A los 9 años quedó huérfano y en la calle, hoy es un hombre universitario ¿cómo lo logró Ernesto?

Si alguna vez sintió que su día o su vida ha sido difícil; Ernesto Durán nos da una lección de perseverancia, valentía, y fe. Quedó huérfano y en la calle a los nueve años, pero se aferró a la educación y el trabajo honrado para salir adelante.

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La principal meta de Ernesto es poder superarse, conseguir un buen trabajo para poder tener una mejor calidad de vida. Foto / Menly Cortez

Por Karen Salguero

2018-02-09 7:08:51

Aún en la pobreza, sin empleo y una pequeña venta de alfajores para continuar, pero lejos de los días en que vivía de la caridad de los vecinos, Ernesto de Jesús Durán está a unos pasos de graduarse como licenciado de Educación Física de la Universidad de El Salvador (UES).

Aunque la calle fue su cobija desde los nueve años, cuando quedó huérfano, nunca se sintió parte de ella.

Su deseo actual es ser un profesional y “llegar a ser alguien en la vida”, pero por el momento sigue trabajando, como lo ha hecho desde los cinco años.

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Ernesto Duran es un joven que a sus 9 años quedo huérfano luego que su abuela, su único familiar lo dejara solo luego de su muerte. El joven que actualmente tiene 27 años esta por culminar su carrera en Educación física y recreación en la Universidad de El Salvador.

Al no más nacer fue amparado por su abuela. A los nueve, tras la muerte de la anciana, a la edad de 74 años, se quedó solo.

Ahora tiene 27 años, vive en un cuarto de aproximadamente tres metros de largo y tres de ancho, y se aferró a la educación para nunca torcer su camino, seguro de que las puertas no se abren solas, sin perseverar.

 

 

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“Su hogar”, como él lo llama, está en el municipio de San Marcos, al sur de San Salvador. La sala, cocina y dormitorio se pueden apreciar en un solo vistazo. Lo que tiene es resultado de la generosidad de los extraños, esa que le ha acompañado muchas veces en la vida. “Lo que visto es regalado”, dice con sencillez.

Ernesto nunca conoció a su madre, lo abandonó con una familia en San Miguel. Y cuando su abuela Paula Juana Durán, lo supo, lo mandó a traer y lo crió.

También se hizo cargo de su hermana mayor. Hay un tercer hermano, del cual no sabe dato alguno. El padre de los infantes murió antes que naciera Ernesto.

Ernesto Durán termina sus jornadas diarias estudiando los apuntes de sus clases. Foto/ Menly Cortez

Sentado en un sillón agrietado, recuerda que en su infancia tuvo pocos amigos y nunca un carrito de juguete. Con nostalgia y con poca claridad, porque apenas tenía cinco años, se acuerda de los días en que iba en el canasto sobre la cabeza de su abuela, a cortar café al volcán de San Salvador. Esas jornadas iniciaban desde las 3:00 de la mañana y se prolongaban hasta las 2:00 de la tarde, bajo el sol. Recuerda andar por largos senderos.

Días duros para un niño de su edad, pero lo que no imaginó es que años después regresaría a seguir con esa jornada para poder sobrevivir.

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También acompañó y ayudó a la anciana con la venta de pescado y frutas; viajaban desde la comunidad Tutunichapa, en la capital, lugar donde vivían, hacia el mercado de Apopa, “para conseguir para los frijolitos y las tortillas”.

Esas rutinas, la dedicación con la que hacía el trabajo y la honradez fueron la herencia y guía que le dio, en silencio, Paula Juana a Ernesto.

“Mi abuela me enseñó que tenía que buscarle una solución a mi vida y no esperar”, resume Ernesto, un hombre lleno de fortaleza y sueños.

En el año 2000, quizá intuyendo que las cosas se pondrían difíciles en el país, la abuela vendió la casa que había recibido a través de la Fundación Salvadoreña de Desarrollo y Vivienda Mínima, en la Tutunichapa, y se fue para una casa de lámina, en las cercanías de la línea del tren, en Soyapango.

En agosto de 2000, Paula Juana murió. Ernesto y su hermana, en ese entonces de 15 años, se quedaron sin su protectora.

Para él llegó un tiempo de caos, al cual tuvo que enfrentarse a los nueve años de edad.

Ni abuela, ni casa y sin ningún pariente que le apoyara. La casita de lámina fue vendida por un tío de los huérfanos, “en una borrachera”.

De un día a otro Ernesto se encontró en la calle.

“Lloraba. Miraba a los niños que jugaban, que les daban alimento, ropa. Yo deseaba tener ese amor de padres”, expresa con melancolía, con la mirada fija al suelo, sumergido en el recuerdo.

Su hermana, al ser mayor, se acompañó e hizo su propia familia. Sus caminos comenzaron a distanciarse.

Barrer las calles, recoger basura, hacer mandados y repartir periódicos fueron algunos de los primeros trabajos del niño a cambio de comida.

La caridad de los vecinos le dio un improvisado cobijo. “Yo dormía debajo de la mesa del comedor de unos vecinos, ahí me tendían un cartón”. La posada solamente era por las noches.

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Bajo esa mesa, el niño sintió haber perdido su dignidad. Sin embargo, eso fue su impulso para algún día verse triunfar. Ernesto nunca abandonó su estudio.

A pesar de las dificultades Ernesto esta cursando su quinto año de carrera.
Foto/ Menly Cortez

Cinco años después de la muerte de su abuela y, ante las penurias que pasaba, la hermana de Ernesto le pidió que se mudará a vivir a su casa, con sus tres hijos y su esposo.

