Video: La llamada de medianoche de Rafael Domínguez que marcó la historia del país

El periodista salvadoreño tenía apenas 21 años cuando acompañó a la comisión que terminaría firmando un acuerdo para llegar a la paz la noche del 31 de diciembre de 1991 en Nueva York, Estados Unidos.

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Por El Diario de Hoy

2018-01-16 9:11:09

El protagonismo no era para él, pero una llamada no enlazada le ayudó a convertirse en el primer portavoz de la paz. Rafael Domínguez, un periodista ahora curtido por la experiencia y con su propio programa de televisión, tenía apenas 21 años cuando acompañó a la comisión que terminaría firmando un acuerdo para llegar a la paz la noche del 31 de diciembre de 1991 en Nueva York, Estados Unidos. Esta es la historia tras la llamada que avisó la noticia más importante de los últimos años en El Salvador, la llamada que anunció la paz.

Su designación para la cobertura fue fácil, era el más joven en el equipo de periodistas de Teleprensa, el noticiero para el que laboraba, y el que menos problemas tendría para viajar. Esto lo llevó, junto a Moisés Urbina, a convertirse en los escogidos para la misión. Urbina en cambio, tenía 10 meses de casado, pero nadie le preguntó si tenía problemas, lo importante era la noticia.

Moisés Urbina y Rafael Domínguez. Foto Archivo

El tándem de periodistas llegó a la “Gran Manzana” el 16 de diciembre. Desde Teleprensa pensaron que sería una buena idea mandarlos a los dos y una cámara. Tomaban turnos frente a la misma para preparar sus notas. Primero Urbina, luego Domínguez. La idea era dar la impresión de tener dos equipos completos, periodista y camarógrafo, y así mostrar fortaleza informativa. Al final, fueron los únicos periodistas salvadoreños en el lugar.

Urbina cumple años el 16 de diciembre. Recibió sus 29 años sosteniendo la cámara y conversando con las delegaciones que negociaban el cese al fuego. Así también fue su navidad y, por supuesto, su año nuevo.

Día tras día viajaban a Manhattan, a la sede de la Organización de las Naciones Unidas. Ahí permanecían desde el mediodía, en un espacio de seis por cuatro metros, separados del resto del edificio por un cordón. Desde ahí veían pulular a las delegaciones. A veces llamaban a Shafick Handal, a veces a Óscar Santamaría. Les pedían las declaraciones y obtenían la misma respuesta: no hay acuerdo.

Después de grabar sus notas, la obligación eran dos despachos, a veces más, empezaban el proceso de “transmisión de la información”. Era 1991 y no existían las facilidades tecnológicas actuales para transmitir un video. La ventana de satélite era cara y no contaban con una isla para editar su material, así que se las ingeniaron para enviar el material hasta el canal. Por la noche, tomaban un taxi hasta el aeropuerto LaGuardia y buscaban el próximo vuelo a El Salvador. Ahí perfilaban al mensajero, luego lo enamoraban y le daban el preciado casete de Hi8, con la advertencia de que el equipo de Teleprensa los estaría esperando afuera, en Comalapa. Día a día repetían la estrategia y siempre encontraron una alma solidaria que entregara la cinta y así les ayudara a informar lo que ocurría en la mesa de negociación.

Después de 10 días, las fuerzas decaen. Era 25 de diciembre y no hubo reunión entre las partes en Naciones Unidas. Fue el primer día en que Urbina y Domínguez pudieron dedicar a caminar y conocer Nueva York. Compraron uvas, un jamón, cervezas y una botella de champán. Necesitaban celebrar.

Fue hasta la última día de 1991 que todo empezó a cambiar. Ese día habían esperado por horas en el mismo rectángulo de 6 por 4, pero por primera vez había mucho movimiento. Llamaban a los negociantes y todos les pedían paciencia, que “algo puede salir”. Esa frase, recitada como mantra por todos los involucrados, se convirtió en su combustible.

