Aquel señor griego de la Antigüedad de quien se ha dicho que es la piedra angular de la filosofía y psicología y que toda la historia de la cultura occidental es solo una nota de pie a sus escritos, nos ha entrampado entre una piedra y un muro. Me refiero a Platón que nos ha acuñado como monedas de cera su enfrentamiento entre la ceguera de la razón y la pasión. El aporte del pensamiento de Platón a la Cristiandad es que, si no seguimos ciegamente a la razón para controlar las pasiones, estamos en peligro de cometer pecados mortales.
Pero platicamos, de otra manera con los filósofos, los teólogos y los poetas del siglo XIV sobre el auge del escolasticismo (término que proviene de la palabra schola que se traduce como escuela)) que es de manera usual considerado “detestable” y “polvoso”, hasta una telaraña del pensamiento y el razonamiento.
Discrepo con esta evaluación de escolasticismo, y voy a argumentar que éste era un esfuerzo maravilloso para categorizar todo el universo y su funcionamiento de tal forma que fuera accesible a los seres humanos aquí en la Tierra. El escolasticismo nos puede salvar del dilema que nos dejó Platón: angustiados entre la razón y la pasión, una razón que se asume superior hasta tal grado que nos vuelve ciegos y perdidos cuando encontramos el amor. La ayuda puede venir si buscamos a la célula donde trabajaba y escribía el amable Robert Grosseteste (1175-1263), obispo de Lincoln, profesor en la Universidad de Oxford y filósofo escolástico.
Geoffrey Chaucer conoció y aplicó en su poema de amor, Troilo y Creseida, las teorías del escolasticismo del obispo Grosseteste, San Bonaventura, San Bernardo de Clairvaux, Guillermo de Ockham y John Duns Scottus, además de las de sus amigos de Oxford, John Gower (poeta, abogado y profesor de filosofía) y Ralph Strode (profesor de lógica y filosofía): todos eran filósofos escolásticos cuyas ideas eran corrientes y además contemporáneos con Geoffrey Chaucer, el poeta de la elegante y educada corte del rey Ricardo II de Inglaterra.
Que Chaucer utilizó sus teorías escolásticas no hay duda, porque nos dice, en el transcurso de su poema, que así hizo. Pero aquí en el siglo XXI, sus teorías nos puede parecer, a primera vista, anticuadas. Tomamos en cuenta que algunas de ellas son un esfuerzo por explicar el comportamiento de la gente cuando encuentra el amor. Ya verán que son teorías muy humanas.
Como primera premisa, el obispo Grosseteste (y Chaucer) utilizaban la noción de óptica en el sentido de que, al encuentro de los futuros enamorados, una corriente (specie) de luz emanaba de los ojos y los pegaban con la fuerza de la causalidad en las facultades de la mente, para que asimilaran el proceso de percepción. La visión de los ojos, la luz y la óptica fueron cruciales en la explicación de la adquisición de conceptos en la lógica escolástica por medio de una destilación, y constitución de un refinamiento de la realidad que es capaz de significar la verdad de la figura de la otra persona. La visión, la óptica y las corrientes de la luz que salían de los ojos eran cruciales para la explicación del concepto o abstracción en que la otra persona era percibida.
Con estos conceptos en la mente, Chaucer nos presenta dos personajes. El primero es Troilo, el hombre y guerrero de Troya (estamos en los últimos años de la Guerra de Troya, siguiendo a Homero); el segundo es Creseida, una viuda que quedó en Troya cuando su padre traicionó a Troya, y como si fuera profeta él visualizó la caida de la ciudad ante el asedio de los griegos, un tránsfuga en el campamento de los enemigos -así como en la Ilíada.
Ahora, Creseida, por las acciones de su padre, se encuentra en una situación muy inestable y sola, siempre bajo sospecha, cuando, un día, en la misa, Troilo la percibe por medio de la corriente de luz que sale de sus ojos: “Y por casualidad la corriente de luz que procede de sus ojos quedó en Creseida y allí se pegó”, nos dice Chaucer, en una expresión de iconografía ocular y óptica medieval que representa el incendio del amor entre las dos personas.
Lo que pasa es que Troilo intenta entender la situación de percibir a Creseida con las corrientes de luz de sus propios ojos por medio de su razón-lo cual es imposible-y, por eso, él pierde el control a causa de la incertidumbre del amor (que él no entiende racionalmente) y experimenta una pérdida de su ordenamiento racional que, para él, es sinónimo de ceguera. Ahora, para los pensadores mencionados, el amor es una suerte de tormenta en la imaginación y la voluntad de la persona que la deja sin capacidad de decisión por un acto de sus facultades racionales.
Troilo pierde control sobre su visión al ver a Creseida, e intenta descifrar, con su razón, la figura de Creseida, quien está en misa, parada con su vestido negro de viuda, en medio de la muchedumbre. Él la percibe como una superficie en la que se escribe, una tableta de cera, un espejo o “el ojo que él siente que tiene en su pecho” (I.453) de tal manera que “ella comienza a hacer, de su mente, un espejo” (I.365) para que él pueda acordarse de la similitud de su apariencia.
