Pruebas de fuego para el país

La fortaleza institucional no solo descansa en las estructuras y en el basamento legal, sino fundamentalmente en las personas que las integran, que las dirigen.

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Davivienda inauguró su nueva sucursal Premium en Santa Elena, destacando el acompañamiento a clientes en proyectos de inversión .  foto edh / cortesía?

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Por Atilio García Aguilera*

2017-03-03 8:33:00

Durante un reciente viaje, un amigo que hace algunos años realizó su servicio diplomático en nuestro país me preguntaba sobre cómo van las cosas por aquí. Retada mi capacidad intelectual para resumir mezquindades políticas, iniquidades económicas, salvajismos y desesperaciones, me esforcé por reprimir la impetuosa queja que casi instintivamente nos aflora a los salvadoreños hoy en día, y traté de encontrar en nuestra situación de país algo bueno para decir.

Logré expresarle que cuando las instituciones en El Salvador comenzaron a dar atisbos de funcionalidad, y el balance de poderes del Estado por primera vez se mostró evidente, muchos hemos reconocido que, pese a la calamidad en que nos encontramos en muchos aspectos, al menos el funcionamiento del sistema democrático nos ha brindado esperanza. Ciertamente, es esperanzador que las instituciones estén desempeñando las funciones para las que fueron creadas, aunque sea al mínimo, por muchas limitaciones y situaciones de las que adolecen.
Dan esperanza la Fiscalía, la Corte Suprema de Justicia, el Instituto de Acceso a la Información Pública, con su escala de bemoles, y la libertad de que haya voces disruptivas en una atmósfera de expresión tradicionalmente condicionada y manipulada. Pensar en esto también permitió percatarme de que la fortaleza institucional no solo descansa en las estructuras y en el basamento legal, sino fundamentalmente en las personas que las integran, que las dirigen.

Mentalidad, capacidad, honestidad e integridad de las personas al frente son características que, en definitiva, determinan los desempeños penosos o admirables de las instituciones. El Tribunal de Ética Gubernamental, a manera de ejemplo, nació conforme a una llamada “ley sin dientes” que no le facultaba actuar de oficio sino a consecuencia de denuncias interpuestas; sin embargo, las personas al frente en ese momento buscaron y lograron la modificación de la ley para cumplir un propósito institucional. No obstante, una institución puede contar con todo el poder facultado por la Ley, como en el caso de una Fiscalía General de la República, y la persona al frente limitar al mínimo su buena funcionalidad y, tal como hemos visto en el pasado reciente, llegar incluso a distorsionar su naturaleza y hacerla más parecida a una estructura delictiva. 

A veces quisiéramos que las personas que han trabajado bien se quedaran por más tiempo, pero las reglas del sistema también deben respetarse y dejar que la alternancia se efectúe, con el riesgo que eso representa, y entender esto es obligatorio también para los funcionarios. En 2018 tendremos cambio en la Sala de lo Constitucional, y ya está en marcha el proceso de sustitución de dos comisionados del IAIP. El buen trabajo que se les pueda reconocer en el futuro a estas instituciones en particular depende de lo acertado que sea la elección de los nuevos magistrados y comisionados y del acierto de maniobra o desacierto que harán los partidos políticos con ese mismo fin.

He escuchado decir que el partido de gobierno “se equivocó con esta Sala”, que “se les pasó este Fiscal”, que “se durmieron con la Ley de Acceso a la Información Pública” y otras expresiones semejantes que hacen un reconocimiento al grado de manipulación del que históricamente han sido objeto estas instituciones y que, cínica y descaradamente, los partidos políticos siguen teniendo en mente, sin enfocar energía en la mejor opción para el mejor beneficio del país.

Las personas, sin duda, hacen la diferencia. Por eso es que nuestra atención y confianza no debe estar solo en las estructuras del sistema ni en el sistema mismo, con su cuerpo de leyes y mandatos, sino principalmente en la gente honesta e íntegra que pueda ocupar lugar en esas estructuras.

Si no encontramos al menos diez, al menos cinco, al menos una persona honesta e íntegra, tal como le sucedió a Sodoma y Gomorra, sucumbiremos irremediablemente. Lo bueno es que existen muchas personas honestas y dispuestas a cumplir con responsabilidad la misión de hacer las cosas correctas. Los que deseamos el bien de este país, estamos obligados a exigir y demandar los reemplazos correctos, a estar vigilantes, y también a clamar para que nuestro país no sea consumido en estas pruebas de fuego. 

*Colaborador de El Diario de Hoy.