Siempre hay alguien mirando

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Foto Archivo EDH

Por Gabriela Gozález Lucha*

2018-02-02 9:04:22

“Yo ya estoy muy viejo para creer que el mundo puede ser mejor, esto no es para mí”. Eso me dijo Javi, mi hermano mayor, hace algunos años, al regresar de una actividad de voluntariado a la que prácticamente le obligué a ir. Yo, por otro lado, siempre me he considerado idealista. Creo que nuestro mundo puede ser mejor. Creo también que la responsabilidad de construir ese mundo con nuevas realidades recae en todas las personas, y creo que una de las tareas que tenemos es construir un mundo con igualdad de derechos y oportunidades entre hombres y mujeres. Esa es una de mis luchas, usted podrá tener las suyas.

En este contexto, el año pasado compartí una publicación en mi página de Facebook en la que invitaba a mis amistades a utilizar un lenguaje inclusivo y no machista. Esa misma noche tuve una corta conversación con mi hermano. Él me decía, básicamente, que no le había gustado mi publicación, que era una tontería invitar a utilizar un lenguaje inclusivo. Me decía que así era el español, que cuando uno dice “todos” se entiende que hablamos de “todos y todas”. Me dijo también que estar hablando de “todos los hombres y todas las mujeres” era muy complicado y desgastante. Yo le dije que conocía el idioma español y sus normas, pero que creía que algunas de ellas promueven la invisibilización de la mujer. Le dije que el lenguaje construye realidad y que al excluir a las mujeres al hablar, terminamos por excluirlas también al actuar. Seguimos platicando y le comenté que existen formas que no son complicadas ni desgastantes para utilizar un lenguaje inclusivo. Por ejemplo, si antes decía “todos los hombres”, no es necesario decir “todos los hombres y todas las mujeres”, basta con decir “todas las personas”. Podemos cambiar mis “amigos” por mis “amistades”, es solo cuestión de voluntad y costumbre.

Al día siguiente, mi hermano y yo nos volvimos a encontrar y esta vez me preguntó cuándo y por qué había decidido cambiar mi forma de hablar y le conté mi historia: hace unos años estaba presentando un programa social en un centro escolar de San Salvador y dije: “Este programa beneficiará a niños de 8 a 12 años”. Al terminar la presentación, una señora se me acercó y me preguntó si su hija de 8 años podía asistir. Yo le contesté que sí, pues cumplía con el requisito de edad que yo recién había mencionado. Nunca se me olvidará su respuesta: “¡Gracias a Dios! Es que no estaba segura, como usted dijo que era un programa para niños…”. Tan simple como eso. En una conversación de menos de un minuto, yo me di cuenta de que, sin querer, con mi hablar podía haber excluido a una niña de participar en un excelente programa.

Unas semanas después, Javi me llamó para contarme que tenía que dar una charla en su trabajo y que, al prepararla, se había dado cuenta de que su lenguaje era excluyente, pues utilizaba la palabra “niños” cuando quería hablar de niños y niñas. Me pidió ayuda y le dije que era mejor hablar de la “niñez”. Sin ser yo una experta en el tema, desde ese día Javi me llama para pedirme consejos sobre cómo hablar y actuar sin excluir a las mujeres, para contarme sobre alguna conversación que escuchó y que le pareció machista o para discutir conmigo alguna idea sobre feminismo. Javi me llama y me escribe, sin saberlo, para darme ánimos y esperanza.

Me da esperanza saber que acciones que parecen insignificantes, como escribir una publicación en Facebook, puedan abonar a construir nuevas realidades. Nuevas realidades en las que más personas se suman y trabajan por una misma causa. Gracias, Javi, por animarte a cuestionar y cambiar tus paradigmas. Gracias por decir con orgullo que sos feminista. Y, sobre todo, gracias por recordarme el impacto de las pequeñas acciones.

Siempre hay alguien mirando, siempre, siempre. No dejemos de hacer pequeñas acciones que construyan un mundo mejor porque siempre habrá alguien mirando y, en una de esas, se suma a nuestra lucha, sea cual sea.

*Colaboradora de El Diario de Hoy.