Cerca de la medianoche todo era silencio en el edificio. Afuera, en Manhattan, la fiesta se había apoderado de las calles, entre vítores y cantos lo único que importaba era el conteo de fin de año; dentro todo era silencio, solo había movimiento en el piso 38, en el lugar donde seguía la negociación.

Pocos minutos antes de la medianoche se les invitó a subir, Domínguez y Urbina eran ya los únicos periodistas presentes, todos habían desistido ya sea por el cansancio o por el espíritu de la fiesta neoyorquina. Corrieron. Al llegar alcanzaron a ver cómo el peruano Javier Pérez de Cuéllar, el secretario general de la ONU de ese momento, leía el acuerdo que serviría de base para su firma dieciséis días después en el castillo de Chapultepec, en México, y que daría por terminada una cruenta guerra de 12 años.

El acuerdo era escueto. Escrito en una página de papel bond. Sobre él estamparon su firma los representantes del gobierno y de la guerrilla. El fin de las balas estaba ya cerca.

Video publicado en nuestro especial “25 aniversario de los Acuerdos de Paz”

 

Los periodistas empezaron a filmar. Vieron que tenían suficiente material, así que corrieron al lobby, ahí habían cuatro cabinas telefónicas. Levantaron los auriculares, llamaron por cobrar y probaron suerte. Era 1991, no había whatsapp, correo electrónico u otro medio por el que se pudiera enviar la noticia al instante.

El hecho ya había ocurrido y el país aún no conocía nada sobre el acuerdo. Urbina urgió a la telefonista; le explicó la importancia de la noticia que le tocaba transmitir, pero nadie contestaba. De repente escuchó a Domínguez, vio su cara de alegría, al otro extremo había una voz.

En Teleprensa ya no había nadie, la llamada urgente desde Nueva York la recibió el vigilante. Se sorprendió, tomó su radio y llamó a Guillermo De León, director del noticiero. Ya estaba en su casa, la noticia le alegró los primeros minutos del nuevo año. 1992 había empezado con pie derecho. Regresó al canal al igual que Cecilia Estevez, presentadora.

La fiesta en todo el país se interrumpió. Estevez apareció en cámara, tomó un teléfono en el estudio y dio paso al periodista y pronto sus palabras formaron parte de la historia de El Salvador. “Buenas noches Cecilia, estamos directamente desde la ciudad de Nueva York informando lo que ha pasado en los últimos momentos acá en esta ciudad de la Gran Manzana. La paz ha sido firmada, aquí en Nueva York. Repetimos, la paz ha sido firmada”.

Urbina todavía no lo podía creer. Perdió la exclusiva ante su compañero, pero no le importó, al final lo que valía entregar el mensaje. Tomaron la cámara y empezaron a caminar. Se encontraron a la delegación del gobierno, quien les ofreció regresar junto a ellos en un vuelo chárter. Corrieron al hotel, arreglaron sus maletas y los buscaron en el aeropuerto. Ese mismo día emprendieron su regreso.

El piloto del avión felicitó a todos los pasajeros. Les dieron su cena de año nuevo y una copa de champán. Urbina no puede evitar las lágrimas de emoción al recordar ese viaje, sobre todo al repetir las palabras que dijo la azafata al tocar tierra: “bienvenidos a El Salvador, un país que desde ayer tiene la paz”.

Para Domínguez no ha habido otra mejor noticia que reportar. Estar en la noche en la que se daba fin a un conflicto entre hermanos era increíble. Fue gracias a este acuerdo que, según el periodista, El Salvador pudo soñar con desarrollarse. A partir de la paz hay vida, una oportunidad de mejor educación, accesos a servicios y escuchar su música. “Una guerra de doce años te deja destrucción, abandono y muerte??? Y terminarla fue algo fantástico”.

Urbina tiene un fuerte dilema, la firma 16 días después, en Chapultepec, México, fue la que cerró oficialmente el conflicto, pero está seguro que el acto más sincero y simbólico fue el de esa noche de año nuevo, cuando las dos partes se dieron cuenta que no iban a llegar a más si no cedían y abrazaban la conciliación.