“Nunca me imaginé que un mercado pudiera ser así”, dice la publicidad del mercado Cuscatlán, uno de los proyectos insigne del alcalde de San Salvador, Nayib Bukele. Los muchos mupis y rótulos que promocionan tal sitio me motivaron a visitarlo.
Dispuesto a ver lo mejor, me dirigí hacia el mercado Cuscatlán.
Fui un miércoles. Tuve dificultades para encontrar parqueo, pues se queda corto y no precisamente por un alto número de concurrentes. No lo quiero imaginar los fines de semana. Es probable que el público al que está principalmente dirigido llegue en transporte colectivo. Sin embargo, la zona es relativamente céntrica, lo cual podría generar interés para que gente que cuenta con vehículo vaya a hacer sus compras.
El edificio tiene “buen lejos”. Me gustó el mural exterior, la amplitud del “food court” y la terraza. Es también positivo el hecho de tener una biblioteca bien montada, que invita a descubrir el apasionante mundo de la lectura.
Lamentablemente, este mercado no pasa de ser una muestra más de lo superfluo que tanto caracteriza a Bukele. Imagen, imagen y más imagen. Con él, lo sustancioso pasa a un tercer plano, ya que parece que para sus “fans” importa más la emoción que genera una foto bien lograda y dar un “Me gusta”, que preguntarse si realmente los proyectos del edil representan una solución a los problemas de los ciudad.
Lo que observé y conversé con la gente indica que el mercado Cuscatlán es un pufo.
“Dejé la calle para poder cuidar mejor a mi niña. Aquí es más tranquilo y estoy bajo techo, pero he tenido que sacrificar las ventas”, me contaba un vendedor. Como él, todos con los que conversé me dijeron lo mismo: hay poca afluencia y las ventas son escasas, a pesar del gasto publicitario que ha hecho la alcaldía para promover el mercado, como queda evidenciado en las calles de San Salvador.
En consecuencia, varios de los mercaderes han decidido abandonar sus puestos y regresar donde estaban antes. Quienes apenas inician en esa labor no saben si ir a las calles o buscar un lugar en otros mercados, como el Tinetti. “Pero no es fácil que te lo den”, comenta una vendedora de frutas, y añade: “Aquí hay gente que ya tiene puestos en otros mercados, pero nos la ponen difícil a los que por primera vez tenemos un localito y nos queremos ir a otro mercado donde podamos vender más”.
Otros me aseguraron que los vendedores que están en el Cuscatlán no son los de las calles, aquellos que supuestamente habían sido desalojados. “De esos hay pocos??? ellos se quedaron en los puestos que les armó la alcaldía allí por el Palacio”. De ser así, ahora entiendo por qué en mis idas diarias al Centro Histórico no veo menos ventas en las calles, sino que cada vez más desorden y anarquía. ¡Las gloriosas nuevas ideas e invencibles!
La zona de los puestos es, además, pequeña. El espacio de los locales es mínimo y los pasillos son estrechos. La ventilación es pobre, por lo que la sensación de hacinamiento aumenta, aunque esté vacío.
Me pregunto qué sucederá si hay alguna emergencia y se debe evacuar el edificio. No encontré salidas de emergencia y únicamente hay dos escaleras (las eléctricas, por cierto, no funcionaban). Tampoco vi extintores o mangueras para apagar incendios, como suele haber en cualquier mercado de “Primer Mundo”, que, según Bukele, éste lo es.
Seis meses bastaron para que los baños del mercado estuvieran en el olvido. Es verdad, ¿qué podemos esperar de unos baños públicos? Pero lo traigo a colación porque Nayib los publicitó por todo lo alto. Están sucios, descuidados y notablemente en deterioro.
El contrato de arrendamiento a 25 años plazo establece que mensualmente se pagarán $85 mil, con un desembolso total de $25,500,000 (veinticinco millones quinientos mil dólares). El balance 2008 de la sociedad con la que se hizo el contrato muestra que el inmueble tenía un valor de $828 mil. En otras palabras, al final, los capitalinos pagaremos $24,672,000 más de su valor por un mercado que no funciona.
¿Realmente vale la pena este desperdicio? Pensémoslo en las urnas.
*Periodista.
jaime.oriani@eldiariodehoy.com