. Resulta ser que además de los dramas diarios entre usuarios que se dejan de seguir y las broncas que se airean en la saturada colmena global, al parecer el invento de Zuckerberg es la incubadora perfecta para la propagación de los fake news: esos bulos y noticias falsas que siempre andan rodando como veneno agazapado, pero que particularmente estallaron y se difundieron durante la campaña electoral de 2016 gracias, en gran medida, a la mano siniestra del gobierno ruso. Ahí está la investigación especial que sigue su curso para esclarecer si la injerencia del Kremlin pudo estar relacionada con la intención de favorecer al entonces candidato Donald Trump a ocupar la Casa Blanca.
Pero lo que no veía venir Zuckerberg, a quien siempre le ha importado que se le relacione con causas sociales y filantrópicas, es que su red social estuviera en el epicentro de una potente centrífuga que lanzaba mentiras y calumnias “colocadas” expresamente para enlodar y debilitar la dinámica de una democracia abierta. De todas las insidias que los trolls a sueldo plantaron en las distintas plataformas de Internet, sobresalió “Pizzagate”, una teoría de la conspiración que daba por hecho que Hillary Clinton y su jefe de campaña John Podesta lideraban una red de pederastia que operaba en los subsuelos de Washington. Nada menos que una pizzería aparecía como la tapadera de los supuestos actos perversos de líderes del partido demócrata. Por increíble que parezca, aquella falsedad prendió como un fuego incontrolable, y hasta la capital política llegó el 4 de diciembre de 2016 Edgar Madison Welch, de Carolina del Sur, armado con un rifle semiautomático para, según dijo luego, “salvar a los niños”. En aquel episodio delirante el pistolero llegó a disparar contra el restaurante.
Bien, ahora Zuckerberg asegura que se están tomando medidas para controlar la intrusión de estos fake news que se comparten, se les dan “likes” y hasta se valoran como si hubiera alguna verdad en el mensaje emponzoñado. En su mea culpa, el influyente CEO ha admitido que subestimó el efecto que pudo tener en las elecciones presidenciales la circulación de noticias falsas que se valieron de la gigantesca maquinaria de Facebook. Entretanto, según indica una reciente encuesta, con resignada melancolía la mayoría de los estadounidenses cree que en los próximos comicios nuevamente estarán presentes los tentáculos de Rusia.
Un síntoma de la fatiga con esta red social cuya imagen se tambalea es que, según un estudio de Hipertextual, sus usuarios están en la red 50 millones de horas menos al día. Tarde o temprano uno se cansa de asomarse al promiscuo patio de vecindad. [©FIRMAS PRESS]
*Periodista.
@ginamontaner