Eduardo Lara llegó al país en octubre de 2015 con una valija llena de ilusiones y la intención de “resucitar” el fútbol salvadoreño desde abajo, desde las bases. Poco más de dos años después se va del país despedido meses antes de que finalizara su contrato en otra función distinta.
Lara había llegado como coordinador de selecciones juveniles. En su prestigioso currículum aparecía como uno de los formadores en Colombia de hoy grandes luminarias del fútbol mundial: James Rodríguez, Radamel Falcao y Ospina, entre muchos otros aparecían como sus dirigidos en las juveniles cafeteras. Excelente mano para dirigir juveniles era su carta de presentación.
El ciclo prometía una nueva visión “a largo plazo” para fomentar el desarrollo de los menores con un especialista. Sin embargo, a poco de asumir, los roles empezaron a cambiar: primero fue entrenador de la Sub-20 reemplazando a Ramón Sánchez y luego se hizo cargo de la Selecta mayor, tras el estrepitoso fracaso de Primi Maradiaga. Ya nada sería igual.
Aquel innovador proyecto de formación y desarrollo de juveniles terminó mal en muy poco tiempo. Esto no es nuevo: en la Selecta van casi 20 entrenadores en 20 años. El largo plazo es la solución recomendada en el fútbol, pero en El Salvador se está lejos de eso.