Luis Méndez es un guatemalteco que viaja tres veces por semana a su país para ir a comprar piñas. Conduce por más de ocho horas para llegar a la frontera de El Jocotillo y a su regreso tiene que pagar un impuesto de 170 dólares para ingresar el producto.
La piña que vende tiene un precio que ronda entre $1.50 a $2.50.
Tiene más de un año de venir a vender a El Salvador. Su jornada es de 8:00 de la mañana a 6:00 de la tarde.
Comercializar la fruta en el país le implica un gasto de 50 dólares diarios porque debe de pagar comida, alquiler de un cuarto, gasolina, salario de sus dos ayudantes y otros gastos.
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Aseguró que hace años también venía a vender piñas, pero que ahora por ser dólares, la venta es mejor porque tiene más ganancias.
“Tengo que rebuscarme porque tengo tres niños y mi esposa. Los veo solo cuando voy a traer la piña”, dijo.
“Me vine a vender para mantener a mi niña”
Jeymi Solís, de 23 años, tiene casi un año de estar vendiendo guayabas, jocotes, mangos, guineos o “cualquier tipo de fruta de temporada”.
Aseguró que en el día invierte 50 dólares y obtiene una ganancia de 25 dólares, que le sirve para los gastos de su hija de 6 años con la alimentos, pagar servicios y demás necesidades.
La jornada de Jeymi se extiende desde las 5:00 de la mañana a las 6:00 de la tarde.
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Durante la mañana su hija hace sus tareas, mientras su madre está en la orilla de la calle vendiendo la fruta fresca.
A las 11:30 va a buscarle comida y luego aborda cualquier bus que pasa por la zona para ir a dejarla a la escuela, luego regresa al kilómetro 60 para seguir vendiendo. A las 4:00 de la tarde la va a traer y, mientras la niña juega, ella sigue vendiendo para “poder sacar para la cena”.
Así pasa el día de Jeymi. Ella dejó de estudiar cuando estaba en séptimo grado y desde entonces se dedica a vender.