De los debates

En El Salvador la cultura de debates políticos en períodos electorales apenas comienza. Más que los candidatos han sido los medios de comunicación y los electores quienes han presionado para que se produzcan.

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Por José Sifontes*

2018-01-26 8:19:05

Actualmente en los países con democracias avanzadas los candidatos a puestos de elección popular tienen algo por seguro, que deberán debatir. Los debates forman ya parte obligatoria de los procesos eleccionarios, y cumplen objetivos muy importantes. Si son determinantes para una victoria electoral es punto de discusión, pero no puede negarse que en muchos casos han definido la opinión pública e incidido en los resultados.

En los Estados Unidos se registra el año 1858, cuando Abraham Lincoln desafió al senador Stephen Douglas a una discusión cara a cara sobre la cuestión de la esclavitud, tema candente en aquella época. La propuesta se materializó en una gira de debates en el estado de Illinois. Los debates televisivos y con un formato similar a los que tenemos hoy día se iniciaron en 1960, entre el vicepresidente Richard Nixon y el senador John F. Kennedy. De acuerdo con expertos, los cuatro enfrentamientos fueron decisivos para que Kennedy obtuviera la presidencia. Luego de años sin debates nacionales televisados, estos se reiniciaron en 1976, entre Gerald Ford y Jimmy Carter, y no han dejado de producirse hasta el presente.

En El Salvador la cultura de debates políticos en períodos electorales apenas comienza. Más que los candidatos han sido los medios de comunicación y los electores quienes han presionado para que se produzcan. Los más entusiastas obviamente son los que no votan como rebaño, atendiendo a las líneas de los partidos, sino que intentan poner una dosis de materia gris en sus decisiones.

Los debates son importantes por muchas razones. Entre las más notables se puede enumerar algunas. Nos permite conocer mejor a los candidatos. Un discurso, muchas veces hecho por otros, y leído, no nos dice todo lo que necesitamos saber. Queremos ver cómo se comportan ante la presión del adversario, cómo articulan sus ideas, qué tanto saben de los temas importantes, qué tan firmes son sus convicciones. El temperamento y el carácter son elementos que deseamos conocer de un pretendiente, y el debate nos acerca más a este conocimiento.

A veces elegimos por exclusión y los debates nos facilitan el descarte. De nuestra lista vamos excluyendo a los que rehúyen responder a preguntas concretas, a los que no son capaces de hilvanar una idea coherente, a los que evidentemente no saben de lo que están hablando, a los fanáticos sin convicción propia. Y, claro que si, a los que pierden el control y ponen en evidencia su carga Neardental.

En nuestro país no existe ninguna ley que obligue a los candidatos al debate. Algunos lo rehúyen calculadamente. Piensan que es un riesgo que no vale la pena tomar, especialmente si las encuestas muestran que están en ventaja. Pero esto, aparte de indicar poca confianza en sí mismos, es tomado en cuenta por los electores que son más perceptivos de lo que se piensa, y nace la duda??? o el rechazo. Los candidatos deben considerar que al inicio de la campaña los indecisos son muchos y que lo que observan en los debates los hace por fin tomar una decisión.

Otros ponen como condición que no se hagan preguntas personales. Sin llegar a excesos, éstas son tan válidas como las que tratan temas generales. Permiten conocer de su personalidad. Recordemos que detrás de un puesto hay una persona, que al final de cuentas es la que prevalece. Algunos se sentirán incómodos, pero si no se quieren quemar ¿quién los manda a entrar en la cocina?

*Médico psiquiatra
y columnista de El Diario de Hoy.