Con los presupuestos financian el activismo disociador

No se puede hablar de "buen vivir" cuando en los hospitales pacientes duermen en el suelo, cuando de golpe se cambia de medicamentos a hipertensos, cuando no hay semana que alguno de los del partido sale con que "se necesitan más impuestos".

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2017-03-14 9:17:00

Lo que El Salvador está financiando con una parte sustancial de los impuestos que se recaudan es el activismo radical y disociador, antagonismos entre sectores poblacionales, lavados de cerebro, ignorancia y complejos sociales.

En un debate radial sobre aborto, una efemelenista dijo a otra participante: “imagínese que su hija es violada, ¿no cree en que se autoricen los abortos terapéuticos?”.   

Es de muy mal gusto poner de ejemplo a la hija o la persona que se tiene enfrente (“imagina que te da lepra…”), pero la participante que defendía la vida falló al no responder que las niñas y niños en El Salvador están siempre en riesgo de sufrir toda clase de vejámenes por la ineficiencia gubernamental en dar seguridad a la población.

Se sufre de pandillas y hay una espantosa ola de homicidios porque la prioridad del partido oficial no ha sido la seguridad plena de los salvadoreños cuanto imponer su ideología radical y garantizar el bienestar de las cúpulas.

Los fanatismos –y el de la extrema izquierda es el más propagado en nuestro país– son el equivalente a la ceguera voluntaria, a negarse a ver lo que es visible para la mayoría de gente. De allí que por mucho tiempo alegaron que El Salvador estaba en paz y tranquilidad y llegaron al punto de culpar a los medios informativos por el auge de la violencia.

No se puede hablar de “buen vivir” cuando en los hospitales y clínicas del país muchos pacientes duermen en el suelo, cuando de golpe se cambia de medicamentos a hipertensos con los consiguientes efectos primarios y secundarios, cuando no hay semana que alguno de los que dirigen el partido sale con que “se necesitan más impuestos” o con renovadas propuestas para quedarse con los ahorros de los trabajadores.

La fábrica bolivariana de ocurrencias
tiene en vilo a todo el país

  
La mayor ceguera es no darse cuenta de que el mundo de hoy es esencialmente diferente, otra cosa, del mundo que imaginó Marx hace más de ciento sesenta años. Y una de las enormes diferencias es que, sobre lo material en el quehacer económico está lo intangible, sean ideas, experiencia, patentes, etcétera, por lo que los centros de producción son primordialmente software más que hardware.

No entenderlo es la causa de que los venezolanos estén comiendo basura, como los desafortunados animales del Zoológico de El Salvador.

Es agradable, decía un humorista, dejar que otros piensen por nosotros y evitarnos el trabajo, lo que equivale a incorporarse a una burbuja ideológica precisamente para no pasar las angustias de pensar, decidir, decantarse por tal o cual cosa, tentación en la que caen desde políticos hasta líderes religiosos a los que van paulatinamente encerrando en las crisálidas de las ocurrencias.

Las ocurrencias no dan de comer a nadie ni curan a nadie ni educan a nadie, pero desgracian a contingentes de individuos.

Cada semana, desde hace más de diez años, uno o más de los productos de la fábrica bolivariana de ocurrencias sacude a sectores, a inversionistas, a la gente de trabajo, a los buenos ciudadanos…