Por qué engordaron nuestros niños

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Por Mirella Schoenenberg de Wollants*

2018-02-03 5:32:23

Marisita, Chepe y Cecilia corrían por todo aquello sin miedos y sin límites. Jugaban escondelero entre los árboles, corrían entre los maizales, tratando de no patear las frijoleras y, al encontrarse decían a retarse riéndose, a subirse a los palos de mango, a quien más rápido lo hacía. Comían de los mangos sazones y maduros caídos y luego se zambullían en el riachuelo para quitarse la tierra de encima y refrescarse. Los mangos maduros habían chorriado su jugo por sus bracitos que habían lamido para no perder ni una gota de gozo.

Se secaban al sol, tirados en la orilla del riachuelo, mientras respiraban profundamente el aire con sabor a hierba recién cortada. Observaban cómo crecían las paternas, los caraos y los zapotes en sus ramas que daban sombra a los cafetales y calculaban en cuanto tiempo los disfrutarían. Luego se iban caminando al rancho comiendo los guineos que arrancaban de las matas que encontraban por el camino.

No les gustaba ir a visitar a sus primos de Sonzacate, porque ahí había que tener cuidado de los carros que pasaban cuando salían a jugar a la calle. Pero corrían, jugaban chibola en la tierra, saltaban cuerda, hule y arrancacebolla. Sin embargo, lo mejor de ir a ver a los primos eran las paletas de fruta y las espumillas que vendía doña Tere de Canales en su tienda de la esquina, allá abajo del cantón, en el barrio El Pilar. Diez minutos de corrida como gacelas rompiendo el viento, a quien llegaba primero a la tienda, pues su delgadez les permitía casi volar. A quien pedía antes a doña Tere y encontraba la de zapote con leche o los dulces de manzanilla, las cocadas y los membrillos. A quien comía más. A quien gozaba más.

Todo ese mundo terminó de un plumazo cuando sus padres se quedaron sin trabajo y sin tierra. Les habían quitado la propiedad a sus patronos con el cuento de la Reforma Agraria y se la repartieron a las cooperativas. Estas no pudieron con el tamal y las vendieron a otros, y estos a otros, hasta que alguien las compró, cortó todos los árboles y lotificó. Adiós mangos, guineos, riachuelos, juegos, paletas de frutas, árboles de paterna, zapote y carao, cocadas y membrillos. Adiós sueños. Se fueron a la capital. Sus padres necesitaban trabajo porque ya no tenían. Del ranchito y la vida libre en el campo pasaron a una casucha de lámina en una barranca, en una marginal. Adiós corridas porque no había espacio y porque había “mal encarados” que les podían “hacer algo o enseñar malas mañas”. Adiós frutas y verduras porque eran muy caras.

Sí. Los autores de la Reforma Agraria destruyeron todo el hábitat donde nuestros niños corrían, jugaban y compensaban esas calorías de más que obtenían de dulces, paletas, rellenos, pupusas, nuégados y otros alimentos ricos en calorías. Les robó espacio. Les robó libertad. Les robó la vida saludable.

La Reforma Agraria destruyó la economía de un país que tenía como base la vida en el campo. La gente que gozaba de sus bendiciones se quedó sin trabajo. Migró a la capital y al extranjero, buscando un ingreso. Las investigaciones demuestran que la causa principal de las migraciones es económica, no nos engañemos. Los autores de la Reforma Agraria destruyeron todas las condiciones laborales de los padres de los niños que corrían y jugaban y se mantenían delgados. Hoy, algunos de los hijos y nietos de estos niños son gordos porque no pueden quemar las calorías extras pues siguen viviendo hacinados sin poder correr y jugar, porque no hay espacio y por la inseguridad. Los autores de esa reforma son los causantes de la gordura en nuestros niños.

*Médico, nutrióloga
y jurista.