Al verlo rematar, tirarse por la pelota y cubrir su zona en la cancha de voleibol, nadie pensaría que Javier Cooper Cruz, el número seis del Fénix, tiene amputaciones en su cuerpo. Este joven de 28 años, quien juega en la segunda categoría del país, es un sobreviviente y un guerrero.
El día que marcó la vida de Javier fue el 15 de noviembre de 1989. Tenía 15 meses de nacido. “Estaba en San Miguel con mis abuelitos, para el tiempo de la guerra, en la ofensiva. Cayó una bomba en la casa, que se destruyó con nosotros adentro”, cuenta hoy, con voz tranquila, sin dramas ni poses. Es algo que le tocó vivir y ya lo superó. Ya está. Ni piensa en ello cuando eleva la pelota y la golpea con ganas.
Ese miércoles, a las 9 de la mañana, la bomba que amputó el cuerpo de Javier salió de un avión del ejército, que buscaba liquidar a los guerrilleros que estaban apostados en la colonia Río Grande. El artefacto cayó en la casa de su abuelo, Maclovio. La explosión derrumbó las paredes. Hubo caos. Angustia. Javier quedó bajo los escombros.
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El niño estaba vivo, pero soterrado bajo una puerta de hierro y pedazos de techo. El lado izquierdo del cuerpo de Javier sangraba. Estaba en su apogeo la ofensiva militar de la guerrilla contra el Gobierno del país. El pequeño Javier, que estaba al cuidado de su abuelo y su tía Gladys, no lloró después de la detonación.
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Cooper está por entrar a un partido con sus compañeros del Fénix
“No me encontraban bajo los escombros, porque estaba bien pequeño, y no lloraba, no hacía ruido ni nada, no sabían si estaba vivo”, explica hoy Javier. Cuando lo hallaron, el bebé tenía daños severos en la pierna izquierda y ya no tenía el meñique de su mano izquierda.
Javier no recuerda mucho más de lo ocurrido. Para su mamá, Gabriela Cruz, es una cicatriz imborrable en la memoria. Ese recuerdo trae lágrimas a sus ojos, y tiene que esperar 10 segundos para tomar aire, continuar la plática y describir lo ocurrido tras el bombazo.
Doña Gabriela cuenta que el abuelo Maclovio y la tía Gladys también sufrieron heridas graves por las esquirlas -ella terminó con daño permanente en los oídos-, pero no pudieron ir al hospital a buscar auxilio, porque los guerrilleros no los dejaron. Los combatientes quisieron velar, primero, por la seguridad militar de sus hombres, y no les permitieron irse.
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Cooper supera las adversidades para destacar en este deporte de rigor
Les dijeron que los médicos de la guerrilla se encargarían de curarles, improvisaron una clínica en una casa, pero había demasiados heridos, incluida una niña con un pulmón perforado. Casi seis horas tras el bombazo, después que dos vecinos de la colonia ya habían muerto en petates, convencieron a los guerrilleros, y al fin todos los heridos, el abuelo Maclovio, la tía Gladys y el bebé Javier fueron trasladados al Hospital San Juan de Dios migueleño en una ambulancia de la Cruz Roja.
Javier llegó en estado de shock al hospital, en brazos de don Maclovio. Agonizaba. Los médicos no encontraron su tipo (A positivo) en el banco de sangre del hospital, para una transfusión. Heroína anónima, una empleada de limpieza se la donó, en transfusión directa, de brazo a brazo. Lograron estabilizarlo, pero su pierna izquierda tenía gangrena.
Ya no pudieron salvarla. Se la amputaron, con corte arriba de la rodilla. Pusieron además un clavo donde debía estar el meñique de su mano izquierda. Durante casi 40 días, Javier tuvo que permanecer en el Hospital San Juan de Dios. “Fue un momento difícil llegar al hospital tres días después y encontrarlo sin su pierna, con su manita así porque le habían quitado al dedito”, dice en un hilo de voz doña Gabriela.
Familia y terapia
Al salir, con solo un año y cuatro meses de vida, Javier comenzó en San Salvador su proceso de recuperación. Tomaría años. “Intentaron con muletas, pero no me gustaban. Y no quería usar la prótesis de pequeño, lloraba. Salía gateando a esconderme cuando la veía porque me daba miedo. Después he pensado que quizá la rechazaba porque sentía dolor”, narra Javier.
“Fui a bastantes terapias, en barras, a caminar solo y acompañado, bajar y subir gradas. Terapias al ISRI (Instituto Salvadoreño de Rehabilitación de Inválidos) y en el Hogar de Parálisis Cerebral”, explica. Su voz sigue siendo descriptiva, tranquila. Con el tono de quien ya dejó atrás una tormenta.
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Javier está superando día a día su discapacidad
Fueron años duros, pero hubo una persona especial que le dio fuerza: su abuela Concepción, “mama Tita”. Ella le decía de cariño “mi cangurito” a Javier, porque el pequeño avanzaba a saltitos, en un pie, antes de aceptar la prótesis.
“Tuve el apoyo de mi abuelita Tita, era de carácter fuerte. A mí me daba hasta pena ponerme shorts, y ella me decía que no, que me los pusiera, que saliera a jugar. Me motivaba. Sirvió que me trataran normal. Nadie me trataba con lástima en mi familia. Más bien, yo decía a veces ???no puedo’. Mi abuelito Coyo me molestaba bromeando, me decía ???el no puedo’, ???vení, sí vas a poder’. Me enseñaban a barrer, agarrar una escoba, trapear. Decían: ???si estás parado, lo podés hacer’”.
