Pepito y la redistribución de los dulces

Pepito no tuvo más que opción que cerrar su tienda… hasta 2019, que ya con un Profe diferente, la pudo volver a abrir.

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Jugador de Pasaquina domina el balón ante la marca de William Mancía (9), del CD UES

/ Foto Por EDH / Varinia Escalante

Por Max Mojica

2017-03-05 6:41:00

Pepito era “cachero”, es la mejor forma de describirlo. Ya en primaria, se dio cuenta de cómo le gustaban los dulces a sus compañeros y, siendo que sus papás estaban pasando una difícil situación económica, que les impedía ponerle en su lonchera algo más allá de la mitad de un majoncho maduro (la otra mitad, se la ponían a su hermana), decidió hacer algo al respecto para no seguir pasando los recreos hambreando como faquir.

Pepito tenía un tío con pisto, así que perdiendo la pena y con esa candidez propia de los niños, decidió acudir a su tío a pedir prestado cinco dólares para poder comprar dulces para vender a sus compañeros en el recreo. El tío de Pepito -que no es ningún lento-, después de interrogarlo sobre el destino del dinero, aceptó prestárselo con condiciones: el interés sería del 5 % mensual, Pepito dejaría su pelota de fútbol en garantía y le pagaría todos los viernes los intereses de la semana, haciendo un abono mensual a capital.
 
Pepito tragó grueso al escuchar las condiciones del Tío, porque se exponía a perder su pelota de fútbol, que para esas alturas y debido a la pobreza de su familia, era todo lo que tenía para jugar; pero el hambre en los recreos podía más, así que decidió aceptar las leoninas condiciones del tío.

Pepito decidió pedirle permiso al Profe de su clase para ver si podía poner la venta de dulces en una esquina del grado y dedicarse a venderlos a la hora del recreo. El Profe le pidió que llenara un sencillo papeleo, solo para que quedara constancia que los dulces no eran robados y que estaban en buen estado, imponiéndole además la condición que de todas las utilidades que Pepito obtuviera, dejaría un 10 % para comprar utensilios para ser utilizados en la clase, para beneficio de todos sus compañeros, a todo lo cual Pepito aceptó.

El negocio fue un éxito. Pepito vendió en dos días toda su mercadería, ya que a los niños les encantaban los dulces y, además, Pepito los vendía a buen precio. Feliz de la vida, le pagó al Tío el dinero prestado y sobre esa buena experiencia, le pidió prestado quince dólares más, ya que, además de dulces, quería poner a la venta chocolates y boquitas.

El año pasó volando mientras Pepito progresaba. Le alcanzaba para comer en el recreo, para pagarle al Tío, así como la contribución de la clase y hasta empezó a ayudar en su casa. El Profe y sus compañeros estaban felices, porque Pepito ponía diversidad de golosinas al alcance de todos y además pagaba puntualmente el 10 % de sus utilidades, lo que hizo que mejorara notablemente los medios con que disponía el profesor para dar clases. 

El próximo año hubo un profesor diferente. En principio, el nuevo Profe no puso objeción a que Pepito siguiera con el negocio, pero de entrada le impuso que llenara más papeleo para comprobar que, en efecto, los dulces eran dulces. Además, le pidió un examen para que le demostrara de qué tipo de azúcar estaban hechos. Luego de eso, le dijo a Pepito que –le guste o no le guste-, iba a tener que pagar 30 % sobre sus utilidades si quería seguir con el negocio. Pepito hizo cuentas y se percató de que, aún y cuando el negocio todavía daba utilidades, estas se reducían bastante; pero debido a que le había agarrado amor al grado y veía el beneficio para la clase y sus compañeros, decidió seguir adelante.

Un día, Pepito se dio cuenta de que a pesar que pagaba más de sus utilidades, en vez de que hubiera más útiles para dar clases en el aula, el Profe de repente llegó con unos zapatos tenis nuevos y se enteró que pedía para él y sus amigos, los platos más caros en la cafetería. Cuando Pepito le reclamó, el Profe le dijo que tuviera cuidado, que no solo le iba a poner mala nota, sino que le iba a cerrar el negocio por andar de bochinchero. El profesor, algo molesto, cuando empezó de nuevo la clase, dijo a Pepito enfrente de todos que él ya tenía muchos dulces y que ya había explotado suficiente a sus compañeros, que había llegado el momento de redistribuirlos, si no, iba a aplazar grado.

Pepito no tuvo de otra. Entregó todo lo que tenía. Sus compañeros se alegraron por un momento, ya que comieron dulces de choto, sin pensar que a partir de mañana ya nadie iba a poder comprar más dulces, ni que tampoco iban a tener recursos para mantener en buen estado el aula. Así, Pepito no tuvo más que opción que cerrar su tienda… hasta 2019, que ya con un Profe diferente, la pudo volver a abrir.
 

*Abogado, máster en leyes.
@MaxMojica