Pero el reencuentro resultó de apenas unos días. La pareja de su hermana no pudo sostener el gasto que significó sentar una boca más a la mesa.

Otra vez, la mesa y un cartón en la casa de los antiguos vecinos lo cobijaron hasta que cumplió los 14 años.

Las condiciones ahí fueron desagradables, pero era eso o dormir en la calle.

Luego, una tía política abrió las puertas de su casa para él.

Ernesto cursaba séptimo grado. Como alumno siempre fue disciplinado y dedicado, sus notas andaban en un promedio de ocho a diez.

Para inscribirse al inicio del año escolar, una vez más, se las tenía que ingeniar solo, su tía se dedicaba todo el tiempo a la venta de tortillas, no había espacio para asistir, ni a las reuniones de padres de familias, por lo que Ernesto le pedía a un conocido que se presentara como tutor legal. Lo que implicaba mentir porque siempre era una persona diferente en sus reuniones.

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Los útiles escolares comúnmente se los regalaban los profesores o personas ajenas.

Y las papeletas de notas, que tenían el resultado de su esfuerzo, servían para su satisfacción; eran un logro más en su vida, aunque no tuviera con quién compartirlo. Alguna vez se las mostró a su hermana.

Su tía, con las ganancias de las tortillas, alimentaba y daba estudios a sus tres hijos, pero no había suficiente para Ernesto.

“Yo era como la Cenicienta de la casa”, dice entre seriedad y risa el joven, queriendo destacar que nunca recibió nada gratis. Después de la escuela, a él le tocaba lavar la ropa de todos, hacer mandados, oficios de la casa y hasta cocinaba.

Para poder sostenerse Ernesto desde pequeño aprendió a cocinar alfajores.
Foto/ Menly Cortez

En 2008, ya con 17 años cumplidos Durán, junto a su cuñado, intentó irse “mojado” a los Estados Unidos. No llevaban dinero ni coyote; sin embargo, lograron llegar a México.

Ernesto se enfrentó a “la bestia”, como le dicen al tren al que suben los migrantes para pasar ilegalmente de México a Estados Unidos.

Pero su cuerpo fue débil y cayó bajo los rieles; su cuñado sí lo abordó. Diez años después, aún no sabe cómo sobrevivió.

Esta vez quedó más solo que cuando estaba en El Salvador. Soportó esa situación por 15 días, después llegó a tocar la puerta de Migración, suplicando que lo deportarán; tenía hambre y estaba enfermo. Al menos 22 días después abordó un bus que lo trasladó a la frontera con Guatemala. Dejado ahí, a su suerte, pidió “ride” a los automovilistas hasta que logró regresar a San Salvador.

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Foto/ Menly Cortez

Nuevamente su tía le abrió las puertas y regresó a la rutina “de la Cenicienta”.

En 2012, Ernesto se graduó de bachillerato en Contaduría del Instituto Acción Cívica Militar, de Soyapango, a los 21 años de edad.

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Le tomó más años lograr esa meta, pero la sobre edad escolar no lo desanimó.

Cuando veía a sus compañeros de aula, con menos años que él , pensaba: “¿Qué estoy haciendo con mi vida?, me estoy estancando”.

Seguir en la universidad solo era un sueño, la meta más inmediata era independizarse, trabajar.

“Al pasar por la Nacional (Universidad de El Salvador) siempre decía: ???Yo nunca lo voy a lograr’”.

Creyente y apegado a la fe católica, decidió mudarse de Soyapango a San Marcos, en busca de iniciar su vida cerca de la parroquia Santa María de la Encarnación, que es donde persevera y encontró una comunidad que lo apoya.

Los miembros de su comunidad católica le buscaron un pequeño cuarto, que es donde vive actualmente.

Por tres años, Ernesto trabajó como albañil, jardinero, mesero y ordenanza de un centro hospitalario. Sin embargo, se dio cuenta de que eran trabajos duros y con poca paga.

“Me estaba desgastando, no comía, salía corriendo para hacer mis ventas porque el dinero no me alcanzaba”. Trabajaba toda la noche y, durante el día, recorría las calles de San Marcos con su venta de alfajores, la que aprendió por una persona de su comunidad.

Al encontrarse con sus viejos compañeros de bachillerato y saber que se estaban superando, le retó a ingresar a la universidad, seguro de su capacidad.

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En 2012 hizo el primer intento, pero no quedó. Dispuesto a luchar, el siguiente año aplicó de nuevo y logró quedar en segunda etapa. Ahí cambió su vida.

Ernesto es conocido por ser entregado a lo que hace, así lo describió su compañera Stephanie Ábregos.

Para él, la universidad es una oportunidad para superarse y también para continuar la venta de pan, que él mismo hace.

Las ganancias diarias rondan de los $5 a $8. Los alfajores son horneados en la cocina que una de las personas de la iglesia le regaló.

“Hay momentos en que tengo que dejar de comer, no gasto el dinero para poder llevar los pagos” de la universidad, el alquiler del cuarto, la comida y transporte.

Ernesto sigue soñando. Sueña escribir un libro con su historia para inspirar a muchos jóvenes y para agradecer la generosidad de muchas personas.

Su sueño más próximo es estar en dos años como profesor de Educación Física.

“Los golpes de la vida me han ayudado en muchos sentidos, sobre todo a ser responsable”, dice Ernesto.

Ernesto siempre aconseja a sus compañeros que nunca desistan en la lucha de superarse, pues aunque el camino es difícil, la perseverancia rompe las dificultades.
Foto/ Menly Cortez

Si quiere ayudar a Ernesto Durán en su carrera universitaria o a fortalecer su pequeño negocio puede contactarse al 7874-8950.