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Doña Tita fue un roble para Javier. “ ???Usted puede’ y ???no llore’ son las frases que más recuerdo de mi abuelita. Porque a veces llegaba llorando que me habían botado, o que me estaban molestando, o me enojaba. Cuando yo quería seguir a alguien para defenderme, no los alcanzaba. ???No llore’, me decía. ???Usted es fuerte, no les demuestre’”, rememora Javier.
Al ser distinto, algunos niños optaban por molestarlo y burlarse de él. Pero Javier dice que “tuve siempre grupos de amigos en los que fui aceptado y hasta me defendían; tuve un amigo, Josué, que hacía karate y les pegaba si me molestaban. Y siempre estaba conmigo mi hermano Richard, que me defendía”.
Cuando Javier llegó a los siete años fue a terapias con psicólogo. “Estuve con psicólogo de dos a tres años. Tenía resentimiento y enojo, ahora ya lo manejo normal. Fui a terapia como tres años. Eso me ayudó a no derrotarme. Me decían: ???Si te enojás y les reclamás a quienes lanzaron la bomba, ¿te va a crecer la pierna de nuevo? Ahí reflexionaba, no iba a retroceder el tiempo. Me tocaba luchar y salir adelante con lo que tenía”.
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Con este equipo ganaron la Liga Sampedrana de Voleibol en 2016
Sin límites
Esa bomba casi lo mata, sí. Pero Javier no permitió que su vida se quedara entre escombros. Sobrevivió, quizá, por algún plan oculto de Dios para él. Así lo explica hoy Javier, 27 años después de aquella explosión. Cuenta que muchos se sorprenden cuando saben que, a pesar de sus amputaciones, juega voleibol. Lo ven y piensan que ocupa la venda sólo por un golpe.
“Puedo jugar de quinto o de pasador”, explica. Tarda cinco minutos en ponerse su prótesis de metal y fibra de carbono, la cual cubre con una venda y no se nota, y de inmediato se lanza a entrenar, estirar y ejercitarse con sus compañeros del Fénix.
La prótesis “tiene un recubrimiento de espuma. Adentro son tubos de acero inoxidable, un sistema de rodilla y tobillo articulado. Tiene una cavidad, en este caso la pedí de fibra de carbono para reducir peso; la ingreso con una especie de media, el muñón queda dentro, tiene una válvula de succión que saca todo el aire, es como sellar al vacío”, detalla Javier sobre la pieza con la que planea jugar voleibol “hasta que el cuerpo me dé”, porque es su pasión.
A pesar de sus limitantes físicas, Javier siempre incluyó el deporte en su vida. “Empecé jugando fútbol con mis hermanos, de portero. Sí me costaba un poco correr con los demás, pero nunca le huí al deporte. Jugaba fútbol con prótesis, basquetbol después. El voleibol lo llegué a conocer al Ricaldone”, donde incluso dejaba de comer en los recreos para irse a jugar.
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Cooper se desempeña en Aeroman como inspector de control de calidad. Foto/Cortesía
Ahora, Javier cojea un poco y tiene que trabajar más fuerte con su pierna derecha en cada movimiento, pero no se queda atrás. Es uno más en el Fénix, y no es un recién llegado; juega voleibol desde los 14 años, cuando en séptimo grado se enamoró del deporte en el Ricaldone. Llegó a entrenar con la selección del instituto, y con el equipo nacional juvenil.
“Al principio sí me costó bastante jugar voleibol. Elegí este deporte porque no tenía que andar detrás de una pelota corriendo. El salto fue lo primero que se me dificultó, porque solo tengo un juego de músculos, y no dos como todos. Tengo que esforzarme el doble para estar al nivel”. Y así lo demuestra en un juego de domingo en que lo acompañamos, ante el Exiliados, en el Colegio San Francisco.
Javier demuestra con hechos que las secuelas de aquel bombazo no lo frenan. Le mete duro al voleibol, donde incluso formó parte del equipo salvadoreño que ganó la Liga Sampedrana en Honduras, el año pasado. Además, maneja su auto sin problemas, fue “boy scout”, hizo escalada vertical, y terminó con éxito su bachillerato electrónico en el Ricaldone y luego un técnico en mantenimiento aeronáutico. Hoy trabaja en Aeroman, empresa dedicada al mantenimiento de aviones, donde labora desde 2008.
“Soy inspector de control de calidad. Hago el turno de 4 de la tarde a 12 de la madrugada. (La prótesis) no me molesta en mis actividades. Puedo subir escaleras, me subo a las alas y el lomo del avión, en plataformas, no tengo inconveniente”.
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Javier está superando día a día su discapacidad
[Elías Ramírez, de jugador en la playa a técnico en fútbol once]
Doña Gabriela dice de su hijo mayor que “él ha sabido derrotar las barreras que se le han ido presentando. Siempre lo he admirado por eso. Lo que se empeña en lograrlo, lo obtiene. Ha luchado, para él ha sido muy difícil su discapacidad, pero Dios le ha compensado con esa fortaleza que él siempre mantiene, ese tesón por salir adelante. Es mi orgullo”.
La historia de Javier es una más dentro de las 18 mil 662 personas con amputaciones que tiene en su registro el Fondo para Lisiados y Discapacitados por el Conflicto Armado, que existe desde 1995 y que tiene entre sus beneficiados al mismo voleibolista. Varias de estas personas se han abandonado a la depresión. Al “no puedo”. Y muchas otras, con su cuerpo pleno, prefieren ocultarse en excusas.
A ellos, Javier Cooper Cruz les dice: “No hay que darse por vencidos. Yo tengo la prótesis, me ayuda, es una pierna en sí. Me hace ser como todos los demás. Hasta correr. Si me dicen de correr un kilómetro, lo voy a hacer más lento que alguien más, pero lo voy a hacer. Si uno se pone en la mente hacer algo, lo puede lograr”. Como el ave que da nombre a su equipo, la que vuelve de las cenizas. Como el Fénix.