No nos llamemos a engaño: los seres humanos nacemos sucios, arrugados y feos. No somos ositos pandas, ni perros o pingüinos, bonitos ellos desde que nacen. A los humanos todo nos toma más tiempo que a los animales: demoramos más en aprender a caminar, a comer, a cazar, incluso en hacernos bellos. Y lo somos solo por un corto rato, que ya de mayores nos volvemos a afear de nuevo. Por eso creo que José Martí, el cubano más famoso de todos los tiempos, resumió magistralmente en la frase que he usado para titular este artículo, uno de los más sorprendentes misterios de la humanidad “Hay un solo niño bello en el mundo??? y cada madre lo tiene”. No se lo puede decir mejor: de los miles de millones de seres humanos que somos, de entre los miles que nacen a un mismo tiempo en un solo día, hay uno, solo uno, de entre todos ellos, que es bello en el mundo??? ¡y cada madre lo tiene!
Mi trabajo me ha concedido el privilegio de conocer, escuchar y acompañar (primero en su dolor y luego en su propio crecimiento) a tantas y tan diferentes madres que no puedo dejar pasar la oportunidad para desear un feliz Día de la Madre a todas y cada una de estas admirables mujeres. Ojalá y siempre sean fieles a su misión.
Ser madre no es un puesto fácil de desempeñar: la jornada laboral se extiende por más de las ocho horas reglamentarias, no reciben paga ni horas extras por ello, y las prestaciones tampoco son suficientes. El trabajo es tan delicado que a poco que se descuide la persona que lo desempeña puede dañar seriamente el producto. Por si fuera poco, muchas veces la “cultura organizacional” y el “clima laboral” de la empresa en la que lo desempeñan ni siquiera es agradable. Los tiempos modernos le agregaron tareas y funciones a las mujeres quienes ahora pueden escoger complicarse la vida desempeñando, además del puesto de madre, otros adicionales fuera de casa. Para colmo de males, la situación actual está tan mal que son muy pocas las que, en verdad, “escogen” salir a trabajar: la mayoría simplemente tiene que trabajar para sostenerse a ella misma y a su “niño bello en el mundo???”.
Justamente por tantas situaciones ???positivas y negativas??? que he conocido por mi trabajo, hace tiempo dejé de creer en el manido “instinto maternal”. ¡Qué va! Estoy convencido de que la maternidad está mediada cognitivamente, es voluntaria y quien en verdad quiere desempeñarse con calidad en ese puesto, le toca aprenderlo poco a poco. Por otra parte, si la maternidad fuera un instinto ninguna mujer se negaría a desempeñar el puesto llegado el momento, todas lo desempeñarían igual de bien, sin esfuerzo y sin dudar cómo hacerlo. No acepto que las mujeres que cuidan y educan, que alimentan, que sufren, que gozan, que regañan, que acarician y corrigen, que bañan, limpian y visten, que atienden, que desesperan, que miman y que babean cada día de sus vidas por su niño más bello del mundo lo hagan por instinto. Me inclino más a pensar que lo hacen conscientemente, tomando decisiones a cada momento, pensando en las consecuencias de esas decisiones. Que vean linda a la cría lo facilita, pero el puesto exige entrega y sacrificio diario, tesón y desprendimiento, amor y ternura; cualidades que, para algunas mujeres, están más allá de sus capacidades.
Quiera Dios que tengamos siempre madres “¡a toda madre!”. Para esas, mi rendida admiración. Para todas las madres, ¡felicidades! Sepan siempre que son insustituibles.
*Psicólogo
y colaborador de El Diario de Hoy.