Los años universitarios son, sin duda, de los mejores. Recuerdo los míos ???todavía recientes, lo admito??? con especial afecto y espero conservarlos intactos, pues me ayudan a mantener viva la ilusión de la juventud.
Escribo estas líneas porque se acerca el final de un ciclo académico en varias universidades, incluyendo en la que soy profesor. Y más allá de las fiestas propias de la vida universitaria y de otras tantas cosas “alegres” y “simpáticas”, deseo compartir con mis alumnos y demás universitarios algunas reflexiones, por las que probablemente me califiquen de idealista… pero son las ideas las que perduran en el tiempo y cambian el mundo.
En la universidad inician los años de la libertad; para ser un poco más específico, aquellos en los cuales comenzamos a palpar esa misteriosa realidad inseparable de la responsabilidad. Asumir en su complejidad tal binomio nos hace darnos cuenta del peso de nuestras elecciones y que el resultado final nunca será indiferente: o hacemos el bien, o hacemos el mal.
El modo en que aprovechemos cada una de las horas de clase o estudio ???por muy aburridas que parezcan??? nos ayudarán a formarnos en criterio para poder juzgar y decidir mejor. Profesionalmente nos distinguiremos por nuestros conocimientos y capacidades ciertamente, pero debemos ir más allá de las fronteras de las nobles ambiciones personales.
Los profesionales tenemos la grave obligación de brindar un servicio a la sociedad. La raza humana no es una de individuos aislados, aunque la cultura actual del “yo” y del aislamiento tienda a distorsionar esa dependencia relacional enriquecedora.
Las aulas deberían de ser un espacio de intercambio y de debate de altura, no de imposiciones pseudomagistrales cerradas a cualquier cuestionamiento. Nos corresponde a los maestros fomentar esa apertura y facilitar a los estudiantes el forjar conceptos sólidos.
La lectura es clave. Ya lo sé, suele ser aburrida, al menos en un inicio. Alejandro Llano, un filósofo al que admiro mucho, afirmó en una ocasión que “si no lees, eres poco, porque somos lo que leemos”. Si superamos el conformismo de quedarnos con la presentación del profesor y leemos la bibliografía, ya es bastante, pero no lo es todo. La palabra escrita es enriquecedora, solidifica nuestros argumentos y nos da una visión del mundo de amplios horizontes. Y esto se consigue también a través de las novelas y de las historias que han marcado a la humanidad.
El reto de las universidades en una sociedad plural es grande, pues “la sociedad espera de la universidad profesionales competentes, respuestas científicas, soluciones técnicas. Pero el problema más propio del pluralismo es el diálogo”, planteaban en un congreso en Roma, en 2009. Y deben hacerlo un diálogo sensible y tendiente la verdad, aunque no sea fácil.
La universidad tiene que ser coherente con su naturaleza. Más aún, no debe traicionarse a sí misma. Como su nombre lo indica, etimológicamente viene de universalidad. Esto no excluye la especialización, sino que la hace incluyente. Rompamos los muros de las facultades y de los sistemas cerrados, para ilusionar a sus estudiantes con las riquezas culturales y de la vida.
Cuando culminen sus estudios, quizás ya un poco cansados de tanta clase, solo habrán iniciado con la misión de aportar para hacer un mejor país. El poeta T.S. Elliot decía acertadamente que donde el tiempo pasado y el tiempo presente se dan cita es en el tiempo futuro. Nuestro pasado y nuestro hoy académico determinarán en gran parte las capacidades que tengamos para influir positivamente en una nación que lo necesita con urgencia, porque de lo contrario terminará hundiéndose.
Los tiempos son tan cambiantes que requerirán de mucha imaginación, espontaneidad, iniciativa, agilidad de decisión y juventud interior para estar siempre actualizados en un mundo que no se detiene. Más que la dificultad de terminar una carrera o maestría, el reto se encuentra en conseguir que nuestra profesión mantenga su altura y vitalidad a lo largo de muchos años, poniendo al centro a la persona humana, que será siempre un fin, nunca un medio.
No les deseo suerte, sino éxitos.
* Periodista.
jaime.oriani@eldiariodehoy.com