La fuerza de la conciencia

La objeción de conciencia es un asunto que debe estar presente en cualquier ciudadano que valore suficientemente el ejercicio de su libertad, y que por lo mismo esté dispuesto no solo a respetar, sino a defender la libertad de los demás.

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/ Foto Por MC

Por Carlos Mayora Re*

2017-03-03 9:22:00

Tomar parte en una guerra, alistarse en el ejército con el propósito explícito de no empuñar un arma es, se vea por donde se vea, una insensatez. Sin embargo, en la Segunda Guerra mundial hubo un caso que retrata la última película dirigida por Mel Gibson: “Hasta el último hombre”, se ha titulado en español.

En ella se recogen unos años de la vida de Desmond Doss, un joven militar a quien sus creencias religiosas le impedían empuñar un arma, al mismo tiempo que le obligaban a alistarse en el ejército de su país para ir a la guerra y defender sus convicciones civiles. ¿Cómo lograr compaginar dos realidades aparentemente contradictorias? Incorporándose al ejército como paramédico, y “luchando” hombro con hombro con sus compañeros en las batallas del Pacífico. Con una particularidad: mientras los soldados norteamericanos se empeñaban en combatir contra el enemigo, Doss luchaba denodadamente por salvar vidas en medio de la refriega. Y lo logra armado de coraje y astucia. Tanto que fue galardonado con la medalla al valor militar sin haber disparado una sola bala. 

Es una película que merece la pena. No solo por la carga de acción y dramatismo que contiene, sino porque es de las que hace reflexionar a las personas críticas, pues se ocupa, en el tema central de su argumento, de una realidad moral no reconocida por nuestras leyes: la objeción de conciencia. Un derecho humano consignado en el Artículo 18 de la Declaración Universal de 1948, y amparado en las leyes norteamericanas. Para nuestro caso una ausencia que, en opinión de algunos juristas, es de las más importantes en nuestra Carta Magna. 

Gibson cosechó ochenta y tres nominaciones, y cuarenta y tres premios, entre ellos dos Óscar de la Academia; y es que la película contiene suficiente dramatismo y acción como para mantener entretenido al espectador durante toda su exhibición, al mismo tiempo que guarda una profunda y constructiva reflexión -más que suficiente para mantener ocupado durante varios días a quien la haya visto- examinando un tema muy importe: la necesidad y provecho que se cosecha con la coherencia entre creencias y vida personal, a pesar de que las circunstancias exteriores y la incomprensión de los demás nos puedan empujar a cambiar de forma de actuación.

Lo que a los oficiales y compañeros de Doss parece simple cobardía o arrogancia al principio de la historia, paradójicamente, se convierte en el nervio mismo de la acción: la fortaleza y seguridad de los principios morales sobre los que el protagonista asienta su coraje, y las distintas actitudes que quienes le rodean toman con respecto a su coherencia moral. 

Sin embargo, la objeción de conciencia no se reduce a casos emblemáticos en relación al servicio militar, o a la negación de algunos profesionales de la medicina que en otros países apelan a ella para evitar llevar a cabo acciones en contra de sus convicciones; sino que es un asunto que debe estar presente en cualquier ciudadano que valore suficientemente el ejercicio de su libertad, y que por lo mismo esté dispuesto no solo a respetar, sino a defender la libertad de los demás.

La objeción de conciencia es, además, un instrumento verdaderamente valioso para reafirmar la tolerancia y el reconocimiento de la dignidad de los demás; lo que la convierte en algo imprescindible para la vida social y cultural. 

Ya se sabe, el que quiere contentar a todos en todo termina por no contentar a nadie… Y si entre esos que queremos agradar nos incluimos, terminaremos perdiéndonos el debido respeto, y a pensar que los principios y valores son en los demás, como lo pueden llegar a ser en el caso de cada uno, simple papel mojado. 

*Columnista de El Diario de Hoy.
@carlosmayorare