Ya no funcionan las facultades racionales de Troilo y no puede distinguir entre visiones falsas o verdaderas de ella. Pierde el poder de las palabras y es subsumido en la óptica, el espejo. La pasión suprimida por la razón es un modelo demasiado simple -blanco y negro- para explicar la situación de Troilo enamorado. La razón, nos dice Chaucer en el poema, es un bloqueo a su entendimiento de lo que siente, y, así, le causa confusión en lugar de aclarar la situación.
Ella mira a Troilo de la misma manera, pero a la vez, de otra manera, intenta explicar el amor y examina, en su mente, la cuestión escolástica de la habilidad de la razón de escoger su propia bien (facienti quod in se est, según Guillermo de Ockham, es decir, haciendo lo mejor que se puede para buscar el bien). Un actitud opuesta de la que tiene Troilo, enredado, como está, en sus percepciones por medio de solo las facultades de su propia razón. A su vez, como es viuda, Creseida medita: ¡yo soy mi propia mujer y me gusta así; ningún esposo me a poner en jaque mate!”.
Troilo se esconde, después de la misa donde había percibido a Creseida. en su cuarto y reza sobre el amor: “Oh muerte viviente!, ¡Oh daño dulce tan intercalado! ¿Cómo puede ser que existe en mí una cantidad tan fuerte de amor, al menos que yo doy mi consiente y, si es así, me quejo equivocadamente”. Está amarrado con la razón, que es incapaz de entender lo que siente.
Creseida, de otro modo, esta en pleno contacto con su voluntad y analiza lo que siente en términos de la geometría de Euclides y el teorema de Pitágoras, llegando a la conclusión de que ella ha llegado a un “dulcarnon” -un problema que es imposible de resolver porque refiere a números irracionales. Esta mujer se mueve más allá de la razón, y en sus sueños, se imagina un águila blanca que le arranca el corazón con sus garras, pero a cambio el ave coloca su corazón en el pecho de Creseida. Eso, para ella, no es un acto violento, al contrario es un intercambio “fresco y alegre”. Además, ella experimenta muchos episodios del libro que está leyendo con sus amigas en voz alta: el Romance de Thèbes, en que hay varios personajes que pierden su vista y quedan ciegos por no saber como tratar con el amor, y recurrir solo a las facultades de la razón.. Entre ellos, Edipo Rey y otros personajes de la nobleza en sus sociedades.
Todos los personajes, Troilo, Creseida y su tío Pándaro se ponen de acuerdo en que Creseida rescatará a Troilo quitando la espina de la razón que se halla metida en su corazón, esto lo hace desmayar y perder la conciencia por el dolor. Este es un acto, por parte de Creseida, de escoger su propio bien y, a la misma vez, ayudar y rescatar a otro ser humano (facienti quod en se est (haciendo todo el bien que se puede hacer), que es una manera de buscar la solución. Aquí la razón es una facultad estéril por comparación con hacer todo el bien que se puede, siguiendo los consejos de Ockham, Grosseteste y otros.
Si ella se hubiera atado a la razón como hizo Troilo, ambos se hubieran perdido en el dolor, porque el universo y Troya misma están al borde de ser saqueados por los griegos y Creseida será entregada a ellos como prisionera de guerra en un canje por un guerrero troyano, Antenor, prisionero de los griegos. Como el preso interlocutor en La Consolación de la Filosofía de Boecio, Criseida tiene que conformar su voluntad a un poder más allá de su entendimiento y “hace de la necesidad una virtud en un universo que está fuera de su control”.
Troilo, al perderla, no sabe como funcionar, se va a la batalla contra los griegos y muere. Su espíritu, dice Chaucer, vuela como Boecio, Dante Alighieri, San Bernardo de Clairvaux y San Bonaventura, Grosseteste, Ockham y otros autores, a la octava esfera del universo ptoloméico (con la Tierra en el centro en lugar del Sol) y llega Troilo a la esfera cristalina de las estrellas fijas, y, desde esta altura, vea qué pequeña e insignificante es la Tierra y se ríe con alegría y entendimiento de su vida y su anterior tristeza.
Al final de cuentas, se trata de la teología sacramental con que tienen que actuar los amantes quienes comenzaron, por su “libre albedrío”, la dinámica de la óptica y las corrientes de luz a hacer el máximo bien posible: facienti quod en se est.
El juicio sobre la verdad de las situaciones de Troilo y Creseida es un escrito irónico de Chaucer porque jura “no saber nada de amor”. El autor dice, que está solo traduciendo un texto en que son examinadas las verdades universales del conocimiento de la mutabilidad de la condición humana. Comienza con la óptica y el deseo de hacer el bien lo mejor que se pueda, según los pensadores escolásticos, mucho más allá de la estrecha y dolorosa dialéctica entre la razón y la pasión.
El poema termina con ambos amantes quienes hicieron todo el bien que se podia, según la filosofía escolástica, logrando consumar su relación de amor, pero, por la mutabilidad del mundo (así como nos enseña Boecio), se quedan con la perspectiva de que hay armonía en las esferas, pero no aquí en la Tierra.
Vale mencionar que, al final, Chaucer dedica este poema de amor a dos filósofos escolásticos, amigos y contemporáneos, Gower y Strode, y al Cristo que murió en la cruz.
FIN