Marleny aún llora cuando está sola. Maibelline ya superó el derrame facial, pero casi no habla. Tatiana no quiere ir a la escuela porque se deprime casi siempre. Estas son las secuelas que sufren tres niñas de 6, 4 y 2 años que durmieron junto a sus padres asesinados por un grupo de hombres el 13 de octubre, en el cantón Flor Amarilla de Santa Ana.
Ese jueves, Xiomara Pérez López, de 25 años, y Marvin Rodríguez Henríquez, de 23, cenaron junto a sus tres niñas en su modesta casa alquilada, como siempre. La pareja estaba casada desde hace seis años. Marvin trabajaba como agricultor y cortador de café. Xiomara trabajaba en la casa.
A eso de las 10:00 de la noche, una ráfaga de disparos rompió el silencio del cantón. Ningún habitante dijo haber visto lo ocurrido, pese a decir que están acostumbrados a vivir entre las balas. En 2016, en el cantón y sus alrededores, ocho personas fueron asesinadas.
A los pocos minutos, el agónico llanto de una bebé intrigó a los vecinos. Era Maybelline, a quien su madre alimentaba con leche antes de dormir. La bebé lloró y lloró hasta que se quedó dormida junto a sus hermanas. Los vecinos no salieron a ver qué pasaba.
Podría interesarle: Jorgito, el niño que llorará solo a sus padres asesinados en San Jacinto
Doña Blanca es la única que, siete meses después, vela por las niñas. Ella relata que esa noche escuchó la nutrida balacera pero no quiso salir de su casa. A las 5:00 de la mañana, uno de los vecinos llegó a gritarle: “¡Niña Blanca, niña Blanca, vaya a ver, Marvin está tirado en el suelo, no sabemos si está bolo!”.
La señora no dudó en salir y corrió las tres cuadras que hay desde su casa hasta donde vivía su hija. En el camino recordó la balacera de la noche anterior y se imaginó lo peor. Su hija estaba tirada en la entrada de la casa “como agarrando la tranca de la puerta”. A pocos metros de ella estaba su yerno y, en la misma habitación, las tres niñas.
Dos estaban en su cama y la más pequeña en la de sus padres. Las balas no alcanzaron sus vestidos, que sí se tiñeron con la sangre de sus padres. Doña Blanca relata que abrazó a las niñas y se echó a llorar. Hoy, continúa llorando como si acabara de ver a su hija y yerno baleados.
Desde esa noche, doña Blanca vive con temor y tristeza y bajo las garras de la pobreza extrema. La apesadumbrada abuela es quien alimenta y cuida a las niñas, pues quiere evitar a toda costa que la Policía, el Instituto Salvadoreño para el Desarrollo Integral de la Niñez y Adolescencia (ISNA) o cualquier otra institución se las quite con el argumento de que no puede mantenerlas.
Lea: Hijo de hombre asesinado: ¿Por qué mi papá no despierta?
Blanca aún tiene viva a su madre, quien también se encarga de los oficios domésticos y le ayuda a cuidar de las niñas.
La abuela debe de viajar más de 45 minutos para ir hasta Santa Ana, para agilizar los trámites legales que le permitan encargarse de sus tres nietas. Por ahora le faltan documentos de la alcaldía de su hija y otros.
Doña Blanca lleva a las niñas a la escuela pública. Sus agotados ojos y su cansina espalda no le impiden seguir adelante con el cargo que le dejó la violencia. Su hijo mayor le ayuda con un poco dinero, pero las necesidades son muchas.
Blanca aún tiene pendiente remozar la tumba de su hija con una cruz y ladrillos de cerámica. Dice que no sabe lo que ocurrió y tampoco necesita saberlo. Sólo recuerda que meses atrás su hija le dijo que “ella se haría cargo de las niñas porque a ella la iban a matar”, pero nunca explicó la supuesta amenaza.
Además: Preguntar por una dirección le costó la vida a joven víctima de asalto en la Miramonte
Las niñas han pasado por un largo y tedioso proceso de adaptación luego de ver a sus padres asesinados. De ellas, quien recuerda lo ocurrido es Maibelline, pero intenta ser fuerte ante sus hermanas menores o ante el constante llanto de su abuela. Siempre pregunta por su mamá y cuando ve llorar a su abuela, recuerda los disparos de esa noche.
Doña Blanca detalla que, luego del incidente, Maibelline sufrió un accidente cerebro vascular. Tras constantes terapias, se ha recuperado un poco. Tiene leves mejorías y su ánimo a veces es bueno, explica.
Como ella, hay muchas mujeres salvadoreñas y niños que viven la agonía de la violencia en El Salvador. Se refugia en la iglesia. Allí pide a Dios que le dé fuerzas para sobrevivir en una vieja casa de madera, lámina y piso de tierra.
Para ayudar a esta familia puede hacerlo en la cuenta del Banco Agrícola: 0036-1054-4604 y comunicarse al 2434-6892 con la abuela de las niñas.